viernes, 17 de diciembre de 2010

El intelectual y el positivismo

69
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
 Nelson J Chacón*
El intelectual y las ciencias:
Ignacio Espinosa y el positivismo**
The purpose of this article is to expose the work of Ignacio Espinosa, an intellectual liberal of the nineteen century,
understood from three specific ways: its relationship with the intellectual group that determines it, the positivism that
promulgates, and the form that builds its works, bound to some local mechanisms that facilitate construction of knowledge.
We will analyze the content of its more recognized works as positivists, without separating from this exercise, the
way that these are product of a tradition and of some social factors that generate the credibility and the authorization to
make statements and to speak on behalf of the science.
Resumen
El objetivo de este artículo es exponer el trabajo de Ignacio Espinosa, intelectual liberal del siglo XIX, entendido desde
tres variables específicas: su relación con el grupo intelectual que lo determina, el positivismo que promulga, y la forma
en que construye sus obras, ligado a unos mecanismos locales que posibilitan construcción de conocimiento. Analizaremos
el contenido de sus obras más reconocidas como positivistas, sin separar de este ejercicio la forma en que éstas son
producto de una tradición y de unos factores sociales que generan la credibilidad y la autorización para hacer afirmaciones
y hablar en nombre de la ciencia.
Intellectuals, Ignacio Espinosa, Positivism, Knowledge, Science.
Palabras clave
Intelectuales, Ignacio Espinosa, positivismo, saberes, ciencia.
I. Un escrito póstumo
En 1903 aparece en el diario liberal El Estudio un
apartado dedicado a la memoria del abogado Ignacio
V. Espinosa, uno de los intelectuales más renombrados
de la última generación de liberales del siglo
XIX. Su muerte había tenido lugar en Bogotá, el 24
de agosto del mismo año, y fue labor de un compañero
suyo de estudios, Ambrosio Robayo, redactar
el texto al que haremos referencia.
Este “homenaje póstumo” de tan sólo dos páginas es
lo más cercano a una biografía de Ignacio Espinosa;
nos habla de algunos aspectos de su vida, ubica su
pensamiento dentro de un perfil particular y, asimismo,
nos ayuda a comprender el ideario de un grupo
de intelectuales decimonónicos ubicados dentro del
“ala liberal” que hablaban en nombre de la ciencia y
el conocimiento, grupo al cual Espinosa perteneció.
Sobre él, su compañero Robayo dice:
“A la explosión, a la vez de dolor y amor, que la
muerte de Ignacio V. Espinosa ha producido en
este centro social, unimos las voces de nuestra
pena, que rompe hoy su silencio en oblación a su
memoria, memoria que preservan del olvido dos
* Historiador, Universidad Javeriana. Estudiante de Maestría de Historia en La Universidad de los Andes. Miembro del Grupo de Investigación
de la Universidad Javeriana “Saberes, poderes y culturas en el siglo XIX”. Correo electrónico: n-chacon@uniandes.edu.co
** El presente artículo es resultado de la investigación “Ignacio Espinosa y la introducción del positivismo en Colombia”, parte del
proyecto “Los métodos positivistas en Colombia, siglo XIX”, financiado por la Vicerrectoría, Pontificia Universidad Javeriana.
Abstract
Key words
70
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
deidades que ahora y siempre velarán al pie de su
sarcófago. La gratitud a su obra y la veneración a su
nombre”1.
Detrás del personaje homenajeado ya existe una obra,
a la que el mismo Robayo hará referencia más adelante,
y un legado que le permitirá no ser olvidado.
Su trabajo como intelectual hace parte del de una
generación de hombres que logran aportes a la ciencia
y al conocimiento en una coyuntura histórica particular,
que al momento del escrito, empieza ya a
diluirse, a terminarse. Las manifestaciones de nostalgia
por la otrora época liberal se hacen evidentes:
“Fue Ignacio Espinosa una de las cabezas salientes
en las generaciones que se formaron durante
la hegemonía liberal-1861-1884- hegemonía en
que no hubo proscripción sino para la regresión y
el dolo, pero que se vio alevemente obstruida en
su obra de liberación y en sus prospectos de grandeza
futura, por una reacción siniestra, evocadora
de tanta ruina, tiniebla y vergüenza, que muchos
ciclos pasarán, además del oscuro y angustioso
en que vivimos, sin que se hayan borrado huellas
funestas que señalan su paso...”2.
La ciencia y el conocimiento que eran patrimonio del
señor Espinosa se avalan como posibles cuando sus
desarrollos van de la mano con un escenario político y
un grupo intelectual que lo soporte. El desarrollo de
una idea de nación en perspectiva liberal-laica era el
fundamento de un grupo como élite liberal3; ellos concebían
un plan total que en gran medida fue diezmado
por sus fracasos de la década de los ochenta del siglo
XIX, pero que había marcado un rumbo con iniciativas
políticas, publicaciones, ensayos entre otros y que
había construido un pensamiento local, basado en la
idea de ciencia y progreso. A este tipo de estrategia
político-intelectual se deben a su vez, la formación de
los intelectuales y los cimientos de sus ideas.
Espinosa se había distinguido entre la comitiva académica
por ser profesor en las universidades liberales
en el momento más definitivo para la era radical.
Era un difusor de las ideas de un grupo político en
acción, pero era también un “producto” de esa ideología.
Su labor tenía un valor inmenso, mucho más
allá de una simple actividad en el profesorado; había
llevado a cabo una labor de patria y de ciencia hasta
el momento de su muerte. Prácticamente nació para
una misión “moralizante” de la educación y proyectó
una “ración de luz” y de “libertad” que se había
desvanecido en la patria hacía ya tiempo, por causa
de un nuevo “régimen nefasto”. Su “biógrafo” y amigo
Robayo, reseña su actividad en las aulas como
cargada de vocación “desinteresada” y como un acto
de fe en el conocimiento:
“Con la fe, pues, con la decisión de un sacerdocio,
siguió Espinosa esta inclinación de su espíritu. Sus
biógrafos han recordado sus conferencias en la
escuela nocturna para obreros en 1880; sus faenas
de institutor luego en las escuelas normales,
antes de principiar sus estudios profesionales, con
lo que queda dicho que, siendo casi un niño, empezó
su magisterio docente. Elevose después en
éste hasta ocupar, en institutos liberales, altas asignaturas
científicas, y esto es expresar que con ello
se afilió entre los beneméritos de nuestro avance
intelectual, cima a donde envía la póstuma glorificación
sus resplandores más vívidos, porque se
sustenta en el campo donde mejor ejerce el deber
su misión dignificadora. Quien sirve a la instrucción
popular lleva un rayo de luz al alma de los
desheredados, y ese rayo es precursor de otro de
libertad que, con base tan fecunda, no se hace esperar
demasiado”4.
La labor académica de Espinosa no sólo se remitía a la
enseñanza y el profesorado; Robayo lo proclama como
un conocedor de las últimas teorías científicas y filosóficas
y lo presenta como un cultivador de la filosofía
positivista, concretamente de Herbert Spencer y otros:
“Agreguemos que fueron, además del profesorado,
múltiples las faenas en que se ejerció la mentalidad
del Dr. Espinosa. En 1883 dirigió El
estudio, periódico hebdomadario, con otros alumnos
del colegio El Rosario. Su tesis de doctorado
en jurisprudencia, El divorcio (1888) mereció los
calurosos aplausos de sus catedráticos; perdurará
su huella como publicista y cultivador de la escuela
filosófica moderna en su obra Las bases
positivas del liberalismo y en su filosofía positi-
1 Robayo, Ambrosio. “Ignacio Espinosa”, en: El Liberal Ilustrado, Bogotá, vol. 4, n° 1392-19 (junio12-1915) págs. 291-293.
2 Robayo. “Ignacio Espinosa”, págs. 291-293. Robayo se está refiriendo, cuando habla de la “reacción siniestra” a la nueva hegemonía
política que desde 1885 hasta 1930 gobernó Colombia: la hegemonía conservadora representada en el proyecto político denominado
“La regeneración”. “Los más destacados historiadores colombianos coinciden en afirmar que las políticas económicas y los
replanteamientos constitucionales e ideológicos emprendidos después de 1880, ponen fin al periodo radical. Palacios, Marco. “El café
en Colombia; una historia económica, social y política, 1850-1970”, Bogotá, El Áncora (eds./El Colegio de México, 1983, pág. 236.
Fundar el orden. La consigna (de la regeneración) exige de entrada dos empresas prioritarias. La instauración del centralismo político
y la rehabilitación de la Iglesia como principal actor social”. Martínez, Frederic. El nacionalismo cosmopolita; la referencia europea en
la construcción nacional de Colombia, Bogota, Banco de la República/IFEA, 2002. págs. 432-433.
3 Como José María Samper, Salvador Camacho Roldán, Enrique Cortés, Carlos Michelsen, Nicolás Pinzón, entre otros.
4 Robayo. “Ignacio Espinosa...”, pág. 292.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
71
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
va, resumen y metodización de los Primeros principios
de Herbert Spencer, el gran pensador del
siglo XIX y en su estudio general sobre el positivismo.
Debemos agregar, a esta enumeración de
sus obras, la redacción del periódico político El
demócrata en 1891, su folleto de crítica literaria y
su trabajo de Ética, que, según entendemos, deja
entre sus trabajos inéditos. Publicó también un
panfleto denominado El fetiquismo y colaboró en
varios periódicos políticos”5.
Es aquí donde podemos entenderlo como un intelectual,
es decir, a partir de su producción. Espinosa es
un vocero de la ciencia, que está autorizado para hablar,
que detenta una producción de libros y que pertenece
a un grupo ideológico que lo respalda. Habla
para muchos y desde un lugar definido. Definimos a
Espinosa como un intelectual, es decir, como un sujeto
que se encargó en Colombia de construir y difundir
un tipo de saber específico. Es un producto de
su época histórica y de su posición en la coyuntura
social donde se desempeñó como configurador de
ideas (siguiendo la opinión de Bobbio)6; por tanto,
la coyuntura particular del siglo XIX colombiano
debió necesariamente definir su labor hacia ciertos
sentidos.
Pero aquellos intelectuales del siglo XIX no se dedicaban
exclusivamente a la producción de ideas, como
si habláramos de una secta, o un grupo de gente libre
dedicada a las ideas; el caso de Espinosa, su relación
con la política, era clara: fue un liberal que desde sus
escritos promovía la educación laica y el sentido moderno
de la industrialización y que tenía como profesión
ser abogado de las clases pudientes bogotanas;
era un difusor de valores particulares y un personaje
con cierto acceso y capacidad para publicar sus libros,
algo que en el siglo XIX en Colombia significaba estar
ligado a un núcleo de poder. Si lo llamamos intelectual
es por definirlo en una denominación teórica
que encierre su labor de las ideas.
Al establecer el criterio teórico de “intelectual” y tratando
de mostrar la relación de su labor a una ideología
liberal, podemos entender con más precisión el
verdadero significado de un personaje como estos en
el siglo XIX, así como ver su trabajo positivista como
el resultado de una serie de elementos que juegan
juntos. Vamos a explorar algunos de éstos.
II. Lugares comunes
y escenarios del saber
Ernst Röthlisberger, profesor de historia y filosofía,
ofrece un testimonio sobre lo que era la dinámica de
la vida intelectual universitaria para esta época
posradical:
“la formación universitaria propiamente dicha
se adquiría en el Colegio de Nuestra Señora del
Rosario, en la Universidad Nacional y en la Universidad
Católica. La concesión de diplomas era
enteramente libre, alguna escuela privada podía
expedir, por ejemplo, el título de doctor en
jurisprudencia”7.
“El año escolar duraba desde febrero hasta principios
de diciembre, con una interrupción de algunos
días en semana santa, luego catorce días a
continuación de la fecha de la independencia (20
de Julio) y algunas festividades religiosas (...) en
noviembre tenían lugar los exámenes, que durante
tres semanas proporcionaban a los profesores
un agotador trabajo de varias horas al día.
Todo estudiante era examinado de cada materia
separadamente; la prueba, oral, duraba por lo
menos veinte minutos y estaba a cargo de un jurado
de tres examinadores (...) digna de mención
es también la biblioteca, vinculada a la escuela
de literatura y filosofía. Esta biblioteca fue formada
en algunos años por el rector (más tarde
con mi modesta ayuda), a base de créditos del
gobierno —algunos miles de francos al año— y
de los ingresos habituales de la universidad. Era
una biblioteca curiosa por su concentración y
selecto contenido. En unos mil quinientos volúmenes,
reunían las mejores obras modernas en
literatura, historia, filosofía, economía, política,
jurisprudencia, y ello en las lenguas principales,
además de los diccionarios y enciclopedias de
imprescindible utilización. Completaban el contingente
una docena de revistas europeas, principalmente
francesas e inglesas (...) así
funcionaba la universidad. Victimas, más tarde,
de la reacción que siguió a la revolución de 1885,
fue “reorganizada” dentro de un espíritu muy
diferente”8.
