lunes, 20 de junio de 2011

LAS IMÁGENES DE ESPAÑA Y EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE MIGUEL ANTONIO CARO EN EL SIGLO XIX.

LAS IMÁGENES DE ESPAÑA Y EL PENSAMIENTO CONSERVADOR DE MIGUEL ANTONIO CARO EN EL
SIGLO XIX.
Rafael Alonso RUBIANO MUÑOZ1
Departamento de Sociología Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Universidad de Antioquia
Medellín-Colombia
rafael@quimbaya.udea.edu.co
RESUMEN: La obra del pensador colombiano Miguel Antonio Caro (1843-1909) constituye uno de los
referentes de las letras hispanoamericanas más fecundas y quizás de las más polémicas por sus
contenidos de orden histórico, político, social y cultural. A través de esta ponencia se establecen los
mutuos nexos que el patricio conservador – Miguel Antonio Caro - configuró con España a partir de lo
que él comprendió como la defensa de la identidad, la cultura y la idiosincrasia de los pueblos
hispanoamericanos. Se destacan la manera como Caro contrarresta la ideología liberal decimonónica y
polemiza con quienes la representaban en su momento en Colombia pues los “Radicales liberales”
como se les conoció en sus reformas políticas, buscaban desprestigiar el legado y la herencia españolas a
partir de la introducción de ideologías que como las del utilitarismo Inglés suponían un proceso de
avance y de progreso hacia la modernidad. Caro busca restaurar la herencia española y preservarla
frente a los azotes que le propinaba el liberalismo debatiendo la importancia que para nuestro
continente tuvo la Conquista y la Colonización, las Revoluciones de independencia y sus héroes, la
conformación de las constituciones y los elementos jurídicos, la cultura con lo que ella implica, la
lengua, la religión y la raza. La ponencia muestra la pertinencia que tienen los estudios históricos y
sociológicos relacionados con las recíprocas relaciones intelectuales y culturales entre España e
Hispanoamérica en el siglo XIX.
Palabras Clave: Conservadurismo, Hispanismo, Colonización, Conquista, Revoluciones.
1 Con el apoyo financiero de la Fundación Carolina de España.
1. Lengua y Tradición: Herencia común de España e Hispanoamérica en el pensamiento
conservador del siglo XIX.
“El señor Caro es en política, en religión y en literatura el tipo más acabado del
conservador, dando a esa palabra toda la extensión de que es susceptible. Nada tengo que
ver con sus ideas sobre la marcha de Colombia, ni con las respetabilísimas inspiraciones de
su conciencia; pero cae bajo el dominio de la crítica su apasionamiento ilimitado por las
cosas que fueron la glorificación constante del pasado, del pasado español, contra todas las
aspiraciones del presente, aun del presente español. Si la casualidad ha hecho que el cuerpo
del señor Caro haya venido a aumentar la falange humana en suelo colombiano, su espíritu
ha nacido, se ha formado y vive en pleno Madrid del siglo XVI.”
Miguel Cané. En Viaje. (1881-1882).
Ante las observaciones de este diplomático y viajero argentino resulta pertinente considerar que
la figura del intelectual y humanista de Miguel Antonio Caro, su imagen de España y la defensa de los
valores y costumbres propias del pueblo Ibérico que él promulgó no constituyeron un caso fortuito en
el marco de las reacciones que durante el siglo XIX propiciaron los conservadores en el contexto
hispanoamericano2. Por el contrario, Caro representó la expresión del intelectual que desde muy
temprano se esforzó por conservar y aún más por alentar la riqueza de los saberes acumulados
heredados en Hispanoamérica de la cultura española, en el campo de la ciencia, en el contexto del
idioma, en ámbito de las costumbres, en el mundo de la literatura e incluso en la política con algunas
variantes fortaleció la presencia hispánica. Para una adecuada reconstrucción de las relaciones entre el
pensamiento conservador de Caro y sus imágenes de España resulta fundamental rehacer los contextos
históricos que lo determinaron como las circunstancias internacionales que le exigieron la imperiosa
tarea de revitalizar las relaciones no solamente político ideológicas sino también culturales y sociales de
España e Hispanoamérica.
En la trayectoria intelectual de Caro es donde se pueden encontrar las claves de lectura para
poder trazar con detalles las imágenes que él fue elaborando y en las que consignó todo su esfuerzo y
todo su empeño hasta el final de sus días en el año de 1909, año algo alejado de la finalización o caída
del dominio colonial español en 1898. Al rastrear lo que representó España para Caro se puede
encontrar con que no solamente fue un heredero directo de las tradiciones españolas más rancias, como
lo indicó su apellido paterno, sino más bien porque en él se cruzaron determinaciones sociales y
políticas que con el tiempo se fueron acrisolando hasta formar un ideario consciente y hasta romántico
radical3 que concluyó con una Constitución – la de 1886 – y con un proyecto de Estado y de sociedad
que aclimataba muchos de los alcances de la monarquía española bajo la soberanía de Fernando VII
con unas peculiaridades en el territorio colombiano4.
La primera determinación social e histórica fue el triunfo del liberalismo radical de 1863 y la
elaboración de una constitución federal en la que se rompían los lazos y los vínculos de centralidad
como de autoridad en el siglo XIX en el ámbito del poder político que fueron trascendiendo al
escenario de la educación y la cultura, pues, los radicales, como se conoció en nuestro país a esa
generación liberal, colocaron por encima del orden tradicional las libertades ciudadanas y establecieron
como fundamento de una organización racional, un proyecto secular que deslindaba las relaciones de la
Iglesia y el Estado como también promovieron un tipo de sociedad burguesa de estirpe taylorista que
2 En la introducción a la obra sobre el conservadurismo hispanoamericano, José Luis Romero destaca el que Caro perteneció a la
línea de conservadores ultramontanos inspirados en las encíclicas papales Quanta Cura y Syllabus, en las que se vindicaba la ideología
liberal como una amenaza y peligro para la civilización Occidental. ROMERO, José Luis. Pensamiento Conservador 1815-1898. 1ª. Edición.
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986.
3 Para utilizar una noción en la que se puede construir la imagen de Caro como un conservador moderno y consciente.
MANNHEIM, Karl. “El pensamiento conservador”. En: Ensayos sobre sociología y psicología social. México: Fondo de Cultura Económica,
1963.
4 Al revisar los estudios constitucionales y jurídicos preparatorios de la Constitución de 1886, Caro destaca la importancia del
régimen político monárquico español por la figura del soberano, pero en un país sin clases nobles se ha de fomentar la dominación de un
poder a través de una casta aristocrática de letrados y de poseedores de riqueza en especial de propiedad privada que sean representantes
legítimos del pueblo con la conjunción del poder ilimitado de la figura del presidente. CARO, Miguel Antonio. Estudios Jurídicos y
Constitucionales. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1986.
iba en contra del paternalismo, del autoritarismo y de la jerarquización eclesial e hispánica concebida
por los tradicionalistas hispanoamericanos entre ellos Miguel Antonio Caro.
Los conservadores reaccionarios en Hispanoamérica comprendían que los vínculos
fundamentales de la sociedad se habían diluido por el impertinente azote de la influencia de ese
liberalismo burgués decimonónico y concluían que los lazos de la tradición comunitarios, el pasado
colonial, las costumbres inveteradas españolas, el idioma castellano como igualmente las creencias
religiosas y las tendencias políticas centralistas, se liquidaron al ser acentuado el proceso secular de la
sociedad que conduciría a una discusión ideológica sobre la herencia española que abarcó la mayor
parte del siglo XIX5. Las enardecidas polémicas se extendieron incluso en el marco del cuarto
centenario del Descubrimiento en el año de 1892, cuando se tejieron diversas disputas diplomáticas
entre España e Hispanoamérica con ocasión de la celebración y avivaron las luchas ideológicas entre
americanistas e hispanistas como lo revela una valiosa investigación de Aimer Granados titulada
“Debates sobre España. El Hispanoamericanismo en México a fines del siglo XIX”, que examina las
tensiones ejercidas por los dos continentes a causa de la pérdida del dominio colonial español en estos
territorios. (Granados, 2005: 225).