5 Robayo. “Ignacio Espinosa...”, pág. 292.
6 Véase: Bobbio, Norberto. La duda y la elección, Barcelona, Paidós, 1997, caps. 1 y 2.
7 Como es el caso de Espinosa, graduado en esta rama por el Externado en 1887.
8 Röthlisberger, Ernst. El dorado, Bogotá, Biblioteca V Centenario, 1988, págs. 178-180.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
72
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
En la nueva época de control político por parte de los
“regeneradores” las instituciones de corte liberal, por
causa del influjo educacional católico, tuvieron que
atrincherarse y redefinirse, o bien bajo nuevas instituciones
académicas, o bien aceptando la corriente
católica en la educación. La Universidad Nacional
de Colombia —refundada en el año de 1867, con las
facultades de Jurisprudencia, Medicina, Filosofía y
Letras, a las cuales se agregaron la escuela de Ciencias
Naturales, la de Ingeniería y la de Artes y oficios—
9, había dejado de ser el centro gravitatorio del
saber universitario más o menos para finales de la
década de los ochenta del siglo XIX. La ideología
liberal representada en los radicales y muy a pesar de
su debilitamiento, había decidido abrirse un espacio
propio en la educación. La fundación de universidades
desde 1880 —como la Republicana y el
Externado— fue una de esas primeras estrategias para
conservar sus formas disciplinarias y su ideología liberal
en la educación. Ignacio Espinosa es uno de los
primeros profesionales de esas universidades “disidentes”,
graduándose en 1887 de la Universidad
Externado10.
La época en que Ignacio Espinosa y otros de sus
compañeros surgieron como profesionales en distintas
ramas, fue una etapa definitiva y de cambio
histórico en el escenario político nacional pues, después
de muchos intentos liberales por construir la
nación —un periodo casi ininterrumpido de más de
treinta años de hegemonía liberal, con todas las acciones
y efectos sociopolíticos que esto significa—
el fracaso consecutivo en el intento de aplicación de
los esquemas y modelos liberales tuvo por fin su consecuencia
más extrema: el cambio en la dirección e
idea —un cambio entendido como de ideología y proyecto—
de la construcción del proyecto nacional. Este
último, después de 1885, fue patrimonio de los
regeneradores.
Un académico liberal como Espinosa, que vivió la
gloria de las reformas radicales —en su época de
mayor auge, desde 1860 hasta las reformas de 1870—11
tuvo que desarrollar parte de su trabajo intelectual
—como uno de sus libros más representativos, El positivismo,
del año 1891— a pesar de los nuevos decretos
y reformas acaecidos desde el primer gobierno
de Núñez en 1880, que al parecer, no colindaban
con sus ideas y sus pensamientos. Lógicamente, estas
normas provocarían la creación de la Universidades
liberales, que ya hemos mencionado, de las cuales
nuestro personaje fue alumno y profesor.
Hasta 1870 la tolerancia en la Universidad Nacional
permitía la circulación de textos y de ideas en una forma
más o menos tolerante; recordemos que desde 1867
en la Nacional y en el Colegio del Rosario enseñaban
liberales y conservadores, radicales y tradicionalistas.
La consolidación de la disciplina de enseñanza permitía
eso. La difusión de las tendencias más actuales del
conocimiento aún eran soportadas y la idea de la educación
pública y laica no era hasta el momento un punto
que, si bien no era totalmente compartido, dividiera
sin solución, claro está, hasta el momento más critico
de las reformas. Fue en ese espíritu de “tolerancia” en
donde las ideas positivistas, concretamente las de la
evolución de la sociedad y de la nueva ciencia de la
sociología tuvieron más acogida.
Concretamente hablando de positivismo, indicar que
los intelectuales colombianos fueron más
“spencerianos” que “comteanos” no es gratuito. Podría
decirse que surge tal afirmación por causa de la
cantidad de intelectuales que adoptan algunas de las
obras del inglés como el método idóneo para entender
la sociedad y para explicar el sentido del progreso.
Parecería que Spencer reuniría al intelectual
liberal de la segunda mitad del siglo XIX bajo una
estela común, como de “comunidad”. Pero no se
hablaba solamente de Spencer, porque ese “positivismo”,
o esas ideas que circulaban en el siglo XIX
no se nutren únicamente de su ayuda. Sin embargo,
es notoria la adopción del ala más liberal a sus teorías,
que aunque resultaban problemáticas en algunos
aspectos, sí recogían la esencia de los anhelos
de los liberales latinoamericanos.
Y es que podemos afirmar que hacia mitades de la
década de los setenta del siglo XIX, los temas de la
evolución, el progreso del hombre, la biología y el
9 Véase: Anales de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, vol. 1, n° 1, 1867, concretamente la ley del 22 de
septiembre (en adelante citado como ANALUN), Jaramillo Uribe, Jaime. “El proceso de la educación en la república, 1830-1886”, en:
Nueva historia de Colombia, t. 2: República siglo XIX, Bogotá, Planeta, 1989, pág. 239.
10 No tenemos conocimiento de los planes de estudio de la Universidad Externado para la época en que Espinosa se graduó en Jurisprudencia,
puesto que los archivos de la Universidad se perdieron.
11 “El movimiento de 1860, de contenido federalista y liberal, culminó en 1863 con la asamblea constituyente reunida en la ciudad de
Rionegro, en el estado de Antioquia. Su lema fue federación y libertad. El país tomó entonces el nombre de Estados Unidos de
Colombia (...) no obstante las vicisitudes de la política y la economía, el país tuvo en las décadas del 60 (sic) al 80 (sic) una de sus más
brillantes épocas intelectuales. La universidad, que había desaparecido prácticamente como resultado de la política ultraliberal del
decenio anterior, se abrió de nuevo en 1867”. Jaramillo Uribe, Jaime. “Etapas y sentido de la historia de Colombia”, en Melo, Jorge
Orlando (comp). Colombia hoy, Bogotá, Biblioteca familiar Presidencia de la República, 1999, págs. 28-29.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
73
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
“spencerianismo”12 se volvieron preponderantes para
los profesores e intelectuales liberales. Era lo que se
discutía en el centro intelectual mayor —Europa— y
para ser claros, era lo que marcaba la mayor diferencia
en cuanto al estilo y énfasis entre las oposiciones
políticas nacionales. Un ejemplo nos lo da Enrique
Cortés quien para la conferencia dada con motivo del
cierre de actividades de la Universidad Nacional, dedicó
su mayor atención a las últimas teorías de progreso,
totalmente inclinado hacia las nuevas tendencias:
“…el reino animal presenta una sucesión tan continuada
i una escala tan distinta de organizaciones
cada vez más perfectas hasta llegar al hombre,
que ha encontrado favor entre los sabios la atrevida
teoría de Mr Darwin, por la cual el desarrollo i
perfeccionamiento de los individuos son fenómenos
pertenecientes también a la vida colectiva…
según él la lei de la elección natural i de la concurrencia
vital presiden a la formación”13.
Para después incluir a Spencer diciendo:
“…esta misma teoría del desarrollo progresivo
acaba de producir en Inglaterra un nuevo sistema
de filosofía moral i ética , llamado “la teoría de la
evolución moral “cuyo atrevido expositor es
Herbert Spencer”14.
Un círculo intelectual que leía y comentaba los textos
de filosofía, ciencias, moral, sociología, evolucionismo,
que intentaba darle sentido a la realidad
nacional a partir de esas nuevas variables —como lo
intentaron hacer Salvador Camacho Roldán y Rafael
Núñez por ejemplo—, y que promueve la educación
en este sentido, es lo que posibilita que existan personajes
como Ignacio Espinosa, que se forma como
abogado recibiendo cátedras de biología, resúmenes
de las teorías evolutivas, y doctrinas positivistas; que
crece escuchando de sus profesores las consignas y
virtudes de las ciencias; y, que está destinado a difundir
ese mismo saber porque esas ciencias constituyen
la base de su formación y el credo a predicar.
Es en este sentido como intelectualmente Espinosa
puede empezar a detentar un conocimiento y a hablar
en nombre de la ciencia. Es desde esa herencia
educativa como puede comenzar a escribir sobre positivismo
y a ser estudiado y comprendido.
III. La formación de las alianzas
El prólogo escrito por un reconocido profesor de Biología
y Psicología del Externado de Colombia llamado
Juan David Herrera, maestro de Espinosa, “Apóstol
convencido y militante de la filosofía spenceriana”15
para el libro Filosofía experimental: extracto de las
doctrinas psicológicas de Herbert Spencer de Ignacio
Espinosa, es una muestra de que para hablar de algo
como verdadero es importante encontrar respaldos y
alianzas. Los elementos y las características de lo que
se dice en un texto de corte científico, por ejemplo,
nunca serán válidos si detrás de ellos no subyace un
argumento, un respaldo, un apoyo que le ayude a detentar
la autoridad y el saber16.
Sobre el prologuista se expresaba así Julio H Palacio:
“Preciosa era la contribución que los doctores
Antonio Vargas Vega y Juan David Herrera —el
segundo recientemente fallecido— preparaban la
mente del universitario para la exacta y clara comprensión
del sistema filosófico de Spencer (…)
Hombres de ciencia los doctores Vargas Vega y
Herrera, fisiólogos eminentes y experimentados
por su práctica profesional (...) estudiaban la vida
y sus funciones orgánicas fría, escuetamente, sin
deducir conclusiones que se apartaran de la ciencia
experimental. En sus lecciones de psicología,
que no fueron muchas ciertamente, se perfilaba el
doctor Herrera como un neurólogo a la orden del
día. Conocía a fondo y las explicaba luminosamente,
todas las investigaciones de Claude
Bernard”17.
El prólogo en primera instancia se refiere a la crisis
de la filosofía que,
12 “En los escritos de Spencer encontramos un énfasis en el progreso universal como una evolución continua y lineal uniendo los mundos
orgánicos e inorgánicos. Él mismo utilizó el término evolución con preferencia a progreso, aún antes de la publicación del (sic) Origen
de las especies, y la teoría de Darwin le sirvió simplemente para dar sustancia a su visión evolutiva general caracterizada por el tránsito
de lo homogéneo a lo heterogéneo y de lo simple a lo complejo”. Citado en: Glick, Thomas. Darwin y el darwinismo en el Uruguay y
en América Latina, Montevideo, Universidad de la República, 1988.
13 El discurso de Enrique Cortés en: ANALUN, 1872. 6 (48), pág. 576. Cortés proponía atención a los últimos preceptos de la ciencia:
“tendiendo la vista al majestuoso viaje que desde su origen ha seguido el progreso humano, encontramos ciertos caracteres aparentes i
distintos, que la universidad deberá mantener en brillante perspectiva, a los ojos de los que en la república persiguen como mina el
cultivo de la inteligencia”.
14 ANALUN, 1872, 6 (48), pág. 577.
15 Jaramillo Uribe, Jaime. El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Ceso/Uniandes/ICANH/Alfaomega, 2001, pág. 347.
16 Véase: Shapin, Steven. “Pump and circumstances. Robert Boyle´s literary theory”, en: Social Studies of Science, vol. 14, 1984, págs.
481-520.
17 Palacio, Julio H. Historia de mi vida, Bogotá, Incunables, 1984, pág. 23.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
74
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
“después de haber hecho inmensos trabajos de
zapa, abriendo caminos por las enmarañadas selvas
de la metafísica y lo hipotético, llegó a encontrarse
frente a frente con un vacío inenarrable para
el espíritu humano”18.
La pregunta por la totalidad de lo ente, bajo los postulados
“antiguos” y “metafísicos”, ha dejado de ser
pertinente y útil. Existe la apreciación de que la filosofía
experimenta un cambio total. Ahora ésta es consciente
de la imposibilidad de explicarlo todo, de
explicar lo infinito y lo incognoscible. Ha cambiado
la forma y el alcance de su saber.
El medio para llegar a la mayoría de conocimientos
posibles, es empezar la búsqueda de la “verdad” desde
aquello que es cognoscible, real y fáctico; aspectos
que parecen reunirse desde los criterios
filosóficos y metodológicos de una nueva corriente:
la “escuela experimental”, un término que comparten
los aliados.
Cuando los intelectuales colombianos hablan en estos
términos —experimentales— se refieren a un
sistema o a un método que asocia el conocimiento
y la práctica de las ciencias en una forma nueva,
implicando
“el análisis y la observación atenta de los hechos
y de los fenómenos naturales... (armadas) de las
leyes que rigen la materia y la fuerza del universo...
estas leyes forman su guía y son su fiel derrotero
en el estudio de lo desconocido y en la
investigación de la verdad”19.