La discusión sobre la herencia española y su importante influencia en Hispanoamérica se
desenvolvió primordialmente en el terreno de la educación, pero alcanzó su máxima manifestación en
los debates sobre el idioma y la interpretación de la historia continental. Entre muchas de las
contribuciones de Caro, representativas de la preservación y conservación del legado cultural de
España6, podemos destacar dos que son características de la reivindicación histórica y de la discusión de
la herencia española en Hispanoamérica, “Del uso en sus relaciones con la lengua” de (1881) y “Andrés
Bello. Estudio biográfico y crítico” (1882). A esos dos escritos le antecede su poema en homenaje al
libertador Simón Bolívar, titulado “A la estatua del libertador”, en el cual recrea al líder de la
independencia americana como héroe sacrificado y salvador que ejemplificó la prolongación española
en suelo americano y que lo hace representante de la raza hispánica en los términos que se detallan a
continuación:
“Ya el obcecado hermano
El arma revolvió contra tu pecho.
Y en el confín postrero colombiano
Te brinda hidalgo hispano,
Si patria te faltó, su honrado techo.” (Caro, 1993: 3)
En el Discurso leído ante la Academia Colombiana, en la Junta Inaugural de 6 de Agosto de
1881, que lleva por título “Del uso en sus relaciones con el lenguaje”, es perceptible claramente la
disputa que la herencia española generó entre los liberales y los conservadores hispanoamericanos. El
papel de las academias como conservación del legado español y la difusión del cuidado en el habla y en
la escritura castellana, revelaron esa imperiosa necesidad de contrarrestar la innovación educativa e
idiomática que a consecuencia de una modernidad literaria en la que se empezaba a dislocar el sabor
cultural local y regional, a resquebrajar la originalidad y autenticidad de la lengua castellana, igualmente
producía una tensión entre nacionalismo y cosmopolitismo en las mentalidades que generarían las
diversas disputas sobre la realidad y el ser hispanoamericanos.
Nada es más revelador que Caro se ocupara con el contexto de la cultura hispanoamericana a
defender el legado español, cuando afirmó en sus palabras iniciales la justificación de esa posición de
contienda ideológica y defensa cultural: “Volvemos a honrar hoy, según la costumbre en buena hora
establecida, el recuerdo de aquellos hombres de fe y sin miedo que trajeron y establecieron la lengua de
Castilla en estas regiones andinas. Volvemos a conmemorar el día glorioso que en este valle de los
5El rescate de España es un punto fundamental que Jaime Jaramillo Uribe desarrolla de modo que muestra la profunda inclinación
tradicionalista de Caro frente a los embates del liberalismo radical en el siglo XIX. JARAMILLO URIBE, Jaime. El pensamiento Colombiano
en el siglo XIX Bogotá: Temis, 1974.
6 Se pueden destacar sus artículos periodísticos, sus ensayos para diferentes estudios literarios y filológicos, sus correspondencias
con personalidades españolas, como de mayor renombre su relación con Marcelino Menéndez y Pelayo.
Alcázares comenzaron a sonar acentos neolatinos, de que estas mismas palabras, que por encargo
vuestro tengo el honor de dirigiros, son como una continuación y un eco.”7
La memoria y el cuidado de ella, la preservación del habla y de la escritura como también la
conservación de las costumbres y valores del pasado español figuraban en Caro como un proyecto
teológico-político y cultural que evitaba al máximo la inclemencia de la modernidad que arrastraba todo
vestigio de la tradición8. Nuevas formas de expresión colectiva ante las realidades cambiantes
encauzadas por las tensiones económicas, alentaron las batallas ideológicas entre tradicionalistas y
liberales que condujeron a sangrientas guerras civiles que en el caso de la instrucción laica orientada a lo
práctico, desataron las luchas ideológicas y amadas que terminaron por ejemplo en el siglo XIX con la
pérdida del canal de Panamá y la guerra de los mil días como lo ha explorado Charles Bergquist con su
obra “Café y conflicto en Colombia. La Guerra de los Mil Días, sus antecedentes y consecuencias”9.
Las contiendas se intensificaron pues al contraponer al modelo educativo escolástico un
arquetipo funcional de educación para el mercado y el comercio, en la que se impulsó la importancia de
las ciencias naturales para el desarrollo burgués capitalista. Así, se buscaba consolidar una fuerza para el
mundo del trabajo10 bajo la secularización de la educación que unía a esa disposición las
descorporativización de la sociedad mediante la “Desamortización de los bienes de la Iglesia” y que en
la literatura se expresó como la oposición a una revaloración del pasado rural y campesino para asentar
la mirada en las contradicciones de un mundo urbano que aceleraba su crecimiento, entre muchos
procesos a destacar.
Oponer al discurso libertario del libre cambio en la economía un discurso en el que la lengua y
la filología, como igualmente la historia cultural, fueran los elementos del análisis de los problemas
sociales fue considerado por los conservadores como Caro no una cuestión simplemente de ardor
polémico sino una tarea impostergable de la función social del escritor como del hombre de fe. De
modo, que la labor del intelectual conservador fue la de atenuar la fuerza de la modernidad como
innovación y progreso en la sociedad y la de ubicar la importancia y la fundamentación que el pasado,
no la novedad, tenía para la integración nacional como lo demuestra esta frase de Caro: “El pueblo
habla la lengua que ha recibido por tradición”.
En su segundo apartado del ensayo “Del uso en sus relaciones con el lenguaje”, que ya revela
esa intención de elevar la polémica sobre la base de una profunda erudición analítica e histórica, Miguel
Antonio Caro lo titula “Opiniones de algunos humanistas sobre la cuestión”, para reiterar la supremacía
que ante toda especulación liberal generaba el problema de la transformación de la sociedad
hispanoamericana. Al retomar a Quintiliano y Cervantes especialmente, coloca en un nivel en que el
discurso liberal de la ciencia, económico político pocos argumentos puede esgrimir frente a problemas
históricos como el de la constitución de la personalidad de la nacionalidad.
Al desarrollar la reflexión sobre las relaciones entre el uso y la autoridad del lenguaje hace notar
Caro que el problema del lenguaje no es solamente un problema filológico de erudición sino que es
también social y político, pero complementa que el uso de la lengua no es autoridad para construir un
pueblo histórico y una nación. Lo es más bien el estudio y la investigación, esto es, la erudición es la
que dicta de manera correcta el uso de la lengua e impide su decadencia y su destrucción11. De nuevo
citando a Fenelón y Littré, cuestiona la democratización del lenguaje en la que el uso de la mayoría se
convierte en referente de autoridad, mientras declina la investigación y la erudición que son los
elementos condicionantes para que exista una comunidad literaria y lingüística como una nación letrada,
un pueblo orgánico integrado12.
7 Ob. Cit, CARO, Miguel Antonio. “Del uso en sus relaciones con el lenguaje”. En: Obra Selecta. p. 7.
8 Lo que revelaba este ámbito polémico no fue solamente una lucha ideológica que se acento en la política sino también una
disputa cultural que se centraba en el contexto filosófico y literario que se manifestaba en el contexto de la educación. CARO, Miguel
Antonio. “Estudio sobre el utilitarismo”. En: Obras Completas. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1962.
9 Los antecedentes de esa relación polémica entre educación y luchas ideológicos políticas fueron desarrolladas por el historiador
conservador NIETO ARTETA, Luis Eduardo. Economía y cultura en la historia de Colombia. 2ª. Edición. Bogotá, Áncora, 1996 y este tema se
profundiza claramente en un análisis crítico histórico desde los procesos económicos y las disputas entre las elites colombianas en el
trabajo de BERGQUIST, Charles. Café y conflicto en Colombia. La Guerra de los Mil Días, sus antecedentes y consecuencias. Bogotá: Áncora, 1999.
10 En el año de 1851 José Hilario López decretó la “libertad de esclavos” con el propósito de desmonopolizar las tierras del
dominio hacendario y del control eclesial. DÍAZ DÍAZ, Fernando. “Estado, Iglesia y Desamortización”. En: TIRADO MEJÍA, Álvaro.
Era Republicana. Nueva Historia de Colombia. Vol. 2. Bogotá: Planeta, 2001.
11 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Escritos Selectos. p. 11-12.
12 Ibid., p. 13.
La disputa por la autoridad y la legitimidad del uso del lenguaje guarda una radical importancia
en Caro, así como la democracia como representación ha de ser practicada por unas minorías, la cultura
nacional y con ella la identidad nacional ha de ser construida por una elite aristocrática. En términos de
lo que significaba esto en las disputas por la educación y por la historia de los países latinoamericanos
“Gobernar es educar” pero ante todo, “educar es preservar y conservar”, se puede apreciar lo que en las
dinámicas por el poder y el control político podía significar el interrogante por el legado español. Así, es
una minoría la que tiene la verdad, el monopolio, el control y la difusión de la palabra y el pensamiento,
más aún de la historia de los pueblos, como ella es elaborada e interpretada. Por eso Caro recurriendo a
Horacio admitió:
“Observa el mismo Horacio que no sólo han de caer muchas voces en olvido, si lo quiere el
uso, sino otras ya obsoletas renacerán, también si lo quiere el uso. ¿Y quién es poderoso a restaurar
voces olvidadas? No por cierto el vulgo, conocido depositario del uso, sino los escritores que dirigen o
reforman el uso. Concede, por tanto, Horacio al uso la facultad de recibir y sancionar las voces, no la de
inventarlas, que es privilegio de eminentes poetas e insignes prosadores.”13
Es curioso cómo en el texto referido Caro compara la clase aristocrática con la academia, en una
sociedad como la hispanoamericana del siglo XIX, donde las clases populares y medias apenas se
insinuaban de manera muy moderada en el ascenso social y económico, de modo que era casi imposible
que ellas llegaran a convertirse en académicos y, más aún, en llegar a ocupar puestos públicos o ser
parte de la alta burocracia estatal. La recurrencia a los clásicos latinos y su frecuencia en las citas como
en su pensamiento, se convirtieron en Caro en una fuente de justificación intelectual y le permitieron
no solamente una posibilidad de sustentarse como miembro de una casta de privilegiados, una elite de
los letrados14 quienes se consideraron exclusivos miembros de una clase llamada a dirigir y a ocupar los
puestos públicos del país por condiciones históricas naturales, esto es, la burocracia de los académicos y
literatos.
Las relaciones entre la clase de privilegiados aristocráticos y la burocracia se relaciona de manera
adecuada con la imagen que tuvo el polígrafo conservador bogotano de la defensa de España a través
de la noción monárquica de la sociedad en la que divide tajantemente en dos cámaras la representación
política del Congreso colombiano y la absoluta obediencia de ellas a las decisiones del presidente de la
República, como nos lo recuerda sus intervenciones en las sesiones preparatorias para la elaboración de
la Constitución Política de 188615.
Como lo había investigado de manera brillante Ángel Rama en su libro “La Ciudad Letrada”, el
dominio burocrático de la clase de los letrados se estableció durante el siglo XIX y en Colombia, como
lo abordó Malcolm Deas en el siglo XIX, a parte de la casta militar, se fue erigiendo una casta que se
expresó a sí misma como “el poder de la gramática”16. En el escenario político colombiano este aspecto
se ratifica con la frase con que Caro culmina su aporte a la discusión de la relación uso y lenguaje
cuando afirmó: “El lenguaje no es invención de los hombres, sino tradición inmemorial”17. Aludiendo
de manera directa a la casta de los letrados y gramáticos edificó Caro su noción de dominación político
cultural que garantizaría superar y equilibrar los avatares de la defectuosa democratización política de la
sociedad.
Esa dominación burocrática que aunque muy incipiente, si se piensa que fueron los militares en
concordancia con esta clase de aristocracia de la inteligencia los que dominaron hasta bien entrado el
siglo XX, sirvió para uno de los análisis de coyuntura política realizó el poeta de la “Revista Mito” Jorge
Gaitán Durán en su análisis crítico político de la “Revolución Invisible”18. En este trabajo aludió al
arribismo de las castas burocráticas y militares as como a la mediocridad de la oligarquía. En otro
13 Ibid. p. 17.
14 Resulta de manera importante revisar este trabajo de Rama, el crítico uruguayo por cuanto logra articular la formación de la
administración pública hispanoamericana y las clases sociales desde la cultura literaria logrando trazar una adecuada periodización
histórica. RAMA, Ángel. “La ciudad escrituraria”. En: La ciudad letrada. Hanover:: Ediciones del Norte, 1984.
15 URIBE, Jaime Jaramillo (comp.). Antología del Pensamiento Político Colombiano. Bogotá: Banco de la República, 1970.
16 DEAS, Malcom. Del Poder y la Gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Bogotá, Tercer, Mundo, 1993.
17 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Obra Selecta. p. 19.
18 GAITÁN DURÁN, Jorge. La Revolución Invisible. Ariel: Bogotá, 1999.
sentido es el lenguaje de denuncia política de Jorge Eliécer Gaitán que utilizó de manera oportunista en
su escrito “País político y país nacional” al hablar del dominio inmoral de la oligarquía.
Es de notar que la insistencia de Caro en la pureza del lenguaje y en la autoridad de la gramática
se concatenaban con la noción de dominación política elitista e incluso eclesial, por cuanto de ese modo
podía justificar a través de su proyecto de reacción conservadora, la “Regeneración”19, la posibilidad de
contener los avatares de una sociedad centrada en los referentes y vínculos del mercado que impulsaron
los liberales a través del pensamiento utilitarista de Bentham y de Tracy. Una vez más, en la opinión
pública a través del debate periodístico y en la educación se centraron las disputas sobre cómo edificar
la integración de la sociedad: si por la vía del comercio como motor del ascenso social, o a través de la
herencia familiar, del nacimiento, de las relaciones de parentesco o, en último caso, por el poder de la
palabra escrita y hablada. Nada reveló en el último presupuesto esa aseveración histórica del
conservadurismo cuando se puede transcribir con certidumbre lo que Malcolm Deas investigó de los
conservadores colombianos al escribir:
“Caro estaba destinado, inequívocamente, para la política. Es representante de cierta clase, pero
de una clase que tiene su existencia en el gobierno, no en ningún sector o faceta particular de la
economía. Es heredero de la antigua burocracia del imperio español, tal como los Cuervos, los
Marroquín, los Vergara. Estas familias estaban acostumbradísimas al poder, sin poseer grandes tierras ni
riqueza comercial. En eso se manifestaban no interesadas, o mejor, desinteresadas: el poder sí les
interesaba. No les parecía, en lo más mínimo, anormal o inverosímil que éste fuera ejercido por los
letrados, como muchos de sus miembros, cuyos antepasados habían venido a las Américas a gobernar a
cualquier título. Para los letrados, para los burócratas, el idioma, el idioma correcto, es parte
significativa del gobierno. La burocracia imperial española fue una de las más imponentes que el mundo
haya jamás visto, y no es sorprendente que los ascendientes de esos burócratas no lo olvidaran; por eso,
para ellos lenguaje y poder deberían permanecer inseparables.”20
No era de extrañar que el ensayo de Caro sobre la relaciones del uso y el lenguaje más que una
discusión filológica y crítico analítica, contuviera una dimensión político pedagógica porque al tiempo
que revisa esas relaciones, construye una orientación de carácter sociológica en la que se perfila la crítica
a la democracia, a la estratificación social de la modernidad, a la relación burocracia y clase social
emergente, a los nexos masas y dirigentes, a la problemática del papel del erudito y el intelectual en el
mundo social. De ahí que en esos problemas sociales Caro estimó la necesidad de una reivindicación
histórica de los letrados como la esencia en las relaciones sociedad y política. Ya en su aparte titulado
“El uso y los escritores clásicos” Caro encuentra de manera detallada y fina lo que postularía como el
elemento sustancial del desarrollo y del progreso del país: la revitalización del legado español.