Este “nuevo ethos” en el conocimiento de las cosas
está determinado por un espíritu humano nuevo. “La
humanidad quiere que se abandone lo hipotético por
lo real”20 y sólo un nuevo espíritu puede determinar
esos cambios fundamentales: el de lo experimental.
Los aliados, por supuesto, hablan como miembros
de ese espíritu nuevo de las ciencias y se autoseparan
de las antiguas tendencias.
Es claro que en Colombia se hacía público un pensamiento
filosófico y científico que es entendido
como algo nuevo. La humanidad ahora se rige por
un progreso constante, que es evidente materialmente
—con la industria y los avances en su campo—
que posibilita la opción de estudiar al hombre y sus
facultades más internas y orgánicas —por medio de
saberes como la psicología y la ética (ya no referida
a la moral cristiana, sino a la posibilidad del hombre
de regirse a sí mismo), la biología y la medicina— y
que genera a la sociedad un buen sentido moral para
desarrollar sus facultades naturales21.
Todo este pensamiento, cifrado desde la enseñanza
universitaria, está dirigido, entre otros objetivos, a la
formación intelectual y moral de los privilegiados
estudiantes colombianos, pero también, y aún más
importante, como parte de un plan, de un destino a
instaurar por parte de un grupo ideológico. Todas estas
cuestiones de la filosofía y la ciencia, pueden ser
entendidas como las banderas teóricas —y prácticas—
del grupo liberal del último tercio del sigo XIX
colombiano. Saber si las sociedades “decaen” o “progresan”,
si existe algún tipo de relación manejable
entre la ciencia y la religión, si es la educación libre
sin cultos lo más adecuado para la formación de los
ciudadanos o si la instrucción católica es lo adecuado
y si “la libertad o el progreso están determinados
por leyes, o se conquistan con acciones políticas”22.
Ignacio V. Espinosa, el autor del libro cuyo prólogo
se analizó más arriba, decidió que para su cátedra de
Psicología del Externado, debía construir una interpretación
propia de las teorías positivas y hacer un
resumen de los elementos psicológicos del positivismo
spenceriano.
La representación particular de lo moderno-positivoexperimental,
en el caso de Espinosa debe entenderse
no como un movimiento específica y únicamente
positivista en el sentido comteano o spencereano del
término, sino como una apropiación local de las ciencias
y filosofías modernas, de las cuales Spencer aparece
como su principal representante y bastión teórico.
18 Juan David Herrera en: Espinosa, Ignacio V. Filosofía experimental: extracto de las doctrinas psicológicas de Herbert Spencer, Bogota,
Imprenta de Lleras y Compañía, 1891. Prologo. pág. viii.
19 Herrera en: I. Espinosa, Filosofía experimental..., pág. xv.
20 Herrera en: I. Espinosa, Filosofía experimental..., pág. xii.
21 Juan David Herrera dice que la filosofía experimental ha hallado los “tres grandes factores del progreso ulterior de la humanidad”.
Nombra el colombiano a la mecánica término que define todos los avances industriales-materiales de las sociedades de la posrevolución
industrial, y la capacidad que otorgan éstos para remplazar el trabajo material, la fuerza muscular y el esfuerzo físico en el trabajo; la
inteligencia como la capacidad que tienen los hombres, bajo la égida de las ciencias experimentales, de remplazar la ignorancia por la
inteligencia... que surge (esta última) de la gimnasia de las facultades en la adquisición de las verdades practicas, a saber: del conocimiento
de nuestra propia naturaleza en su relación coordinada con el conocimiento de las cosas ambientes. Y por ultimo, la moralidad
que Herrera considera el factor de mayor importancia para el cumplimiento del progreso humano, se refiere a la necesidad de “un
imperio sobre sí mismo”. Es decir, las buenas acciones son la consecuencia práctica de las buenas ideas, de esta conjunción armónica
surge el carácter del individuo. Véase Ignacio V. Espinosa, Filosofía experimental..., págs. xvi-xvii-xviii.
22 Véase: Restrepo Forero, Olga. “En busca del orden: ciencia y poder en Colombia”, En: Asclepio, vol. l. 2, 1998, pág. 53.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
75
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
Pero también dicha representación debe entenderse
como la consecuencia de un trabajo de comunicación
de la ciencia por parte de un “colectivo de pensamiento”
23 y de la posibilidad que ejerce una
comunidad de intelectuales de hacer circular sus trabajos,
ganar aliados, generar opiniones, promulgarse
como voceros de los últimos conocimientos y hacer
públicas sus exposiciones. El patrimonio de hablar
desde el conocimiento “universal”, “verdadero”,
“real” se construye gracias a estos mecanismos.
En este caso, así la presencia de Spencer se desborde
en evidencia en cada uno de sus textos, Espinosa no
construye sus obras queriendo emularlo; ni sus obras
son representaciones locales de Spencer, a excepción
de la copia cuasi fiel de los Primeros principios. Lo
que el colombiano escribe es una obra personal, inspirada
en Spencer, —El positivismo— pero estableciendo
un límite entre lo que es necesario como
soporte teórico para su trabajo, y lo que él quiere plasmar
como verdadero de un sistema más universal del
cual es portavoz.
IV. El positivismo de Espinosa
Para hablar del positivismo en la obra de Ignacio
Espinosa nos centraremos en dos libros suyos que
hacen explicita la utilización de la teoría: nos referimos
aquí a Filosofía experimental de 1891 y El positivismo
de 1893 por dos razones fundamentales: en
primer lugar, comparten una utilización abierta de la
teoría positiva desde un ala eminentemente
spenceriana y, en segundo lugar, representan el análisis
del autor acerca del sistema. Si la idea de Espinosa
era promulgar el positivismo, o escribir sus textos
de acuerdo con una idea teórica particular, su utilización
de Spencer en diferentes ámbitos intenta darle
una unidad al trabajo: en este caso el positivismo
contribuye específicamente a un ámbito pedagógico
y al filosófico. Así, el análisis de los textos, la
historicidad de la apropiación de los conceptos y las
determinaciones (sociales, grupales) de Espinosa
como intelectual pueden darnos una idea más clara
del papel del positivismo en su obra.
El objetivo del texto y lo que evade
El curso de 1883 compilado por César Guzmán titulado
Curso de filosofía experimental24 es hasta la fecha
de su publicación considerado como el texto más
“al día” con las tendencias nuevas de conocimiento y
aparece como un libro para enseñanza universitaria
(para la Universidad del Rosario) en la cátedra de
Filosofía. Totalmente novedosa es la aparición, bajo
una misma “escuela”, de autores como Destutt de
Tracy —que era ya considerado por algunos intelectuales
como caduco— y Darwin, quien promulgaba
la teoría más atrevida del momento. Dicha “escuela”
experimental sostenía como elemento asociativo que
para los autores la “sensación es el principio del pensamiento”
25, en una clara alusión al sensualismo. Es
muy probable que Ignacio Espinosa haya tenido como
fuente académica en sus años de formación el libro
Filosofía experimental, compilado por César Guzmán
de 1883, ya que parte de sus estudios de jurisprudencia
se llevaron a cabo en el Rosario26.
La importancia del compilado se puede considerar
históricamente. Podemos decir que la aparición de
sus textos subyace a la apropiación de libros y tendencias
dadas en Colombia desde la segunda mitad
del siglo XIX. La llamada “filosofía experimental”
abrazó bajo su concepto una serie de autores y tendencias
epistemológicamente diferentes, unificados
bajo el criterio de la “observación y la experiencia”,
nuevo ethos de la cientificidad y la actualidad; una
forma para diferenciar lo viejo y lo nuevo y también
una estrategia para utilizar y ubicar conceptualmente
a los autores, escuelas y tendencias del mundo occidental
de la segunda mitad del XIX, sin romper con
los conocimientos adquiridos históricamente en las
escuelas colombianas.
23 Para entender el significado del término véase: Fleck, Ludwik. Génesis y desarrollo de un hecho científico, Madrid, Alianza, 1986.
24 Guzmán, César. Curso de filosofía experimental, Bogota, Imprenta de Medardo Rivas, 1883.
25 En la “advertencia”, Guzmán infiere: “Los autores mencionados están de acuerdo en sostener que la sensación es el principio del
pensamiento, y que lo únicos medios eficaces y seguros para descubrir y comprobar lo verdadero y lo bueno son los experimentos y la
observación; por lo cual son miembros de una misma escuela: La experimental. El hecho de que difieran en algunos desarrollos no
impide que pertenezcan a una misma escuela filosófica…”. Guzmán. Curso de filosofía experimental…, pág. xiii.
26 Espinosa participó siendo estudiante en El estudio: órgano de la sociedad científico–literaria del Colegio del Rosario, Imprenta de
González B.. Período de existencia: septiembre 25 de 1882 a julio 2 de 1883. En agosto de 1883 cambia su nombre a El Estudio:
periódico liberal doctrinario. Imprenta Plaza de Santander. Se cierra en noviembre de 1883. Redactores Juan B. Carvacho, Ignacio V.
Espinosa, Ricardo Gómez, Antonio Llano y Ambrosio Robayo. “Hace poco más de un mes que algunos jóvenes; estudiantes todos de
este Colegio, acordamos, fundar una asociación que al propio tiempo que fuera un auxiliar de nuestros estudios, promoviese el orden y
buena marcha del establecimiento, por medio de la obediencia y respeto a las instituciones y empleados de él. Nuestro propósito se
realizó, y al efecto constituimos una asociación compuesta de más de 40 jóvenes, con el nombre de “Sociedad Científico–Literaria del
Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario”, con los fines ya indicados á saber: cultivar la inteligencia por medio de estudios
prácticos que sirvan de complemento á los conocimientos que adquiramos en las cátedras, y defender —en la medida de nuestras
facultades—, los intereses de este ilustre Plantel, fomentando así la reconquista de su antiguo prestigio y esplendor. La fundación de la
Sociedad se efectuó con la aquiescencia de los señores Rector y Vicerrector.” Juan B. Carvacho, Ignacio V. Espinosa, Ricardo Gómez,
Antonio Llano y Ambrosio Robayo, El Estudio, 25 de septiembre de 1882, n°1, pág. 1.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
76
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
La filosofía experimental tuvo diferentes fases en
las que se fue definiendo su significado local27. En
el momento que nos interesa, y meramente relacionados
con una intención pedagógica, el curso
de Guzmán intentó consolidar la enseñanza de las
tendencias modernas, bajo un ensamblaje aparentemente
dependiente de tres saberes: biología, psicología
y lógica. Los textos compilados trataban temas
de estas tres disciplinas, aunque para este momento
todos hacían parte de la unidad de la “filosofía
experimental”.
En 1893 la cátedra de psicología se había bifurcado
y las tres “ciencias del hombre” eran dictadas
como clases independientes. Ignacio Espinosa era
ya profesor de Psicología en el Externado de Colombia
—así como Juan David Herrera lo era de Biología—.
El objetivo de las clases de Espinosa era
ampliar el tratado de las “Doctrinas psicológicas de
Herbert Spencer” hecho por Ribot, compilado en el
curso de 1883. Sin embargo, Espinosa fue un poco
más allá. Decidió hacer su propia versión de Los primeros
principios de Herbert Spencer de 1862, titulándolo
Filosofía experimental, extracto de las
doctrinas psicológicas de Herbert Spencer. La intención
de Espinosa era tener un texto resumen para su
curso universitario. Esta psicología de finales del siglo
XIX, para ser más precisos, intentaba resolver
cuestiones sobre el origen de las ideas, como una especie
de “teoría del conocimiento”.
La compilación de los Primeros principios de Herbert
Spencer, titulada Filosofía experimental, basó su estructura
formativa en el mismo orden presentado, por
capítulos, en el libro del filósofo inglés que había aparecido
en 1862. Este libro de Spencer es el primer intento
de consignar en un sólo volumen todo el
pensamiento filosófico de la evolución; es una apuesta
por ilustrar la teoría, explicando la formación y evolución
de la materia desde lo orgánico a lo inorgánico
y superorgánico. Es también un intento por definir dos
planos generales del conocimiento dentro de los cuales
ciertos fenómenos son posibles de conocer, así
como otros que resultan incognoscibles. Spencer hace
una diferencia radical que marca toda la estructura del
texto, entre lo cognoscible y lo incognoscible.
En el plano de lo “incognoscible” encontramos las
siguientes partes, que resultan ser capítulos: 1- religión
y ciencia. 2- últimas ideas de la religión. 3- últimas
ideas de la ciencia. 4- relatividad de todo
conocimiento. 5- reconciliación. Este mismo orden
de capítulos Espinosa los compila, ya no por capítulos,
sino por “lecciones” –—tal vez para sus clases—
, de la siguiente forma: 1- últimas ideas de la religión.