Recordando Caro en amplia exploración la labor de algunos escritores clásicos castellanos,
valora los aportes que a la discusión sobre el uso de la lengua ellos realizaron y destaca los aciertos
como los desaciertos que su contribución erudita deja a la vulgarización o al mantenimiento de lo que
es auténticamente clásico en la lengua castellana. Las obras de Juan de Valdés, Quintana, Cienfuegos,
Joan de Castellanos, Fray Luis de León, Góngora, entre otros, son citadas en las páginas de su discurso
para concluir que ello es propio de la grandeza de España y sus dominios. Por el contrario, lo que la
empobrece tiene otra raíz:
“Cuando una pluma escrutadora y diligente bosqueje la historia de la lengua, describirá todas las
curiosas peripecias del combate general, si vale decirlo así, que en épocas de confusión empeñaron los
escritores contra el uso, más como conquistadores de regiones incultas, que como legisladores de bien
organizadas comunidades; descenderá a explicar las tentativas individuales, afortunadas unas veces, y
desgraciadas otras; rastreará el origen clásico de muchas voces y frases que hoy son del dominio
19 Para una completa valoración de la época de Caro y las circunstancias en la elaboración del proyecto de la Regeneración la
Universidad Nacional realizó un seminario que tuvo como resultado una publicación que toca en detalle los diversos aspectos sociales y
políticos de la dominación conservadora. SIERRA MEJÍA, Rubén (comp.). Miguel Antonio Caro y la cultura de su época. Bogotá: Universidad
Nacional, 2002.
20 Ob. Cit., DEAS, Malcolm. “Miguel Antonio Caro y amigos: Gramática y poder en Colombia”. En: Del Poder y la Gramática y otros
ensayos sobre historia, política y literatura colombianas.. p. 42.
público; dirá, si lo logra, cómo y cuándo entraron unas en el caudal de la lengua y descartadas otras se
relegaron al olvido; ofrecerá, en fin, a la admiración no a la imitación, la gloria de los triunfadores, como
León y Quintana; y para que sirva de escarmiento y freno a la osadía de miserables medianías enseñará
la ruina de genios poderosos como Góngora y Cienfuegos, que en la lengua que hablamos dejaron
rastros anónimos de su fuerza, y con las obras que escribieron, a modo de obeliscos aislados,
monumentos de su temeridad.”21
La ofuscación contemporánea en la que por la influencia de una Constitución liberal no se
conserva lo sagrado y lo clásico por entenderse envejecido y abstruso, incitó a Caro en este discurso a
replantearse el problema de la fijeza del lenguaje y de los cánones que han de guiar la escritura y la
lectura. Si algo caracterizó la unidad de la nacionalidad hispanoamericana fue haberse guiado por una
identidad de idioma que subyace a la fuerza de la conquista y la colonización, pero además por la
valoración del pasado cultural heredado de España en el que se expresan los valores del auténtico
progreso de la civilización española. La vuelta a la barbarie de la mediocridad lingüística, propia de la
vulgarización comercial del siglo XIX liderada por el liberalismo decimonónico, en la que se satisface el
deseo del vulgo y no la esencia de lo artístico y del arte, evidencia esa reacción romántica en Caro que
tiene como fundamento histórico literario la amargura con que Goethe en su prólogo al “Fausto”
explicó al reflexionar sobre la relación entre el teatro y el vulgo: “Lo que relumbra nació para el instante
presente; pero lo auténtico no queda perdido para la posteridad. ”22
Civilización o Barbarie fue la polémica que se suscitó a lo largo del siglo XIX y en dicha disputa
se gestaron, como lo profundiza Carlos Rama en su libro “Historia de las relaciones culturales entre
España y América Latina en el siglo XIX”23, las contiendas entre americanistas e hispanistas en el
continente y se abrieron igualmente las sendas que definirían los rasgos de los liberales y los
conservadores hispanoamericanos. Esta controversia que fue enriquecida a través del pensamiento de
Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento24, se acentuará en Caro con los mismos motivos y
propósitos, esto es, el problema del idioma y la educación. Al enfrentar Caro a los liberales a través de
la prensa, sus escritos y ensayos se orientaron a recuperar lo que bajo el título de “Ideario Hispánico”25
se recopiló en un librito bajo el amparo de la época de reacción conservadora en Colombia de la mano
de Laureano Gómez (1950-1953).
Justamente uno de los capítulos del libro de Carlos Rama ya citado sobre las relaciones
culturales de España e Hispanoamérica en el siglo XIX, se dedica a explorar el problema de las
relaciones entre los americanistas y los hispanistas en el marco de las disputas ideológicas y políticas de
la herencia española. Rama, citando a Rafael Núñez y a Miguel Antonio Caro, explica el porqué de la
reacción conservadora de ambos referido a los problemas que habían dejado las revoluciones de
independencia:
“España perdió toda su influencia en el mundo a tanta costa conquistado por sus armas, y ese
mundo, además, quedó, en cierto modo, sin brújula en el nuevo derrotero que marcó a sus destinos su
repentina segregación política de la madre patria. Tuvimos que buscar consejos y protección fuera de
nuestro histórico centro. Y no ha sido el menor de los daños que nos hizo experimentar la segregación
absoluta, el habernos visto fatalmente obligados a prohijar teorías de gobierno muy poco conformes
con nuestra constitución tradicional; constitución que debe ser el punto de partida, y aún la base de las
instituciones escritas.”26
Caro consideró a los liberales en el marco de la política pero más aún en el de la cultura y la
educación como los promotores de una dislocación de la sociedad colombiana a quienes vindica. No
21 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Obra Selecta. p. 36.
22 GOETHE, J. W. “Prólogo. Escena primera. En el teatro”. Fausto. Barcelona: Círculo de Lectores. 1980. p. 62.
23 RAMA, Carlos. Historia de las relaciones culturales entre España y América Latina en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura
Económica, 1982.
24 Rama dedica un extenso capítulo a descubrir los contenidos del debate entre Bello y Sarmiento y cómo ésta discusión será una
fuente en las contiendas ideológicas que marcarán los acentos entre los americanistas e hispanistas o entre los liberales y conservadores.
Ibid. Pp. 23-67.
25 CARO, Miguel Antonio. Ideario Hispánico. Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana, 1952.
26 Ob. Cit., RAMA, Carlos. Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina en el siglo XIX. p. 105.
solamente los llama culpables y enemigos absolutos, sino también recurriendo a metáforas
descalificadotas los trata como impíos, anárquicos, masones, jacobinos, revolucionarios e incluso
traidores de la patria. Como contrapartida a los contenidos ideológicos del liberalismo colombiano que
había elaborado Caro, los liberales del “olimpo radical” comprendían que su esfuerzo de modernidad
trazado a través de una serie de reformas encaminadas primordialmente a promover en los más amplios
campos de la sociedad la libertad, no figuraba para los liberales como exaltación de una labor misional,
sino más bien, era la exigencia de una trayectoria histórica del continente hispanoamericano que en su
curso de normalización a través de un proceso de integración mundial, dependían de las dinámicas del
mercado y se extendía a los diversos escenarios de la organización de la sociedad.
Aunque fueron muchas las contradiciones históricas las que frustraron el discurso liberal
hispanoamericano del siglo XIX, entre ellas la de reconciliar un proyecto de reforma social y política
con vínculos y prácticas propias del mundo tradicional, los liberales decimonónicos no concebían que
su programa de transformación social se hallara cercano a la obstinada y ciega reverencia con que los
conservadores tradicionalistas hispanoamericanos pretendían mantener y preservar el legado español.
Las diferencias se hallaban en la explicación y en la comprensión de los factores históricos que llevaron
a la conquista y a la colonización, pues, a diferencia de los liberales los conservadores se entendían
como restauradores, esto es, como “celadores” de las estructuras básicas de la sociedad
hispanoamericana, además de portar el derecho natural y sagrado de impedir los cambios abruptos que
ideologías como el liberalismo progresista del siglo XIX habían desatado en el continente socavando
incluso los fundamentos del desarrollo en Hispanoamérica.