2- últimas ideas de la ciencia. 3- relatividad de
nuestros conocimientos y 4- reconciliación. El capítulo
titulado “religión y ciencia” no existe reseñado.
En esta primera parte, la intención del texto de
Spencer es definir aquellos fenómenos y esas creencias
que no pueden nunca ser conocidos realmente
bajo la óptica del método científico; es decir, fenómenos
y creencias resultan indescifrables a la luz de
las ideas positivas al ser confrontadas con los exámenes
y métodos de su sistema. Al no poder ser asequibles
a un conocimiento real, resultan ser
incognoscibles. El conocimiento positivo tiene límites
impuestos per se. El marco sobre el que se funden
los conocimientos objetivos debe ser construido desde
una racionalidad y fundamentación científica; la
ciencia es la única vía que tenemos para conocer, para
darle el carácter de verdad a las cosas y para darle un
estatuto de cientificidad a esos fenómenos y cosas
que logremos entender.
Aun así, el hombre tiene límites para conocer todos
los fenómenos de la naturaleza. Existen cosas
incomprensibles, porque representan dificultades
para ser resueltas desde el marco cientificista y
porque el ser humano, desde su aparato interno,
jamás podrá resolverlas. Fenómenos y preguntas
como el origen del universo, la causa primera y
última de todo. Son preguntas sin respuesta. La
ciencia no puede resolverlas.
La religión aunque tiene una pretensión y un problema
distinto comparte, sin embargo, la imposibilidad
de resolver ciertas cuestiones. Históricamente ha podido
unir a los hombres bajo una creencia que, así se
aparezca como falsa, o no se pueda comprobar, ha
sido necesaria como punto de cohesión social y guía
moral. Las religiones configuran la explicación de
esos fenómenos incognoscibles, podría decir Spencer,
de una forma irracional, pero que encierra algo de
verdad para los grupos que la comparten: esta explicación
es atribuida a una fuerza que gobierna el mundo,
mediante la idea de seres superiores, de un sólo
ser superior, o de una fuerza mágica.
“...las varias formas de creencias religiosas que
han existido y existen tienen todas algún último
hecho que les sirve de fundamento. La analogía
nos inclina a juzgar, no que una sola entre todas
es la única y absolutamente verdadera, sino que
en todas hay algo de bueno y verdadero(...) la parte
27 Para una explicación de la historicidad de la filosofía experimental véase: Dávila, Juan Manuel. La introducción de la filosofía
experimental en Colombia, tesis de grado, Universidad Javeriana, 2005.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
77
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
de verdad contenida en las creencias falsas puede
ser muy distinta de la de la mayoría, si no de la
totalidad de sus dogmas, e indudablemente sí,
como hay fuertes razones para creerlo, dicha parte
es más abstracta que todos ellos, no deba
parecérsele; más aunque así sea, existe y debemos
buscar esa verdad esencial, por grandes que
sean sus diferencias con los dogmas que la expresan
bajo tan diversas formas”28.
Espinosa no reseña en su compilación de los primeros
principios este problema de las religiones. Es más,
el capítulo de Spencer sobre la religión no aparece
reseñado. Spencer, en efecto, no ataca la religión. El
sentimiento religioso está admitido dentro de su sistema
filosófico, además de estar considerado como
una parte fundamental en el bienestar de la humanidad29.
Es una creencia que puede resultar un
cohesionante social muy válido. El papel de la ciencia
y la religión, eso sí, está diferenciado. Ambas se
deben limitar a sus misiones e intereses y una y otra
no deben interferir entre sí. La religión no tiene como
dominio el conocimiento positivo de las cosas, así
como la ciencia no tiene el aval de preguntarse por el
origen de los misterios incognoscibles del mundo, que
son fundamentales para establecer la diferencia entre
lo real, lo posible de abarcar, y lo absoluto —que no
es posible conocer—30.
Espinosa considera que la misión de la religión como
instrumento que ayude a conocer la verdad del universo
es algo absurdo. Comparte las ideas
spencerianas sobre lo blando de la teología y la metafísica.
Cree en la guía verdadera de la ciencia positiva,
está al tanto de la teoría de la evolución, pero en
ningún escrito nos habla de esa idea, biologicista si
se quiere, de Spencer sobre la religión. Para él es tan
importante evadirla, que suprime todo un capítulo para
no chocar con esta discusión. Ya sea por prudencia o
por desconocimiento de causa, plasmar en un libro
de enseñanza universitaria en un país católico como
Colombia que la religión es una moral biológica de
la especie humana, una creación producto del entorno
y del ser, no resultaría apropiado.
Es más, existió evidentemente una posición histórica
de los liberales en contra de la educación bajo tutela
católica, o de la insistencia en el gobierno del pueblo
centrado en la moral religiosa por parte de los conservadores
o de otros grupos. Pero nunca se dejó de
ser creyente. Jamás se vilipendió la religión católica,
considerándola una mera consecuencia de una histórica
relación biológica, una “moral orgánica” como
es entendida por Spencer.
Por su parte Espinosa dice en El positivismo:
“...la filosofía positiva reconoce que la religión
de un pueblo es la que él merece en ese momento
histórico de su vida, o en otros términos, la que
corresponde al grado de evolución de su inteligencia;
y que para sustituirla por otra superior, es
preciso comenzar por tolerarla, a fin de obtener,
por medio de lentas modificaciones debidas a la
educación dada a ese pueblo, la transformación
de una inteligencia rudimentaria en otra cuya potencia
sea capaz de abarcar generalizaciones amplias
y abstractas, resultado que no se obtiene sino
merced a la en extremo lenta pero persistente y
positiva acción de la ciencia”31.
En este comentario Espinosa parece estar de acuerdo
con los cambios en la inteligencia que tiene como
causa el proceso de la evolución. Es duro con la religión,
considerándola como un estadio evolutivo dispuesto
a ser relevado; sin embargo, más adelante
apunta:
“no es pues exacto que la filosofía moderna trate
de eliminar toda influencia religiosa sobre las costumbres
del individuo y sobre las relaciones domésticas
y sociales. No, la filosofía positiva trabaja
porque la humanidad se haga verdaderamente religiosa,
esto es porque el objeto de sus creencias
no sea un dios de atributos y pasiones humanas,
cuya biografía pueda hacerse...”32.
De resto, Filosofía experimental resulta ser un resumen
de los Primeros principios casi al pie de la letra,
tanto en contenido, como en orden y forma. Todo el
aparato filosófico spenceriano que se explica en el
apartado “Lo incognoscible”, a excepción del asunto
que hemos nombrado anteriormente, está trascrito casi
a la perfección, suprimiendo bastantes ejemplos extensos
y haciendo el lenguaje denso que lo caracteriza
un poco más sencillo.
Siguiendo con el apartado de lo “incognoscible”, debemos
tratar unas cuestiones más. Se trata de aquellas
que respaldan la teoría del conocimiento edificada
28 Spencer, Herbert. Primeros principios, versión española por Wenzel, Barcelona, F. Granada Editores, 1944, pág. 14.
29 Spencer, Herbert. Primeros principios..., págs. 14-22.
30 Spencer, Herbert. Primeros principios..., págs. 14-22.
31 Ignacio V. Espinosa. El positivismo..., pág. 24.
32 Ignacio V. Espinosa. El positivismo..., pág. 25.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
78
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
por el pensamiento positivo, que han sido relevantes
para Spencer, y que Espinosa ha de reseñar.
Existe un límite en el conocimiento: primer y más
importante axioma del pensamiento positivista. La
forma en que accedemos al conocimiento de las cosas
y de los seres es mediante
“la síntesis que hacemos de los atributos que constituyen
un ser; (la síntesis), forma el conocimiento
de ese ser”33.
Esa vía marca nuestro límite para conocer. Spencer
lo dice, Espinosa lo reseña de nuevo. El primero llama
esta vía “Conceptos simbólicos” aunque no deja
de manifestar que en ellos exista una cierta tendencia
al error:
“...si ese procedimiento nos permite llegar a proposiciones
y conclusiones generales, nos conduce
también a veces a errores, pues tomamos
frecuentemente los conceptos simbólicos por conceptos
reales lo cual nos lleva a muchas conclusiones
falsas”34.
El conocimiento depende de ciertas condiciones organizadas,
de ciertos conocimientos simbólicos de
orden legítimo —los que admiten alguna rectificación
sin desaparecer, es decir, que son sometidos
felizmente al criterio de la observación y la experiencia—
y otros conocimientos de orden ilegítimo,
que son erróneos35.
¿Qué es lo real entonces? Hacer una asociación gradual
de aquello que se percibe, y organizarlo en la
mente; establecer un(os) criterio(s) simbólico(s) y
real(es) a la vez, de lo que debe ser el mundo, pero
basándonos en un estudio de las cosas —un estudio
de sus atributos— estudiar concienzudamente
las características de las cosas, y extraer esos atributos
generales de las mismas, para otorgarlos a
los casos generales. Utilizar el método inductivo.
De la realidad a la irrealidad se pasa constantemente36
sólo que la realidad está basada en una idea simbólica
que nos hacemos de ella; así los objetos nos
otorguen las cualidades para formarla, ésta no es más
que una interpretación de los objetos. Es por eso que
podemos modificarla. Es por eso que el conocimiento
es mutable y cambiante; la forma y la concepción
que tenemos de las cosas es posible que cambie porque
los conceptos simbólicos que las hacen ser, también
pueden ir cambiando.
Lo incognoscible es aquello que no podemos poner
en la evidencia y el orden estructurado de la relación
entre percepción de atributos y objetos simbólicos.
El origen del universo es uno de estos asuntos
incognoscibles. ¿Cómo podría extraerse un atributo
sobre esta inquietud? Sí las ideas simbólicas son efectivas
¿cómo puede extenderse esa certeza a una hipótesis
infundada como, por ejemplo, atribuir la
existencia del universo a un Dios omnipotente? Es
entendible. Todo aquello que se quiere saber —todo
aquello que sea conocimiento— debe plegarse sobre
un plano impregnado de cientificidad. No solamente
no se trata de un ataque a la metafísica sino que aquello
que se emprende a conocer, todo eso que se pretender
saber, está encerrado por el margen evaluador
de la ciencia, del método, de los atributos, de las ideas
de los objetos.
Epistemológicamente, Espinosa se ubica en este plano
de la cientificidad como método de conocimiento.
No hemos querido llamarlo aquí positivismo,
tampoco filosofía experimental, aunque esta última
parezca más apropiada, por lo menos para darle un
contexto colombiano. El libro que Espinosa ha compilado,
como vemos, no tiene como función primera
una explicación sobre “las doctrinas psicológicas”.
Aunque su contenido es bastante rico en temas y casos,
Spencer mismo redactó un libro llamado Principios
de psicología, en donde explicaba las
características del sistema de la evolución en el plano
del funcionamiento de nuestros procesos mentales
para conocer. Lo que quiso hacer Espinosa con su
resumen de Los primeros principios fue tratar de
remplazar la obra de Ribot compilada en 1883, o explicar
la teoría de conocimiento que era la psicología
de ese momento bajo los elementos de lo cognoscible
y lo incognoscible, entendiendo que lo psicológico
es lo que podemos entender gracias a las ciencias
positivas y no cómo podemos hacerlo.
33 Ignacio V. Espinosa. Filosofía experimental..., pág. 1.
34 Spencer, Herbert. Primeros principios..., pág. 25. Espinosa dice al respecto: “Cuando tratamos de conocer un objeto que tiene muchos
atributos puede suceder que, en esa gran variedad, le atribuyamos a ese objeto cualidades que realmente no tiene, o que dejemos de
atribuir las que realmente tiene; entonces nuestro conocimiento es erróneo...”, Ignacio V. Espinosa. Filosofía experimental..., pág. 3.
35 Espinosa, Ignacio V. Filosofía experimental..., pág. 3. La frase “observación y experiencia” utilizada por Espinosa, no es utilizada por
Spencer en su capítulo de los Primeros principios. Esta frase es el título del primer apartado, el de la cuestión de método, de la
“Introducción al estudio de la medicina experimental”, que aparece en el libro de Guzmán de 1883.
36 “Es, pues, indudable que se pasa de los conceptos reales a los simbólicos, insensiblemente. Además, nos vemos obligados a tratar
nuestros conceptos simbólicos como reales, no sólo porque no hay entre unos y otros línea alguna de separación, sino también, porque
son signos abreviados que sustituimos a los signos completos, equivalentes para nosotros a los objetos reales”. Spencer. Primeros
principios..., pág. 25.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
79
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
La obra personal
No tenemos noticia del impacto causado por las clases
de psicología de Espinosa en el Externado. Creemos
que lo que intentó hacer, más que hablar de una
disciplina, fue exponer un sistema filosófico y científico
que él consideraba que era verdadero y para
ello utilizó a Spencer como su fuente en el mundo de
las ciencias. Por lo menos los capítulos vueltos lecciones
así lo evidencian. Así lo expresa también en
1893, cuando en vez de hacer resúmenes para cátedras
escribe El positivismo, un trabajo mucho más
personal y cargado de opinión en el que puede desarrollar
sus conocimientos de una forma más abierta.
Aunque en algún lado se haya catalogado el libro
como “un texto menor y sin originalidad”, El positivismo
es una representación que refleja lo que un intelectual
ha aprendido de ciencias en el siglo XIX y
lo que quiere exponer a su público; es un compendio
de sus conocimientos adquiridos.
El libro reúne algunos temas que ya habíamos visto
ampliamente tratados en el texto de 1891. Sin embargo,
Espinosa quiere advertir que su libro no se trata
“de hacer una exposición completa de la doctrina del
positivismo” sino que quiere ser vocero de “las verdades
establecidas por la filosofía que tiene la palabra en
el mundo científico moderno”37. Está ligado a un conocimiento
universal que desborda sus propias concepciones
sobre lo que es una teoría, por lo que prefiere
hablar en un sentido más amplio. Está escribiendo acerca
de la verdad científica dominante en el mundo.
El objetivo de Espinosa es doble. Por un lado, presentar
las formas en que la inteligencia ha hecho sus
progresos y, por el otro, hacer hincapié en la evolución
de todo un sistema. En el resumen de Spencer,
Espinosa ya había dado alguna relevancia a la evolución
cuando resume los capítulos “la ley de la evolución”
y “principios generales de la evolución”, puesto
que, en primer lugar, la extensión de los capítulos es
la más grande de todo su libro, y, por otra parte, porque
se cuidó en no dejar afuera ninguno de los apéndices
que utiliza Spencer para introducir sus
explicaciones en los capítulos. Aquí la evolución aparece
en diferentes formas. Intuye que a lo que ha llegado
la ciencia de su tiempo, ese último estado de las
ciencias del siglo XIX, obedece a la “evolución” que
han tenido, la inteligencia y sus logros en perspectiva
histórica:
“…por consiguiente, no es exacto que (se) rechace
las verdades fundadas en los conceptos que llamamos
fundamentales de nuestra mente.
Conceptos que han sido adquiridos, no por la experiencia
individual de los hombres actuales, sino
por la serie de experiencias lentamente elaboradas
y hechas durante el evolutivo andar de los organismos
animales (…) así el espacio y el tiempo,
formas fundamentales del pensamiento, nacen con
el individuo, pero ellas no son el resultado de creaciones
especiales, ni de intuiciones divinas, sino
de experiencias táctiles de nuestros antepasados”38.
La ciencia se construye, según Espinosa, a partir de la
conjunción de las “experiencias” que han tenido lugar
en diferentes épocas y de la evolución que éstas sostienen
hacia un estado mejor. Llama el autor experiencias
a los medios por los cuales la “inteligencia”
descubre sus verdades. Y la ciencia moderna se ha
nutrido de las experiencias específicas y las experiencias
genéricas39. Es decir, de las formas en que el hombre
se ha acercado al conocimiento a través de la
práctica de la experiencia. Genéricas porque hacen
parte de la impronta del ser humano como ser biológico;
y específicas porque actúan en la actualidad de las
ciencias, reconstituyéndose y complementándose40.
En este sentido se explica una evolución mental:
“la inteligencia de cualquier hombre civilizado del
presente siglo, no es el resultado de sus solas experiencias
individuales, sino también de las experiencias
de las generaciones de organismos
anteriores que por su número en el tiempo, podemos
considerar indefinidas”41.
El conocimiento es un proceso histórico que se da a
dos niveles: el primero, interno, porque es la historia
del desarrollo de la inteligencia, de la aparición de la
moral que reconoce la ciencia como su ley y fundamento;
y, el segundo, externo porque la ciencia transforma,
construye y permite cambiar el mundo, todo
esto dentro de un proceso evolutivo42.
37 Espinosa, Ignacio. El positivismo…, pág. 7.
38 Espinosa. El positivismo…, pág. 11.
39 La inteligencia se presentaba como una adquisición que tenía características especificas. Estaba limitada “a lo cognoscible”. Aparecía
determinada por un proceso evolutivo que es a la vez interno y externo —experiencias “genéricas” y específicas”—; era un valor
orgánico que se adquiría mediante un desarrollo constante y un crecimiento del sentido y la razón. La psicología como ciencia del
conocimiento manifestaba la posibilidad de entender la historia de esos procesos.
40 Espinosa. El positivismo…, pág. 12.
41 Espinosa. El positivismo…, pág. 12.
42 Espinosa. El positivismo…, págs. 12-13.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
80
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
Espinosa ya toma partido. Se considera totalmente
spenceriano, para hacer contraposición a las afirmaciones
de Comte sobre la ley de los tres estados. Recordemos
que el francés había inventado este sistema
para explicar las etapas o periodos que concurren en
el desarrollo del conocimiento hasta llegar al último
estado, el positivo, que él mismo estaba viviendo y
del cual era portavoz. Entre el primer y el último estadio
de desarrollo, las ciencias iban desenvolviéndose
condicionadas a las capacidades de los seres
humanos para remplazar las representaciones del
mundo basadas en la imaginación. El último estado
—positivo— portaba un estatus de puras representaciones
científicas.
Espinosa parece de acuerdo con Spencer al negar la
ley de los tres estados de Auguste Comte y considerar
el rumbo de la ciencia, y el estado actual del positivismo,
como producto de un solo proceso de
construcción y adquisición de conocimiento, que va
evolucionado y complejizando el cuerpo teórico y
práctico de las ciencias:
“Por consiguiente no es exacto como lo afirma
Comte, que cada rama de nuestros conocimientos
pase sucesivamente por tres estados teóricos diferentes
(...) así como la marcha del pensamiento,
dice Spencer, es una, de la misma manera su punto
de llegada es uno. No hay tres concepciones
últimas posibles, sino una sola concepción última.
Cuando la idea teológica de la acción providencial
de un solo ser remplazó todas las causas
de segundo orden, y su desarrollo adquirió toda la
nitidez posible, entonces apareció la concepción
de un ser cuya potencia siempre activa, se manifestaba
en todos los fenómenos. Este concepto, al
tomar su forma definitiva, hacía desaparecer en el
pensamiento todos los atributos antropomorfos
que caracterizaban la idea primitiva. El pretendido
último término del sistema metafísico —el concepto
de una sola entidad general, la naturaleza,
considerada como fuente de todos los fenómenos—
es una concepción idéntica a la teológica:
la idea de una sola causa que, presentándose como
universal, deja de ser concebible —no difiere sino
por el nombre, de la idea de un solo ser, causa del
mundo”43.
La evolución que quiere promulgar Espinosa y el
desarrollo histórico de ese positivismo están respaldados
por la contraposición a la ley de los tres estados
de Comte. Es decir, el origen del conocimiento,
la escala evolutiva que desemboca en el conocimiento
positivo para Espinosa es un proceso como el que
sufre la naturaleza en el sentido spenceriano, en contraposición
de las fases comteanas. Su sentido de la
evolución va tan lejos, que es usado para hacer explicaciones
acerca de la organización de las ciencias,
como el ejemplo que nos da de la evolución histórica
de las matemáticas:
“No es verdad que las matemáticas experimenten
progresos y no evoluciones (…) Todas las ciencias
están sometidas a la ley de la evolución, la
cual como es sabido, expresa que todos los fenómenos
son una integración que va acompañada
del paso de lo incoherente a lo coherente, de lo
homogéneo a lo heterogéneo y de lo indefinido a
lo definido. Por consiguiente las matemáticas no
pueden ser, y en efecto, no son una excepción de
esta ley”44.
La relación experimental
Podemos inferir como última reflexión un punto de
encuentro de ideas entre Claude Bernard, fisiólogo
francés, padre de la medicina experimental45 y Espinosa,
por los conceptos observación, experimentación
e hipótesis. Estos términos hacen parte
fundamental del método experimental bernardiano y
Espinosa los utiliza como fundamentos de una mejor
comprensión de las ciencias. Para Bernard, la observación
es un ente pasivo —que se fija en la naturaleza
dada sin idea preconcebida— y la experimentación
uno activo —se observa algo, pero eso se trata de
comprobar bajo un deseo, un objetivo propio con una
idea preconcebida—46. Para un saber como la medicina
o la fisiología, la observación también puede ser
todo aquello que, desde la comprobación, resulte
normal y regular, ya que,
“poco importa que el investigador haya provocado
por sí mismo, por la mano de otro o por un
accidente, la aparición de los fenómenos, pues a
43 Espinosa. El positivismo…, pág. 15.
44 Espinosa. El positivismo…, pág. 29.
45 La primera parte del estudio sobre la medicina experimental de Bernard publicado en 1865 titulada De la observación y la experiencia
y la segunda, titulada De la idea a priori y de la duda en el razonamiento experimental, aparecen extractadas en el curso de Guzmán de
1883. Nuestra hipótesis es que el libro de medicina de Bernard fue utilizado en alguna forma como teoría de conocimiento y medio de
comprensión de lo que significa la experimentación; una forma más amplia de ver el problema esta en: Saldarriaga Vélez: “Gramática,
epistemología y pedagogía en el siglo XIX. La polémica colombiana sobre los Elementos de ideología de Destutt de Tracy”, en:
Memoria y sociedad, Bogotá, vol. 8, n° 17, págs. 41-59, 2004.
46 Bernard, Claude. Introducción al estudio de la medicina experimental, Barcelona, Fontanella, 1975, págs. 26-27.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
81
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
partir del momento en que los considera sin
perturbarlos y en el estado normal, lo que hace es
una observación”47 .
La experiencia,
“por el contrario, implica, según los mismos
fisiólogos, la idea de una variación o de una perturbación
intencionalmente provocada por el experimentador
en las condiciones de los fenómenos
naturales”48.
La hipótesis para el médico francés es una idea preconcebida
absolutamente necesaria para empezar
cualquier trabajo de indagación experimental. Es una
intuición, una idea o un sentimiento generado por una
observación concienzuda, que asimismo provoca
consecuencias que generan un camino49.
Espinosa se refiere a estos conceptos en la siguiente
forma:
“si razonar es establecer una relación definida
entre dos relaciones definidas, no alcanzamos a
ver cómo puede obtenerse tal resultado sin percibir
primero los seres entre los cuales existen
las relaciones, así como también las relaciones
que existen entre dichos seres. Es decir, sin observar
y experimentar no es posible razonamiento
alguno”50.
A renglón seguido, el abogado advierte:
“...cuando las relaciones observadas son poco
numerosas o cuando los términos entre los cuales
subsisten difieren considerablemente de los términos
clasificados con ellas, o en ambos casos,
nuestro razonamiento lleva el nombre de hipótesis(...)
el pensamiento “todos los planetas están
habitados” es una mera hipótesis; porque son muy
limitados los elementos conocidos de los otros
planetas que son semejantes a los que en la tierra
guardan relaciones definidas con el hecho de ser
habitable (...) ahora bien, cuando sentimos estas
relaciones de semejanza entre la tierra y algunos
astros, y muchos astros, y la mayor parte de los
astros, entonces podemos decir “todos los astros
son habitables” formando así una vasta inducción.
Así, no es posible inducir sin experimentar. Cuando
en todo el campo de la experiencia, no sólo de
la que se refiere al individuo, sino también de la
que se refiere a la especie y la clase, persiste la
semejanza en un mismo orden de relaciones, entonces
la verdad inducida toma el nombre de ley,
y si se presenta un caso particular, lo explicamos
por esa ley, es decir, deducimos”51.
Bernard implica:
“Hay dos formas de razonamiento.1- la
investigativa o interrogativa, que emplea el hombre
que ignora y desea instruirse; 2- la demostrativa
o afirmativa, que emplea el que sabe, o cree
saber, y quiere instruir a otros. Parece que los filósofos
han distinguido estas dos formas de razonamiento
bajo los nombres de razonamiento
inductivo y razonamiento deductivo. Además han
admitido dos métodos científicos, el inductivo o
inducción, propio de las ciencias físicas experimentales
y el deductivo o deducción, tocante más
especialmente a las ciencias matemáticas. Resultaría
de esto que la forma especial del razonamiento
experimental, de la que sólo debemos ocuparnos
aquí, sería la inducción”52.
Tenemos varias cuestiones. La primera de ellas es
que no hemos reconocido estos conceptos —observación,
experiencia, e hipótesis— en Herbert Spencer.