Nada reveló más la insolencia liberal para los conservadores cuando explicaban de qué modo
comprendían ellos la devoción conservadora por España. Al explicar el sentido de la tradición y su
importancia en la restauración y reorganización de la sociedad, los conservadores consideraron que el
sistema social del imperio español heredado de la colonización y la conquista no fue un capricho de
dominación y de poder que se asentaban para sostener de manera estática una casta de privilegiados,
sino más bien, fue designio de una ingeniosa labor de civilización cuya prueba contundente se cifraba
en las glorias del heroísmo medieval transmitidas a través del lenguaje castellano. Así concluye Caro en
uno de sus apartes del “Discurso sobre el uso en sus relaciones con el lenguaje”, la relación entre
España y el lenguaje que sustenta como una misión cuya labor constituía un derecho natural que
aunque anclado en el pasado, restauraría los vínculos primarios de la herencia española. Por eso
afirmaba en la polémica idiomática:
“Mas con la lengua de Castilla se ha verificado un fenómeno que no tiene ejemplo en la historia:
que habiéndose extendido por derecho de conquista a remotos y dilatados territorios, ha venido a ser
lengua común de muchas naciones independientes. De ser hermanas blasonan las Repúblicas de la
América Española, y ora amistosos, ora sañudos sus abrazos, serán siempre, si en paz, hermanas, y si en
guerra, fratricidas, anverso y reverso de un parentesco fundado en una común civilización, y estrechado
por vínculos de los cuales la unidad de la lengua no es el menos poderoso. De inmensa importancia es,
por razones obvias, la conservación de esa unidad hermosa; pero no hay probabilidad de que ninguna
de las capitales de las naciones que recibieron el castellano como herencia común, adquiera un punto de
lenguaje título de primacía por consentimiento unánime de las demás, “el continente
hispanoamericano”, ha dicho el célebre geógrafo Eliseo Reclus, “se jacta de tener varias Atenas, entre
ellas dos principales, una al Sur, otra al Norte – Buenos Aires y Bogotá. ¿Y convendría en aceptar lugar
secundario Méjico, la que engendró a Alarcón y crió a sus pechos a Valbuena? ¿Quedaría postergada
Caracas, la magna parens virus, que con sólo el nombre de Bello oscurece constelaciones de nombres
gloriosos? ¿Rendiría parias a nadie la orgullosa Santiago, centro floreciente de riqueza y de
ilustración?”27
27 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Obra Selecta. p. 39.
2. Españoles y Americanos: herencia y unión de una misma raza.
Para darle unidad al proyecto de la "Regeneración", Caro apeló a la noción de la tradición. En
ella vio un rasgo común de españoles y americanos, un pasado común. Ese pasado común se expresó
tanto en el habla como en las costumbres heredadas de la "Antigua patria" o de la "Madre Patria",
como prefirió Caro denominar al cuerpo político de la nación. En la idea de "patria" se enlazó como
asunto de hermandad tanto la España sojuzgada por las Revoluciones de independencia como también
las nuevas "Repúblicas Americanas" herederas de esa causa misional que se entendió como la
"búsqueda de un destino propio" en la que se expresó la experiencia acumulada de la heroicidad. Para
Caro, las revoluciones de independencia de América tuvieron un trasfondo común, el heroicismo que
fue legado de la conquista y la colonización española, enmarcadas a partir de los proyectos de
expansión y de cruzada de la Edad Media28.
En España y en Hispanoamérica, las figuras libertadoras fueron objeto de discriminación como
de exaltación. Fueron vistos como hijos de España, según el lente conservador, o como mejor lo
describió Caro, españoles americanos. Como lo hace destacar Carlos Rama en su obra citada, en su
capítulo “La crisis de la emancipación”, el criollismo descolló como elemento de autonomía
inicialmente cultural, luego pasó a engrosar el proyecto político de la emancipación29. Para los liberales
eran simplemente criollos, nacidos en suelo americano, eran los contradictores de una raza, de una
cultura y de una civilización. La polémica por los héroes libertadores, por una nueva generación de
luchadores y ante todo de revolucionarios se contradecía con la noción de tradición que intentó Caro
revalorar y restaurar. En sus ensayos, especialmente en el escrito sobre la figura de "Simón Bolívar"
como libertador, Caro no lo captó como precursor de las libertades americanas sino como continuador
de la figura del héroe-salvador que en la concepción política de Caro encarnó en el caballero, el hidalgo
medieval de las tradiciones aventureras de los siglos XIV-XV.
Una de las polémicas que abrían así las relaciones entre España e Hispanoamérica para Caro se
orientaría a desacreditar la ruptura y la distancia racial que provocaban las denominaciones criollo,
revolucionario americano o libertador. Por eso la polémica que enardeció la interpretación de la
“independencia de América” se refería no solamente a la procedencia de los hijos de la revolución sino
también sus nexos raciales y culturales30. En España fue malentendido siguiendo con el escrito sobre el
libertador la estrofa que Caro escribió al llamar al libertador “Simón Bolívar” como el "vengador de los
Incas"31. Para Caro, la recepción de su poema sobre el "Libertador" no ofrecía en su percepción una
especie de retaliación frente a la "madre España", por cuanto, no se pretendió estimar allí, la tensión
entre raza española conquistadora y raza indígena sometida. Para Caro no existió ninguna diferencia
entre las generaciones, entre españoles y criollos y mucho menos entre raza vencedora y raza vencida.
La noción de raza no la empleó Caro en su dimensión política de dos entornos contradictorios;
lo hispánico y lo criollo americano, sino que la construyó a través de la dimensión cultural, en la que se
mueve una proporción continua de respaldo y de elemento común, que identifica una misma tradición
que se conformó básicamente a través del habla - el idioma - y las creencias religiosas. Esas bases
comunes no podían considerarse como vínculos rotos por el proceso de emancipación independentista,
período que cubrió los años de 1810 a 1823. El enlace más fructífero entre las dos culturas ha sido
designado por el vínculo que contiene la tradición, es decir, por encima de las contingencias de las
"Revoluciones de Independencia". Los elementos culturales de la tradición, costumbres, creencias,
habla, entre muchas otras, se impusieron por encima de cualquier representación política y cultural que
haya pretendido superar lo originario y primigenio de la presencia española en Hispanoamérica. Por eso
28 José Luis Romero ha señalado justamente este talante en el proyecto de conquista española, en la que las luchas religiosas en el
marco de las cruzadas contra los impíos (judíos y moros) permitió construir una imagen del tipo de héroe en la que se cruzaron los valores
religiosos con la practicidad bélica de la lucha y de la batalla permanente, asunto histórico que se repetiría en circunstancias cambiantes en
el “descubrimiento” del nuevo continente, esto es, América. Véase, ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. México: Siglo
XXI, 1976.
29 RAMA, Carlos. “La crisis de la emancipación”. En: Historia de las relaciones culturales entre España y la América Latina. México:
Fondo de Cultura Económica, 1982. Pp. 23-58.
30 Para un examen de las vivas polémicas sobre la raza y su relación con las dinámicas de la revolución, de nuevo Carlos Rama ha
dedicado un capítulo en especial donde destaca el lenguaje y las implicaciones que este debate tuvo en el siglo XIX. Historia de las relaciones
culturales entre España y la América Latina. México, Fondo de Cultura Económica, 1982. Pp. 67-103.
31 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Ideario Hispánico. p. 10.
el "Bolívar" libertador de Caro no fue un "Revolucionario" que buscara la ruptura con España, sino
más bien, fue un "Héroe" prolongado de las aventuras y los riesgos del típico caballero medieval.
De este modo, Caro no defendió la "Independencia" como la realización de una ruptura política
y cultural entre dos razas en contienda, sino más bien, las guerras de independencia fueron según él
"Guerras civiles" provocadas en la interpretación de Caro como acontecimientos equívocos por su
naturaleza, esto es, como un error de juventud, de la inmadurez de un pueblo, o dicho en términos de
Caro, producto de la rebeldía de los "hijos" frente a su madre. "Rebeldía" significó en Caro,
insubordinarse, pero no "Revolución" como quiebre de las estructuras políticas, sociales y culturales de
la raíz común. Si la "Revolución" no fue ruptura, entonces ¿Qué fue para Caro o cómo la construyó?
Es necesario continuar con la percepción del "libertador".