Puede llegar él a incluirlos en su sistema, pero no son
parte de la estructura fundamental de éste, principalmente
en lo que tiene que ver con la teoría del conocimiento.
Espinosa nos está mostrando en el apartado
que incluye los conceptos bernardianos lo que significa
razonar. El proceso para llegar a esto, se da por
medio de relaciones definidas —como Spencer lo ha
explicado—. Incluye en ese proceso, la imposibilidad
de su objetivo fundamental —razonar— sin observar
ni experimentar. Estos postulados
bernardianos, referidos a la obtención de conocimiento
científico, específicamente teórico y experimental,
Espinosa los ha tomado como elementos
necesarios que completan el proceso mental que hacemos
cuando razonamos; es decir, observación y
experimentación hacen parte del proceso de establecer
relaciones definidas.
Cuando tenemos muchas de estas relaciones en un
estado de probabilidad, son poco numerosas, o los
47 Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental..., pág. 28.
48 Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental..., pág. 28.
49 Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental..., págs. 51-53.
50 Espinosa. El positivismo..., pág. 32. La bastardilla es mía.
51 Espinosa. El positivismo..., págs. 33-34.
52 Bernard. Introducción al estudio de la medicina experimental..., pág. 64.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
82
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
términos que utilizamos para relacionarlas entre sí
no son claros, tenemos una hipótesis; una hipótesis
muy diferente a la bernardiana, pues para Espinosa
el hecho de tenerla implica todavía no tener una idea
—que es lo que Bernard entiende por hipótesis, una
idea preconcebida acerca de un objeto por investigar—
sino más bien,
“a medida que las semejanzas entre los términos
de las relaciones conocidas y los de las relaciones
desconocidas vayan haciéndose más completos,
la hipótesis va creciendo con probabilidad”53.
Para Bernard la hipótesis está antes del descubrimiento
de alguna nueva propiedad; se formula como camino.
Para Espinosa, la condición de que alguna cosa,
alguna conexión de relaciones llegue a ser una hipótesis,
es mediante el descubrimiento de nuevas propiedades,
nuevas pistas y evidencias. Se es hipótesis
cuando existe más certeza54. Las relaciones internas
—las que nos permiten las ideas— que son consecuencia
de las relaciones definidas y las externas
—el mundo— nos deben ayudar a completarla con
un campo más exacto de probabilidad.
Para Espinosa y Bernard, es imposible inducir sin
experimentar. Para Bernard esta operación, este ejercicio,
es patrimonio de la práctica de las ciencias experimentales,
el campo que cobija la medicina y la
fisiología. Para Espinosa, al mantenerse un mismo
orden de relaciones, una constante, en el campo de lo
interno y lo externo, inducimos una verdad y ésta se
convierte en ley.
V. Conclusiones
Hemos tratado de entender a Ignacio Espinosa como
productor de ideas en un contexto político y social
particular. La historia de su formación como “positivista”
y el desarrollo de su actividad como intelectual,
dejan entrever, para nosotros, más que una evidencia
de la historia de unos saberes particulares ligados a
ideologías políticas, la presencia de una ciencia consensual,
de un “paradigma” positivista a lo largo de la
historia de los saberes científicos y filosóficos en las
postrimerías del siglo XIX colombiano. Desde José
Eusebio Caro hasta nuestro personaje, desde los primeros
“opositores a la ciencia” hasta sus más abiertos
adeptos, el paradigma de cientificidad que imprimían
al discurso modernizador colombiano nombres como
Tracy, Bentham, Bastiat, Comte, Balmes y Spencer
entre otros, moldeó y formó epistemológica e ideológicamente
sectores aparentemente opuestos, compartiendo
éstos, sin embargo, ideas como el “orden”, el
“progreso”, el cambio de las sociedades, el valor de la
religión, la idea de la educación55. Espinosa nos ha
mostrado sus adopciones teóricas y sus reflexiones filosóficas
en torno a lo que él consideraba como importante
de ser estudiado y enseñado —es decir, el
problema de la forma en que conocemos— y toma
partido como miembro de una ideología liberal, laica,
moderna, que, sin embargo, teme negar la importancia
de la religión —como vimos con el asunto
Spencer— y de la idea de tradición católica en las bases
de la sociedad en la que vive.
Las representaciones de los saberes modernos, el
modo de difundirlos y la idea de portar “la verdad”
de éstos para un público, para un grupo de hombres,
de estudiantes, de discípulos, de “incultos”, de
“amorales”, de “iletrados”, fue una actividad patrimonio
de unos pocos individuos en el pasado de nuestra
república. Pero también hizo parte de un proceso
muy interesante de formación y de relación con el
poder. Este proceso, lejos de ser entendido a partir de
la relación entre política e ideología —es decir, entre
idea y proyecto liberal o conservador— puede comprenderse
mejor si lo ubicamos como un problema
de práctica y acción. Es decir, tratando de mostrar
que los saberes no se justifican única y solamente
gracias a una idea propia de partido o de ideología
que los fundamenta, sino por causa de una serie de
relaciones propias del contexto, de las posibilidades,
de las situaciones que son posibles de resolver y ejecutar,
de prácticas racionales, de mecanismos de entender
el mundo, de formas de asociación que muchas
veces recomponían localmente diferentes
epistemologías y autores —claro está, a la luz de nuestra
situación actual56 — para entender las ciencias
positivas.
Lo anterior porque, a pesar de la histórica diferencia
que ha establecido la historiografía de las ideas en
Colombia en términos de los objetivos de unos y otros
en la “educación moral e intelectual de los pueblos”
53 Espinosa. El positivismo..., pág. 33.
54 “En el grado en que se vayan descubriendo nuevas propiedades en un astro y en que las relaciones que tengan con este último sean
semejantes a las que existen entre propiedades de la tierra y la circunstancia de ser habitable, en ese grado la hipótesis va tomando
fuerza en el campo de la probabilidad, hasta que por el gran número de cosas observadas y de experiencias hechas se viene a convertir
la hipótesis en una inducción consistente...”, Espinosa. El positivismo..., págs. 33-34.
55 Una reflexión interesante de la presencia de estos elementos tanto en “tradicionalistas” como en “positivistas” se encuentra en: Saldarriaga
Vélez, Óscar. “Positivismos y tradicionalismos en Colombia: notas para reabrir un expediente archivado”, ponencia presentada al XIII
Congreso colombiano de historia, Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, agosto 25-28 de 2006.
56 Como es el caso del libro que ya nombramos arriba, el Curso de filosofía experimental de César Guzmán de 1883.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
83
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
(definida, entre otras variables, como laica vs. tradicional),
hemos visto que la formación de los jóvenes
intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, fueran
de uno u otro bando, no difería mucho. Los mismos
autores para todos, las mismas líneas de reflexión
de sus maestros y los mismos objetivos: el cambio,
el progreso y la pregunta por la idónea formación de
los sujetos.
Es necesario pues, si entendemos la formación de los
intelectuales en este sentido, explorar más a fondo la
relación de los saberes con el proyecto que esas ideas,
después de 1880 —cuando se fundan universidades
liberales independientes que, sin embargo, conservan
los mismos textos de siempre— querían ayudar
a solventar. En el caso de Espinosa, la cátedra de psicología
—que estaba ligada a las de biología y lógica,
formando la filosofía experimental— representaba
un avance, una novedad en el conocimiento del momento.
Podemos ensayar como hipótesis que esas cátedras
representaban lo más elaborado del laboratorio
“liberal” de conocimiento, mientras la oposición elaboraba
una filosofía tradicionalista, que también hablaba
del hombre y de los saberes; asimismo, como
teoría, representaba una forma de entender los comportamientos
claves, básicos, trascendentales por los
que pasa el hombre moderno para llegar a un estado
idóneo de progreso o de avance en el plano intelectual
y en el moral.
84
Memoria & Sociedad - Vol. 10 No 21 Julio - Diciembre de 2006
El intelectual y las ciencias: Ignacio Espinosa y el positivismo, Nelson J Chacón. Páginas 69 - 84
Bibliografía
Anales de la universidad nacional de los estados unidos de Colombia,
1867-1880.
Bernard, Claude. Introducción al estudio de la medicina experimental,
Buenos Aires, Losada, 1944.
Carvacho, Juan B; Espinosa, Ignacio; Gómez, Ricardo; Llano, Antonio
y Robayo, Ambrosio, El Estudio, 25 de septiembre de 1882, n° 1,
pág. 1.
Comte, Auguste. Discurso sobre el espíritu positivo, Bogotá, El Búho,
1981.
Espinosa, Ignacio. Filosofía experimental: extracto de las doctrinas
psicológicas de Herbert Spencer, Bogotá, Imprenta de Lleras y
Compañía, 1891.
Espinosa, Ignacio. El positivismo, Bogotá, Imprenta de Torres y
Compañía, 1893.
Guzmán, César. Curso de filosofía experimental, Bogotá, Imprenta de
Medardo Rivas, 1883.
Palacio, Julio H. Historia de mi vida, Bogotá, Incunables, 1984.
Robayo, Ambrosio. “Ignacio Espinosa”, en: El liberal ilustrado, Bogotá,
vol. 4, n° 1392-19 (junio12-1915) págs. 291-293.
Rothlisberger, Ernst. El dorado, Bogotá, Biblioteca V Centenario/
Colcultura, 1993.
Spencer, Herbert. An Autobiography, London, Watts, 1926, 2 vol.
Spencer, Herbert. La ciencia social: fundamentos de la sociología
(traducción de Wenzel), Barcelona, F. Granada (s.f).
Spencer, Herbert. Primeros principios, (traducción de Wenzel).
Barcelona: F. Granada, 1944, 2 vols.
Fuentes secundarias
Bloor, David. Conocimiento e imaginación social, Barcelona, Gedisa, 1976.
Bobbio, Norberto. La duda y la elección, Barcelona, Paidós, 1997.
Bushnell, David. Colombia: Una nación a pesar de sí misma, Bogotá,
Planeta, 1997.
Canguilhem, Georges. “Qu’est-ce qu’une ideologie scientifique?”, en:
Idéologie et rationalité dans l’histoire des sciences de la vie, París,
Vrin, 1981, págs. 33-45, traducción de Luis Alfonso Paláu; profesor
Universidad Nacional – Medellín, revisiones de Óscar Saldarriaga
y Nelson Chacón, Pontificia Universidad Javeriana - Bogotá.
Dávila, Juan Manuel. La introducción de la filosofía experimental en
Colombia, tesis de grado de Historia, Pontificia Universidad
Javeriana, 2005.
De la Vega, Martha. Evolucionismo vs. positivismo. Estudio teórico sobre
el positivismo y su significación en América Latina, Caracas, Monte
Ávila (edits.), 1998.
Fleck, Ludwik. Génesis y desarrollo de un hecho científico, Madrid,
Alianza, 1986.
Foucault, Michel. Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 2001.
Martínez, Frederic. El nacionalismo cosmopolita; la referencia europea
en la construcción nacional de Colombia, Bogota, Banco de la
República/IFEA, 2002.
Melo, Jorge Orlando (comp.). Colombia hoy, Bogotá, Biblioteca familiar
Presidencia de la República, 1999.
Palacios, Marco El café en Colombia; una historia económica, social y
política, 1850-1970, Bogotá, El Áncora, El Colegio de México, 1983.
Sáenz Obregón, Javier; Saldarriaga, Óscar y Ospina, Armando. Mirar la
infancia. Pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946,
Santa Fe de Bogotá, Colciencas (edits.), Foro Nacional por Colombia,
1997, vol. 1.
Saldarriaga Vélez, Óscar. Positivismos y tradicionalismos en Colombia:
notas para reabrir un expediente archivado, ponencia presentada
al XIII Congreso colombiano de historia, Bucaramanga, Universidad
Industrial de Santander, agosto 25-28 de 2006.
Saldarriaga Vélez, Óscar. “Gramática, epistemología y pedagogía en el
siglo XIX. La polémica colombiana sobre los Elementos de ideología
de Destutt de Tracy (1870)”, en: Memoria y sociedad, Bogotá, vol.
8, n° 17, págs. 41-59, 2004.
Shapin, Steven. “Pump and circunstances. Robert Boyle´s literary
theory”, en: Social Studies of Science, vol. 14, 1984, págs. 481-520.
Silva, Renán. “La educación en Colombia 1880-1930”, en: Nueva historia
de Colombia, t. 4: Educación, ciencias, la mujer, vida diaria, Bogotá,
Planeta, 1989, págs. 66-80.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
Positivismo y evolucionismo en Colombia
González Rojas, Jorge Enrique (edit.). Positivismo y tradicionalismo en
Colombia, Bogota, El Búho, 1997.
Molina, Gerardo. Las ideas liberales en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo,
1970, t. I.