En su poema lo presenta como representante de la raza prolongada en el suelo americano:
“¿Fue nuestra guerra de independencia pavoroso desastre procurada por el deseo de romper con la raza
conquistadora?”32. La enojosa polémica que desató Caro al desacreditar la independencia como proceso
de ruptura y de desvinculación, lo llevó a negar de manera tajante cualquier tipo de comprensión
histórica que veía en la “Revolución de Independencia”: una innovación histórica de una nueva raza,
una construcción histórica de una nación y de unas costumbres alejadas de la trama heredada de la
antigua España. Para lograr deslegitimar el proceso de independencia como ruptura cultural Caro se
centró en la polémica sobre la conquista y la colonización de América.
En ese contexto se dirige Caro a destacar uno de las personalidades más representativas de la
elite ilustrada de la época preindependentista hispanoamericana, Andrés Bello. En su ensayo titulado
“Andrés Bello. Estudio biográfico y crítico” (1881) comienza con una valoración de Bello en la que lo
presenta como hispanista, católico, tradicionalista y clasicista33. Bello, artífice de lo que se ha conocido
como “arquitecto de América”, en las manos de Caro, figura entre las mayores inteligencias de
Hispanoamérica. Entre otros lo coloca en la dimensión de Alberto Lista –tan amigo de Blanco White- y
reconstruye su trayectoria intelectual partiendo de sus contribuciones a la lengua castellana y a la
preservación de la cultura española. Caro sitúa a Bello en el plano de sus contribuciones diplomáticas
que lo explica como continuador de una tradición de pensadores hispanoamericanos, “colocándole en
lugar preeminente entre los escritores americanos, acredita el instinto artístico y sentimiento de la
belleza que reina en estas regiones, donde ya desde la conquista hubo poetas que enseñaron, y a modo
de tradición legaron el culto de las musas.”34
Caro quiso mostrar con este estudio el puesto de Bello tuvo en la conservación de la tradición
española y su propósito fue sustentar que la polémica desatada a raíz de los problemas que acentuaron
las revoluciones de independencia en Hispanoamérica entre liberales y conservadores sobre le herencia
de la cultura española, no fue para Bello incitar a la negación de la influencia cultural ibérica como
quedó demostrado por sus diversos esfuerzos intelectuales. Más bien Bello coloca en un justo término
histórico los procesos que determinaron fatalmente la separación entre España e Hispanoamérica.
Luego de hurgar por las obras principales de Bello, las de crítica literaria, las del orden de la gramática,
las del derecho y la reflexión política, las de la universidad entre muchas otras, se centra Caro en una de
las citas que hace de Bello un auténtico hispanista, vale decir, la que escribió en sus “Temas de historia
y geografía” de sus obras completas. Cita Caro del pensador caraqueño, de la famosa polémica con
Lastarria:
“Sentimos mucha repugnancia para convenir en que el pueblo de Chile, y lo mismo decimos de
los otros pueblos americanos, se hallase tan profundamente envilecido, reducido a una tan completa
anonadación, tan destituido de toda virtud social como supone el señor Lastarria. La revolución
hispanoamericana contradice sus asertos. Jamás un pueblo profundamente envilecido fue capaz de
ejecutar los grandes hechos que ilustran las campañas de los patriotas. El que observase con ojos
filosóficos la historia de nuestra lucha con la metrópoli, reconocerá sin dificultad que lo que nos ha
hecho prevalecer en ella es cabalmente el elemento ibérico.”35
32 Ibid. p. 24.
33 Ob. Cit., CARO, Miguel Antonio. Obra Selecta. Pp. 135-192.
34 Ibid., p. 139.
35 Ibid., Pp.148-149.
3. Conquista y colonización de América: ¿Civilización o barbarie?
Pero la desacreditación de las “Revoluciones de independencia” como rupturas político
culturales hizo necesario que en el pensamiento conservador se acentuara la verdad histórica de lo que
significaba España para los hispanoamericanos. De allí que el tema que en el fondo seguía a la discusión
de la independencia del continente frente a la influencia española, fuese el de la conquista y la
colonización. De modo, que entre los aspectos sociopolíticos que destaca a la figura del conservador en
Hispanoamérica, el tema de la conquista y de la colonización fue central, no exclusivamente como
examen de la herencia adquirida sino más bien como punto para comprender los procesos de cambio y
de transformación de las ideas y de las instituciones que le dieron estructura a la sociedad e identidad al
continente hispanoamericano. Caro escribió un prólogo al libro de Lucas Fenández de Piedrahita, obra
titulada “Historia General de la Conquista del Nuevo Reino de Granada” donde evaluó el significado
histórico y cultural de la conquista y posterior colonización de los españoles en el territorio americano.
Como percepción positiva y recurriendo al historiador Tomás Babington Macaulay, elaboró su
disertación al sostener que a diferencia de otros procesos de colonización imperial sucedidos en los
siglos XVIII y XIX, la colonización española en América cobró el mayor interés por sus consecuencias
históricas y políticas como por sus expresiones diversas en lo cultural. Caro señaló entonces que la
colonización de América llevada a cabo por la cultura hispánica fue un caso ejemplar por las
experiencias que se presentaron allí, además de recalcar que fue una obra de civilización y no de
barbarie y destrucción como la interpretó el ideario liberal hispanoamericano.
La Conquista de América se constituyó en un punto de referencia fundamental en la imagen de
España en Miguel Antonio Caro. Al iniciar su polémico artículo sobre “La Conquista”, prólogo del
libro de Lucas Fernández de Piedrahíta, Caro trató de reinterpretar la España medieval y los valores que
se constituyeron a partir de la defensa de la religión cristiana en el marco de las luchas religiosas y de
las disputas políticas que ellas contenían. Sobresale la manera como el texto de Caro inicia su discusión,
al recurrir al historiador inglés, Macaulay, en quien reposa la idea que estima la “Conquista de España
en América” como un acontecimiento que supera muchos otros procesos de colonización en el siglo
XIX. El interés de la “Conquista hispánica” es valorado por este historiador como un acontecimiento
internacional que pocos habrá que no reconozcan en ella su incidencia universal. Entre las ópticas que
escoge Caro para resaltar la atracción que ofrece la Conquista española de América se haya básicamente
su variedad en términos de relaciones y resultados históricos pero ante todo, la peculiaridad de un
fenómeno histórico contradictorio, porque como lo expresó Caro:
“La conquista de América ofrece al historiador preciosos materiales para tejer las más
interesantes relaciones; porque ella presenta reunidos los rasgos más variados que acreditan la grandeza
y poderío de una de aquellas ramas de la raza latina que mejores títulos tienen a apellidarse romanas: el
espíritu avasallador y el valor impertérrito siempre y dondequiera; virtudes heroicas al lado de crímenes
atroces; el soldado vestido de acero, que da y recibe la muerte con igual facilidad, y el misionero de paz
que armado sólo con la insignia del martirio domestica los hijos de las selvas y muchas veces rinde la
vidas por Cristo”36.
La observación histórica de la “Conquista” de España en América es positiva en Caro a la luz
del esfuerzo de civilización que logró allí el catolicismo, dando unidad a un territorio baldío,
inarticulado y en general, anárquico. Dicha revelación de los resultados de la colonización hispánica
fueron herencia del esfuerzo católico y monárquico que comprendía imponer una civilización más
coherente y desarrollada frente a la inorgánica y fragmentada cultura indígena, que entre otras fue
incapaz de una resistencia uniforme en su expresión cultural, añadida por el peso histórico del espíritu
caballeresco medieval, acostumbrado a las luchas y batallas por la fe religiosa cristiana y por un amor
desmedido del vasallaje patriótico. Al sustentar la Conquista con la valoración positiva que expresa su
proceso histórico en América, Caro buscó desarticular el discurso liberal, el cual, para legitimar su
proyecto político reformista e incluso revolucionario, tenía que afirmase sobre el contenido negativo de
36 Ob., Cit., CARO, Miguel Antonio. “La Conquista”. En: Ideario Hispánico. p. 58.
la influencia española en nuestro suelo, de modo, que se unía a la emancipación política la autonomía
cultural.
Los rasgos conservadores de la historia, en la que no encuentra Caro ruptura explícita se centran
en su interpretación de la independencia, pues, si el discurso liberal se sustentó en las bases sociales de
la injusticia de la dominación colonial y dispuso una tarea de desprestigio de lo que en la historia de los
pueblos americanos implicó la influencia hispánica, fue para acreditar la legitimidad discursiva y política
de la emancipación con el proceso de independización que ello implicó. Conservador porque por un
lado en Caro se observa que en su noción histórica de la colonización hay una continuidad que hace de
la tradición española el fundamento histórico cultural de lo heredado con el presente, sin lugar a
rompimientos de los lazos o vínculos sociales o políticos. La cultura en su presentación vital entendida
como identidad o espíritu nacional sobrepasa cualquier contingencia política, sean las reformas, las
revoluciones o las anarquías que asolaron el suelo americano durante el siglo XVIII y XIX.
Aceptando el hecho ineludible de los procesos de emancipación independentista, desestima
Caro el proceso histórico natural que subyace a las ansias de libertad y lo coloca incluso como herencia
otorgada en el suelo de la madre España. Lo valioso de las “Revoluciones de Independencia” en
América no son en su conjunto valoradas por Caro como expresiones propias. En sus causas históricos
no se constituyeron por las contradicciones mismas que generaba una dominación considerada injusta,
sino por los equívocos heredados del mal gobierno en el suelo español. Desacreditar la voluntad propia
de la emancipación es reafirmar la dureza de la herencia otorgada desde España, es cauterizar el hondo
abismo que implicó el reconocimiento de la autonomía política que implicaba la independencia cultural.
Hasta en reconocer la independencia, Caro estima la influencia de España cuando afirmó:
“No de esfuerzos semejantes dio ejemplo nuestra raza en tiempos anteriores, ni menos a
principios de la presente centuria, cuando los peninsulares con mal entendido y tardío desengaño se
empeñaban en conservar las colonias de América, que los errores de su propio gobierno más tal vez
que el anhelo de sus hijos, les arrebataban para siempre de las manos. Dominados ello de ideas
filantrópicas en que los imbuyó el enciclopedismo francés, o creyendo que expiaban las culpas de
Corteses y Pizarros sin ver la viga presente en el ojo propio, sin considerar que la expulsión de los
jesuitas por Carlos III, y la propaganda volteriana de los consejeros y validos de aquel Monarca y de su
inmediato sucesor, eran los verdaderos errores que ellos estaban purgando, las causas que de cerca
determinaban la pérdida de las Américas”37.
Caro se revela así discípulo de Edmund Burke, para quien la revolución inglesa del siglo XVII
no fue una revolución sino una restauración. Los hispanoamericanos, en realidad, habían restaurado la
trama cultural perdida que los españoles mismos, por seguir extrañas ideologías afrancesadas,
amenazaban por arruinar. Como quedó arriba citado, en Caro se reveló esa doble circunstancia de la
herencia cultural y la tradición política, la independencia no se constituyó sobre la base de una
experiencia propia de liberación sino más bien estuvo contenida en la herencia de la ilustración y en las
reformas borbónicas llevadas a cabo en España por Carlos III38. Lo que significa que aún los elementos
y las circunstancias que parecerían propiamente del continente americano se justifican sobre el suelo
hispánico, en especial la coyuntura que va de 1808 a 1814, entre las invasiones napoleónicas y las Cortes
de Cádiz. En la obra titulada “Modernidad e independencias. Ensayos sobre las Revoluciones
hispánicas”39, específicamente en su acápite titulado “Revolución española y revoluciones americanas”,
Françoise Xavier Guerra indicó las causas y los antecedentes que movieron a la independencia del
continente americano. Tanto la invasión napoleónica, como la configuración de las Cortes de Cádiz
desataron la polémica sobre la representación política como de la soberanía en Hispanoamérica, de
modo que en ese contexto se alentaron no solamente las polémicas sobre la construcción de una nación
moderna bajo los referentes de un tradicionalismo jurídico sino también se desenvolvió la polémica
entre liberalismo y conservadurismo al calor de las influencias francesas, que para los
hispanoamericanos se avivaron en las lecturas y en la prensa española de la época.
37 Ibid., p. 60.
38 HERR, Richard. España y la Revolución del siglo XVIII. Madrid: Aguilar, 1971.
39 GUERRA, Françoise Xavier. Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. México: Fondo de Cultura
Económica, 1993. Pp.42-54.
De ahí que Caro desestimaba la versión negativa de la Conquista y refutaba las raíces
primigenias de la emancipación que se apoyó en el sentimiento de injusticia de una dominación de facto
que se regularizó en las instituciones coloniales. De modo que recuerda Caro: “... españoles
peninsulares y americanos, todos a una, aquende y allende de los mares, de buena fe a veces, otras por
intereses o por ficción, maldecíamos y renegábamos de nuestros comunes padres”40. La cultura es la
base del proyecto conservador y su recurrencia a la literatura y su relación con la historia permite
despreciar que las situaciones sociales o políticas se desenvuelvan bajo la furia imperiosa de la razón
humana, porque antes que cualquier contingencia humana, la vida del hombre discurre bajo un designio
anterior y primigenio, el divino, de modo que incluso, el carácter emancipador en Caro es muestra más
del suelo español, esto es, más de la España del siglo XVI que de la España decimonónica.
La exaltación de la España medieval en contra de la España decimonónica se debe a la pérdida
de su originalidad y sustancia histórica causada por las influencias extranjeras, propiamente francesas
contenidas en el legado de la ilustración y en las influencias ideológicas de la Revolución de 1789. El
retorno al vigor y a la fuente de lo auténticamente español evidenció la decadencia y el eclipse de ese
imperio cuya grandeza definió el destino del continente americano, pese a que en las circunstancias del
siglo XIX, ya cantaban como lo cita Caro, el ecuatoriano Olmedo y el peninsular Quintana41, la
desgracia del declive imperial español. La independencia se fraguó a los ojos de Caro no solamente en la
incapacidad de reconocer la importancia de la conquista y la colonización como procesos de la
civilización, sino también, por las circunstancias en que España se liberalizaba del poder monárquico
por obra de las influencias extrajeras en las ideas, más propiamente por su afrancesamiento.
Lo que explica que en Caro el interés de recobrar lo que de sólido tuvo la cultura española y
demeritar los alcances de las ideas foráneas –francesas e inglesas– en el proceso de emancipación
política de la dominación española fuese el rasgo más definido de su proyecto regenerador. Al
desprestigiar la obra de la colonización americana por España se cimentaron las bases de la
emancipación de los latinoamericanos, comenta Caro y añade que ese esfuerzo de deslegitmar la
colonización sirvió a un mismo tiempo para ir en contra de las raíces hispánicas en todas sus
expresiones sociales. Caro manifiesta la importancia que el descrédito de la colonización lleva para la
conservación de las raíces históricas españolas en América: Cita así a Martínez de la Rosa y a Camilo
Torres en quienes encontró los ensayos históricos que continuaron la obra de división entre españoles y
americanos: de allí que convenga en reparar que “Dijérase que españoles europeos y americanos, no
contentos desde los albores de 1810 con despedazarnos y desacreditarnos recíprocamente, sólo nos
dábamos la mano en el común empeño de ahogar las tradiciones de nuestra raza, y que con desdén
altivo, y aun con lágrimas que hacíamos alarde de verter (1) (y que si alguno las vertió realmente, mejor
se hubieran empleado en llorar pecados propios), aspirábamos a borrar, si posible fuese, los orígenes de
la civilización americana”42.
Si bien, los orígenes intelectuales de la Revolución de Independencia hispanoamericana se
desplegaron de las influencias francesas de la ilustración y el liberalismo como también de las
implicaciones que tuvieron los procesos políticos de emancipación de Norteamérica. Especialmente,
llama la atención cómo Caro, aunque reconoció la virtud de las inteligencias españolas de la ilustración,
en quienes representaron el esfuerzo por establecer la modernidad en su pueblos, fijó su mirada en la
deplorable, ingrata, censurable y hasta degenerada situación política de los americanos, que en últimas al
renegar de sus orígenes españoles, de las fuentes españolas ya no construyen desde esa óptica un
nacionalismo sino más bien lo que se expresaba era un antipatriotismo. Dicho antipatriotismo hace a
Caro a recurrir a Juan Valera, quien en su “Discurso académico de contestación al señor Menéndez
Pelayo” muestra ya en España cómo el desprecio de la tierra y la raza, las modas extranjeras en las ideas
y la postración por la autonegación propia ha conducido a la España decimonónica no exclusivamente a
la decadencia pero si completamente a la ruina espiritual.