Jaramillo Uribe, Jaime. El pensamiento colombiano en el siglo XIX,
Bogotá, Ceso/UniandesICANH/Alfaomega, 2001.
Jaramillo Uribe, Jaime. “El proceso de la educación en la república,
1830-1886”, en: Nueva historia de Colombia, t. 2: República siglo
XIX, Bogotá, Planeta, 1989, págs. 239-260.
Restrepo Forero, Olga. “Abriendo un nicho en la universidad”, en:
Historia social de la ciencia en Colombia, t. III: Historia natural y
ciencias agropecuarias, Bogotá, Colciencias, 1993 págs. 237-299.
Restrepo Forero, Olga; Becerra Ardila, Diego. “El darwinismo en Colombia:
naturaleza y sociedad en el discurso de la ciencia”, en:
Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales, vol. 1974, abril, Bogotá, 1995 págs. 547-568.
Restrepo Forero, Olga. “En busca del orden, ciencia y poder en Colombia”,
en: Asclepio, vol. L-2, 1998, págs. 33-75.
Salazar Ramos, Roberto.“Romanticismo y positivismo”, en: Germán
Marquínez Argote. La filosofía en Colombia, Bogotá: El Búho, 1992,
págs. 233-302.
a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a a
Fecha de recepción: agosto 4 de 2006
Fecha de aprobación: septiembre 20 de 2006
Fuentes primarias
Teóricas y de contexto

FILOSOFÍA, DARWINISMO Y EVOLUCIÓN

FILOSOFÍA,
DARWINISMO
Y EVOLUCIÓN
Editor
Alejandro Rosas L.
UNIVERSIDAD
NACIONAL
DE COLOMBIA
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA
F I L O S O F Í A ,
DARWINISMO
Y EVOLUCIÓN
© Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Ciencias Humanas
Departamento de Filosofía
© Alejandro Rosas L.
Primera edición, 2007
1.000 ejemplares
ISBN: 978-958-701-760-1
Diseño carátula
Camilo Umaña
Diagramación
Olga Lucía Cardozo
Preparación editorial e impresión
Universidad Nacional de Colombia
Unibiblos
Andrés Sicard Currea, Director
Correo electrónico: dirunibiblo_bog@unal.edu.co
Bogotá, Colombia
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Filosofía, darwinismo y evolución / ed. Alejandro Rosas L. – Bogotá :
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, 2007
346 p. : ils.
I SBN : 978-958-701-760-1
1. Filosofía de la evolución 2. Evolución humana 3. Selección natural
I. Rosas López, Alejandro, 1959- - ed.
CDD-21 128.4 / 2007
[vii]
CONTENIDO
i x SOBRE LOS AUTORES
x i PREFACIO
I. SELECCIÓN NATURAL
3 1. Contra la lectura adaptacionista de Lamarck
Gustavo Caponi
19 2. La selección natural y su papel causal
en la generación de la forma
Maximiliano Martínez
37 3. Neodarwinismo y nueva síntesis
Vladimir Corredor
57 4. Las interrelaciones entre Genotipo/Fenotipo/
Medio ambiente. Una aproximación semiótica
al Debate ‘Evolución y Desarrollo’
Eugenio Andrade
II. COGNICIÓN Y EVOLUCIÓN
99 5. Função natural e indicação – a Atividade
de Representação em Fred Dretske
Karla Chediak
121 6. El programa de un epistemología evolucionista
Paulo Abrantes
[viii]
III. EL ORIGEN DEL HOMBRE
181 7. Las primeras descripciones de antropoides
en el siglo XVII y su importancia para
la Filosofía de la Evolución
Jorge Martínez-Contreras
219 8. Lo que la Filosofía de la Mente puede
aprender de Kanzi y de la primatología
Álvaro Corral
257 9. El concepto de reconciliación en la obra
de Frans de Waal
Alba Pérez-Ruiz
275 10. El entorno ancestral de las normas
de equidad
Alejandro Rosas L.
313 ÍNDICE DE AUTORES
316 ÍNDICE DE CONCEPTOS
[ix]
SOBRE LOS AUTORES
PAULO ABRANTES abrantes@unb.br
Doctor en Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de
Paris I. Profesor adjunto - Departamento de Filosofía e Instituto
de Biología, Universidad de Brasilia. Áreas: Epistemología Evolucionista,
Filosofía de la Biología, Filosofía de la Ciencia
LUIS E. ANDRADE P. leandradep@unal.edu.co
Químico, Universidad Nacional de Colombia. Postgrado en Genética
molecular de la Universidad Católica de Lovaina. Profesor
titular. Departamento de Biología, Universidad Nacional de Colombia.
Áreas: Formalización de la Relación Secuencia Estructura
en RNA y Proteínas. Historia y Filosofía del Pensamiento
Biológico y Evolutivo.
GUSTAVO CAPONI gustavocaponi@newsite.com.br
Doctor en Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Estadual
de Campinas (UNICAMP). Profesor adjunto del Departamento
de Filosofía de la Universidad Federal de Santa Catarina.
Áreas: Filosofía e Historia de la Biología.
KARLA CHEDIAK kachediak@yahoo.com.br
Doctor en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Río de
Janeiro. Profesora adjunta de la Universidad del Estado de Río de
Janeiro – UERJ. Áreas: Filosofía de la Biología, Epistemología.
ÁLVARO CORRAL C. alvaro.corral@utadeo.edu.co
Doctor de la Universidad Julius-Maximilians en Würzburg-Alemania.
Decano de Humanidades, Universidad de Bogotá Jorge Tadeo
Lozano. Áreas: Filosofía de la Mente y Filosofía de la Biología.
[x]
VLADIMIR CORREDOR E. vcorredore@unal.edu.co
Doctor de la Universidad de Nueva York. Profesor asociado, Departamento
de Salud Pública, Universidad Nacional de Colombia.
Áreas: Genética Molecular y Evolutiva de Microorganismos
Infecciosos.
MAXIMILIANO MARTÍNEZ B. mmartinezb@unal.edu.co
Filósofo; Candidato a Doctor en Filosofía de la Universidad Nacional
de Colombia. Becario, Programa Docentes en formación,
Departamento de Filosofía, Universidad Nacional de Colombia.
Áreas: Filosofía de la Biología, Filosofía Moral, Filosofía Evolucionista
de la Mente.
JORGE MARTÍNEZ-CONTRERAS pascalo69@yahoo.com
Doctor en filosofía (Doctorat ès Philosophie) de la Universidad de
Paris IV-Sorbona. Profesor titular “C”, Departamento de Filosofía,
Universidad AutónomaMetropolitana-Iztapalapa. Áreas: Epistemología
de las Ciencias de la Vida, Epistemología de la Primatología
y de la Paleoantropología, Filosofía Contemporánea.
ALBA LETICIA PÉREZ-RUIZ atelgeof@yahoo.com
Maestría en Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de
México UNAM. Profesor-Investigador asociado nivel “C”. Área
de Estudios Filosóficos. Coordinación de Investigación. Centro
de Estudios Filosóficos Políticos y Sociales Vicente Lombardo
Toledano CEFPSVLT. Áreas: Epistemología de la Primatología.
Comportamiento Social y Cognición en Primates.
ALEJANDRO ROSAS L. arosasl@unal.edu.co
Doctor en Filosofía de la Universidad de Münster, Alemania. Profesor
asociado DE, Departamento de Filosofía, Universidad Nacional de
Colombia. Áreas: Filosofía Moral, Filosofía de la Biología, Evolución
y Cognición.


CONTRA LA LECTURA
ADAPTACIONISTA
DE LAMARCK*
GUSTAVO CAPONI
Departamento de Filosofía
Universidad Federal de Santa Catarina
gustavocaponi@newsite.com.br
RESUMEN
Lo que habitualmente se considera como la teoría lamarckiana
de la adaptación no es más que un recurso para explicar el hecho
de que las formas vivas particulares presentan peculiaridades
morfológicas que no nos permiten alinearlas como eslabones
contiguos de una serie de complejidad o perfección creciente.
Lamarck no quería saber cómo hacían los seres vivientes para
adaptarse al ambiente y sobrevivir; lo que él quería saber era por
qué esos seres no subían lineal y ordenadamente por la escala
del ser. Lamarck no dijo tampoco que las formas vivas, además
de tornarse progresivamente más complejas, debían también ser
viables y que por eso era menester completar su explicación de
esa tendencia a la complejidad creciente con una explicación de
􀂛 En el presente trabajo retomo parte de los asuntos discutidos en
“Retorno a Limoges: la adaptación en Lamarck”. Asclepio 58 (1),
2006 (en prensa). He agregado, sin embargo, ciertas consideraciones
sobre la vinculación de las tesis de Lamarck con las de Buffon y ciertas
precisiones sobre la oposición que aquél hace entre naturaleza y
circunstancias que me parecen, en ambos casos, bastante importantes
para entender el malentendido implicado en la lectura adaptacionista
de su pensamiento. Quiero insistir, por otra parte, en el hecho de que,
aun cuando mi trabajo tenga su raíz en la interpretación no-adaptacionista
de Lamarck esbozada por Limoges en La Selección Natural, mi
argumento en favor de ella es totalmente diferente e independiente
del ensayado por ese autor.
I SELECCIÓN NATURAL
[4]
esa viabilidad. Eso es lo que tal vez nosotros agregaríamos en
estos tiempos darwinianos en los que siempre vemos al viviente
asediado por un ambiente que lo amenaza con la extinción. Pero
ese no era el caso de Lamarck. Él era tributario de una idea de
economía natural en la cual la guerra entre los seres vivos sólo
podía tender a la manutención de cierto equilibrio u orden en
el cual las razas de los cuerpos vivos subsisten todas pese a sus
variaciones; y por eso, lo que hoy llamaríamos la viabilidad ecológica
del viviente no planteaba para él ningún interrogante ni
merecía mayores explicaciones. Lo que sí merecía explicación
era la constante perturbación del orden natural y para explicarla
Lamarck apeló a las circunstancias. Pero las modificaciones
de los perfiles orgánicos producidas por esas circunstancias no
eran para él nada semejante a lo que hoy caracterizaríamos como
respuestas a las exigencias del medio. Ellas no tenían por qué
redundar en alguna ventaja para sus portadores; y es por eso que
su posible utilidad no era nunca considerada en los análisis y en las
explicaciones de Lamarck. Lejos de ser pensadas como recursos
para enfrentar las circunstancias, esas modificaciones eran consideradas
como marcas o como deformaciones producidas por
las condiciones en las que se desarrollaban las diferentes formas
de vida. En sus escritos Lamarck mencionó, es cierto, múltiples
peculiaridades morfológicas que hoy consideraríamos ejemplos
de adaptaciones; pero esos ejemplos no son allí interpretados de
ese modo. La singularidad morfológica puede ser hoy un indicio
poderoso de adaptación; pero no lo era para Lamarck. Para él,
esa singularidad merecía y podía ser explicada: merecía serlo en
tanto la misma constituyese una anomalía en relación a las series
zoológica y botánica; y podía serlo apelando a los fenómenos fisiológicos
que la acción de las circunstancias podía desencadenar en
los organismos individuales. Pero esa explicación no presuponía
ni apelaba a la supuesta utilidad que el rasgo en cuestión pudiese
eventualmente comportar.
Como todos sabemos, hay en Lamarck (1815, 134) dos
fuerzas trasformadoras de los perfiles orgánicos: por un lado
está el propio poder de la vida “que tiende sin cesar a comContra
la lectura adaptacionista de Lamarck
[5]
Gustavo Caponi
plicar la organización, a formar y multiplicar los órganos
particulares, en fin, a incrementar el número y la perfección
de las facultades”; y por el otro lado está esa “causa
accidental y modificante cuyos productos son las diversas
anomalías en los resultados del poder de la vida”. Por eso,
la forma de cada ser vivo es, concomitantemente, “producto
de la composición creciente de la organización que tiende a
formar una gradación regular” y “producto de la influencias
de una multitud de circunstancias muy diferentes que tienden
continuamente a destruir la regularidad en la gradación
de la composición creciente de la organización” (Lamarck
[1809]1994, 207-208).
Sabemos también que la idea de serie y la idea de una
tendencia hacia la composición creciente de la organización
constituyen diferencias fundamentales e insuperables entre
Darwin y Lamarck (Limoges 1976, 40-48): por ese lado, ninguna
aproximación entre ambos autores llegaría muy lejos.