La ruina y la decadencia española influyeron en el proceso político de la emancipación
americana, pero justamente lo que hizo que se negaran las herencias hispánicas en suelo americano
fueron por una parte la evaluación negativa de la conquista y la colonización española, todas ellas
40 Ob. Cit. CARO, Miguel Antonio. Ideario Hispánico. p. 61.
41 Ibid., p. 61.
42 Ibid., p. 62.
realizadas en el menosprecio de las obras que se dedicaron a examinar la unión de los dos mundos,
como de otra parte fue la decadencia de España por el influjo de las ideas extranjeras especialmente las
del enciclopedismo francés –el llamado afrancesamiento- que inundó las mentes y las ideas de españoles
heterodoxos y que siguieron el ritmo de la evolución histórica del liberalismo y la modernidad en
Europa.
En contraste acepta Caro que fue en el ataque a la conquista española donde se desarrollaron las
actitudes políticas de la emancipación americana, pero sin embargo, cita a historiadores españoles y en
particular a la labor de la Real Academia de la Historia43 por su empeño de restituir la verdad histórica
de la conquista y la colonización española, esto es, haber sido un proceso de civilización, un esfuerzo de
integración mundial entre dos continentes. Curiosamente, menciona el conservador colombiano que los
méritos y el mayor esfuerzo por valorar de manera positiva la conquista y la colonización española
provinieron de los americanos, aunque esas personalidades no fueron ni latinas ni católicas, sino más
bien heterodoxas. Pero ese rescate de la colonización española por americanos heterodoxos no restaba
justificación sino demostraba la fuerza de la civilización española en América, el ser reconocida por los
historiadores sajones Irving, Prescott, Ticknor, entre muchos otros.
No es de olvidar, el interés por la colonia, pese a lo dicho por historiadores ingleses. Comenta
Caro, complementariamente, la valoración que ha adquirido la literatura hispanoamericana, en los
nombres del mexicano García Icazbalceta; del colombiano Vergara y Vergara; de ecuatoriano Herrera y
del chileno Medina, quienes según la consideración de Caro han logrado reunir valioso material y
fuentes archivísticas, obteniendo un lugar de prestigio entre los colonialistas americanos. La valoración
de la colonia como un evento desastroso y deplorable entre los americanos no constituyó una
apreciación justa ni menos una verdad histórica, lo que hace que el conservador trate de concebir que
en el terreno del trabajo científico, más que plegarse a la opinión general y vulgar es necesario -en la
reconstrucción de las formaciones nacionales americanas bajo la perspectiva de la influencia española-,
la acumulación de fuentes y de información pero ante todo la imparcialidad en el tratamiento de los
testimonios. También lo había insistido Bello años antes.
Lo que hace que se supedite el hecho, el acontecimiento y los fenómenos políticos a la
consideración cultural. Para poder desentrañar las causas de la independencia se debe recurrir a la
investigación histórica y a la polémica espiritual y cultural de los pueblos, de este modo era más
pertinente preservar el legado español y su rescate de las contingencias que determinaron el ciclo de las
revoluciones latinoamericanas en el siglo XIX. Con lo anterior fue muy claro que al contrastar la
opinión común, la erudición sea el camino básico de la formación de la historia y de las literaturas
nacionales44. Dicha erudición se hallaba en la reinterpretación de los acontecimientos y los sucesos de la
conquista y la colonización no solamente para legitimar la figura del intelectual en el poder sino una
idea simbólica y cultural de la nación. Por eso llegó Caro a concebir que, tras el esfuerzo de la
reconstrucción de los hechos históricos bajo la la premisa de la imparcialidad, se desprende un modo de
observar y de tratar los acontecimientos, con lo cual se centra en el debate sobre la figura de los
conquistadores:
“Por eso debemos recibir como marcados con la estampa de la más pura imparcialidad los
testimonios que ofrece a favor de aquellos a quienes Quintana llamó, y muchos con él, bárbaros y
malvados. ¿Quién era el conquistador? ¿Eran todos los aventureros gente vulgar, criminal y vagabunda?
Más bien pertenecían al tipo del caballero andante de los siglos heroicos”45.
Al abordar esa necesidad histórica de la erudición para desterrar la opinión común que subyacía
al entendimiento popularizado de las razones históricas de la conquista y la colonización españolas,
Caro aseguraba la continuidad de un proceso entendido como peculiar por sus características y en
especial por su honda civilización, la del descubrimiento y la colonización de América por los
españoles. Los presupuestos culturales se encuentran arraigados no en la valoración extendida por el
liberalismo secular que entendía la colonización como consecuencia de un mundo decadente que se
43 Ob. Cit. CARO, Miguel Antonio. Obra Selecta. Pp. 7-46.
44 Ob. Cit. DEAS, Malcolm. Del poder y la gramática. Pp. 24-60.
45 Ob. Cit. CARO, Miguel Antonio. Ideario Hispánico. P. 68.
valió de la religión cristiana y de su poderío para saquear los territorios del nuevo continente46, sino más
bien, en la explicación histórica de una continuidad y de una tradición que se explica por las
circunstancias históricas del heroísmo medieval caballeresco47.
Nada justificó el exceso, la aventura, la explotación, el saqueo y la acumulación como el del
cruzado que en defensa de la religión trastocaba los valores de lealtad y de honor por los del combate,
la guerra, la lucha y las crueldades más inusitadas. En defensa del tipo humano que provino de España a
América, con todo lo que significó la ocupación y la invasión de nuevos territorios, la obra se centró en
un proceso de civilización, que establece la tensión entre pueblos desarraigados en un nivel histórico de
la barbarie, esto es, sin historia ni identidad, y pueblos que han adquirido conciencia de sí mismos por
lo heredado en el pragmatismo histórico de la conquista y la colonización, esto es, el auténtico y único
valedero proceso de construcción de la identidad. Civilización contra la barbarie: ha de entenderse de
ese modo la conquista y la colonización de América, como de nuevo lo muestra Caro:
“Y sin embargo de la verdad que envuelve esta última consideración, el conquistador
propiamente dicho puede considerarse como el brazo secular, como la parte material de la conquista
misma. Tras estos zapadores robustos y a par de ellos corrieron sin ruido los vientos de la civilización
cristiana que sembraron la semilla evangélica en el suelo desmontado. ¡Qué legión de misioneros
apostólicos! ¡Qué rica santidad, qué fecunda enseñanzas y ejemplos nuestra historia eclesiástica,
olvidada y por explotar aún, en gran parte, en las crónicas de las Ordenes religiosas!”48.
Citando en varias ocasiones la obra de Prescott sobre la “Conquista del Perú”, Caro señaló dos
enseñanzas de la importancia de la imagen de la colonización de España para los hispanoamericanos,
ante todo, la riqueza del material en las que subyacen las más variadas posibilidades para ejercitar la
escritura, y en especial, el tratamiento de las fuentes y las informaciones que se desplegaron sobre ese
acontecimiento histórico universal. Lo que se deduce de lo anterior, las imágenes de España en el
pensamiento político del conservador han de ser consecuencia de un esfuerzo meditado y reflexionado
en la que se acumulen adecuadamente los materiales y se logre captar sabiamente sus causas y
consecuencias, con lo cual se evita la opinión vulgar y común, la que haciendo carrera se ha convertido
en prejuicio o en costumbre general.
Profesor.
Departamento de Sociología.
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.
Universidad de Antioquia.
Medellín-Colombia
Este ensayo es producto de la financiación y apoyo de la Fundación Carolina de España en el marco de
la investigación “Política e intelectuales. La imagen de España en Hispanoamérica en los siglos XIX y
XX”.
46 ROMERO, José Luis. “El Liberalismo Latinoamericano”. En: Situaciones e ideologías en América Latina. Medellín: 2001.
47 Ob. Cit. CARO, Migeul Antonio. Ideario Hispánico. p. 69.
48 Ibid., p. 70.

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