Pero si de lo que se trata es de la influencia de las condiciones
de vida en la conformación de los organismos la cosa es
totalmente distinta. En lo que toca a ese punto, Lamarck
parece, por lo menos a primera vista, anticipar en algo a
Darwin: en ambos naturalistas las presiones del ambiente o
de las circunstancias aparecen como factores que imponen o
exigen transformaciones, produciendo así la diversificación
de las formas (Lamarck 1802, 44; Darwin 1859, 112). Desde
cierta perspectiva, hasta parecería que Lamarck (1802, 194),
pese a nunca usar el término adaptación, está hablando de
algo semejante a una radiación adaptativa.
Respondiendo a las exigencias de las circunstancias, diríamos,
las formas vivas se transforman y se diversifican dando
lugar a diferentes especies y variedades también capaces
ellas mismas de divergir indefinidamente (Mayr 1976, 239;
Barthélémy-Madaule 1979, 129). Además, esta impresión
de semejanza se refuerza cuando Lamarck (1802, 45) nos
I SELECCIÓN NATURAL
[6]
dice que tales circunstancias no tienen que ver sólo con los
factores climáticos generales y con los medios circundantes
en general, sino que también se relacionan con “los hábitos,
los movimientos más ordinarios, las acciones más frecuentes”
de cada animal; e incluso con sus “medios (moyens) de
conservarse”, con su “manera de vivir, de defenderse y de
multiplicarse”. A la manera de Darwin (1859, 69-70), y a
diferencia de Buffon (Roger 1983, 156), Lamarck también
parece entender que los factores climáticos, por sí solos,
no pueden explicar los perfiles de los seres vivos y que para
llegar a comprender esos rasgos era menester atender a sus
modos o condiciones de vida (Corsi 2001, 120-121).
Es importante observar, sin embargo, que en la argumentación
lamarckiana, las referencias a las circunstancias
ambientales sólo entran en juego para explicar por qué las
formas vivas particulares se ramifican en variedades que no
pueden ser simplemente alineadas como peldaños sucesivos
de la escala zoológica (Limoges 1976, 47-48); y esto nos está
indicando que, para Lamarck, las circunstancias no sólo no
son la principal fuerza transformadora de lo viviente; sino
que además, la explicación del amoldamiento de ese viviente
a las circunstancias no es tampoco el objetivo de lo que a menudo
se ha considerado como su teoría de la adaptación.
En efecto, las referencias de Lamarck al modo por el
cual las circunstancias influirían en los perfiles de los organismos
no sólo constituyen una teoría auxiliar en su sistema,
una teoría muy importante y célebre pero auxiliar al fin;
sino que además, el objetivo de esta teoría auxiliar no es
explicar la adecuación del viviente a las circunstancias sino
explicar los descaminos de la serie. Lamarck no quería saber
cómo hacían los seres vivientes para adaptarse al ambiente y
sobrevivir; lo que él quería saber era por qué esos seres no
subían lineal y ordenadamente por la escala del ser. Es ésa
la cuestión a la que responde su teoría sobre la influencia de
Contra la lectura adaptacionista de Lamarck
[7]
Gustavo Caponi
las circunstancias en la morfología; y es en ese sentido que,
siguiendo a Camile Limoges, podemos decir que no hay
problemática de la adaptación en Lamarck: lo que se plantea
en esa teoría auxiliar es la problemática de la serie y lo que
se intenta con la misma es explicar los desvíos o anomalías
de las formas orgánicas en relación a esa serie.
Es el problema de la serie, en definitiva, el que convoca
y motiva la postulación de ambos factores lamarckianos de
transformación: uno para explicar las grandes líneas de su
constitución y el otro para justificar la filigrana de sus desviaciones.
Decir, como Montalenti (1983, 32), que “lo que
Lamarck quiso explicar con su teoría era la adaptación” es
definitivamente un error. Lamarck no dijo que las formas
vivas, además de tornarse progresivamente más complejas,
debían también ser viables y que por eso era menester
completar su explicación de esa tendencia a la complejidad
creciente con una explicación de esa viabilidad. Eso es lo que
tal vez nosotros diríamos en estos tiempos darwinianos en
los que siempre vemos al viviente asediado por un ambiente
que lo amenaza con la extinción.
Pero ese no es el caso de Lamarck: para él la extinción
sólo puede ocurrir aisladamente y sobre todo por la intervención
del hombre (Limoges 1976, 45-46; Jacob 1973, 167;
Mayr 1976, 247). Lamarck ([1809]1994, 130) fue, en efecto,
tributario de una idea de economía natural en el cual la
guerra entre los seres vivos sólo tiende a la manutención de
cierto equilibrio u orden en el cual “las razas de los cuerpos
vivos subsisten todas pese a sus variaciones”; y por eso “los
progresos adquiridos en el perfeccionamiento de la organización
nunca se pierden” (ver también: Barthélémy-Madaule
1979, 128-129 y Corsi 2001, 89-90). En su mundo, como
observó Limoges (1976, 48), “es impensable que una especie
no se acomode a su entorno; en su sistema sin extinción de
especie, no se prevé sanción contra las especies que fracaI
SELECCIÓN NATURAL
[8]
san en su acomodamiento a las circunstancias exteriores”;
y, ya en ese sentido, puede decirse que no hay realmente
una problemática de la adaptación en Lamarck. Lo que hoy
llamaríamos la viabilidad ecológica del viviente no planteaba
para él ningún interrogante y por eso no merecía mayores
explicaciones.
Se nos podría objetar, sin embargo, que, si de todos
modos, el acomodamiento de los organismos a sus circunstancias
forma parte de la explicación que Lamarck sugiere
para los desvíos de la serie, entonces, no puede decirse, sin
más ni más, que el asunto de la adaptación esté totalmente
ausente de su obra. ¿Acaso esa presión de las circunstancias,
poderosa al punto de desviar el orden natural, no se parece
en algo a las exigencias ambientales resaltadas por Darwin?;
y, consecuentemente: ¿No tienen las respuestas que los organismos
dan a esas exigencias algo de muy semejante a las
adaptaciones darwinianas? ¿No habría también Lamarck,
en este sentido, resaltado y reconocido la importancia de
ese orden de fenómenos, preparando así el terreno para la
instauración darwiniana?
Sé que estas preguntas pueden parecer puerilmente
retóricas: al final de cuentas, hablar de la adaptación en Lamarck
es un lugar común. Sin embargo, esa unanimidad de
las lecturas adaptacionistas de Lamarck es definitivamente
cuestionable. La misma, me parece, es una unanimidad sospechosamente
post-darwiniana: una consecuencia de que los
textos de Lamarck hayan pasado a ser leídos como Darwin lo
había hecho; es decir: como si Lamarck fuese “un autor que
trata el problema de la adaptación para darle una solución
insatisfactoria” (Limoges 1976, 48-49). Darwin nos lleva a
leer a Lamarck como si éste fuese su precursor; y esto vale
incluso para aquellos autores usualmente denominados neolamarckianos.
Las así llamadas teorías neolamarckianas siempre
fueron deudoras del darwinismo: suponían planteada la
Contra la lectura adaptacionista de Lamarck
[9]
Gustavo Caponi
problemática de la adaptación y se remitían a los escritos
de Lamarck como fuente de soluciones alternativas para la
misma. Los textos de Lamarck siguen sin embargo ahí; y su
lectura, según me parece, puede exigirnos revisar ciertas
ideas recibidas, y muy difundidas, sobre su pensamiento.
Esos escritos mencionan, es cierto, múltiples peculiaridades
morfológicas que hoy consideraríamos ejemplos de
adaptaciones; pero si los leemos atentamente veremos que
esos ejemplos no son allí interpretados de ese modo. La
singularidad morfológica puede ser hoy un indicio poderoso
de adaptación; pero no lo era para Lamarck. Para él, esa
singularidad merecía y podía ser explicada: merecía serlo,
como ya vimos, en tanto la misma constituyese una anomalía
en relación a la serie; y podía serlo apelando a los fenómenos
fisiológicos que la acción de las circunstancias podía desencadenar
en los organismos individuales. Pero esa explicación
no presupone ni apela a la supuesta utilidad que el rasgo en
cuestión pudiese eventualmente comportar. Tácito, nos dice
Borges (1952, 280) en El pudor de la historia, “no percibió
la Crucifixión, aunque la registra en su libro”; y algo parecido
podemos decir nosotros de Lamarck en relación a los
fenómenos que hoy mentamos con el concepto darwiniano
de adaptación: sus libros los registran copiosamente, pero él
no los percibía de ese modo. Los mismos son allí registrados
como simples anomalías o deformaciones morfológicas que
rompen con el orden natural.
Decir que “Lamarck pretende que la respuesta al medio
es siempre favorable” (Tetry 1981, 146), o que desde su
perspectiva “todas las variaciones que acontecen son útiles”
(Jacob 1973, 167), es un error muy común y persistente;
pero no por eso deja de ser un error. Y lo que está en la
base de ese error es la propensión a leer Lamarck con los
ojos de Darwin a la que acabamos de aludir. Pero sólo es
necesario fracasar en la tentativa de encontrar en Lamarck
I SELECCIÓN NATURAL
[10]
cualquier referencia clara e inequívoca a la utilidad de las
modificaciones para percibir que lo que allí está en juego
es un problema distinto del darwiniano.
Para Lamarck, las modificaciones que los organismos
sufrían en virtud de sus condiciones de vida no tenían por
qué redundar en alguna ventaja para sus portadores; y es
por eso que la posible utilidad de las mismas no es nunca
considerada en sus análisis y explicaciones. Lejos de ser pensadas
como recursos para enfrentar las circunstancias, esas
modificaciones son, en todo caso, marcas o deformaciones
producidas por las condiciones en las que se desarrollaban
las diferentes formas de vida: los ojos de un topo no se atrofian
para dejar de ver; sino por dejar de hacerlo. Pero no sólo
los ejemplos de atrofia de órganos entran en ese esquema.
La explicación que Lamarck da del tamaño y la forma que
llegan a tener los grandes cuadrúpedos herbívoros sigue
también ese mismo patrón.
Estos animales, nos dice, además de poseer el “hábito
de consumir, todos los días, grandes volúmenes de materia
alimenticia que distienden los órganos que los reciben”,
poseen también el hábito “de no hacer más que movimientos
mediocres” y de eso “ha resultado que los cuerpos de estos
animales se hayan engrosado considerablemente, hayan devenido
pesados y macizos, y hayan adquirido un volumen
muy grande como se lo ve en elefantes, rinocerontes, vacas,
búfalos y caballos” (Lamarck [1809] 1994, 229). En cambio,
observa Lamarck, en las tierras donde la presencia de
predadores obliga reiteradamente a correr, esos efectos no
se han notado: el ejercicio les dio a gacelas y antílopes un
cuerpo más esbelto.
Pero esta esbeltez y ligereza no es una adaptación para
la carrera: es un resultado o un efecto de la carrera; y lo mismo
ocurre con el tristemente célebre pescuezo de la jirafa.
Para Lamarck, esa estructura anatómica no se estiró para
Contra la lectura adaptacionista de Lamarck
[11]
Gustavo Caponi
permitir alcanzar las ramas más altas de los árboles, sino por
causa del movimiento reiterado y continuo que ese animal
realiza en su rutina de alimentación: el movimiento, o su
ausencia, simplemente causa una modificación pero nada
exige que esa modificación tenga que ser necesariamente
útil (Lamarck [1809] 1994, 232-233).
Ya el caso del perezoso recuerda más al de los grandes
herbívoros; y allí también queda muy claro que Lamarck
([1809] 1994, 234) presenta su conformación y sus capacidades
motoras, no como ejemplos de una progresiva adaptación
a un modo de vida, sino como el simple resultado de
ese modo de vida. Lamarck no piensa darwinianamente:
no busca una utilidad particular para las características del
perezoso. Éstas no son vistas como integrando una estrategia
de supervivencia sino como la simple consecuencia de las
condiciones de vida a la que este animal se vio confinado.
Siendo que lo que vale para el perezoso valdría también
para cualquier tipo de animal cuyas condiciones de vida
cambien y pase de tener alimento en abundancia, como
un caballo europeo mantenido en un establo, a tener que
depender de los escasos, magros y secos arbustos de la Patagonia:
ese cambio generaría, según Lamarck, una raza
de caballos menores. Pero esto sería un efecto directo y
trasmisible a la descendencia de la falta de nutrientes; y no
una adaptación darwiniana a esas condiciones. Sólo después
de Darwin nuestro caballo criollo podrá ser visto como algo
distinto de un caballo europeo degenerado por las difíciles
circunstancias que le habrían tocado en suerte.
A este respecto Lamarck está definitivamente más cerca
de la temática buffoniana de la degeneración que de la temática
darwiniana de la adaptación: y hasta puede decirse,
que su teoría sobre la influencia de las circunstancias en los
perfiles orgánicos no es otra cosa que una generalización y
una radicalización de ese tímido, e inmediatamente desechaI
SELECCIÓN NATURAL
[12]
do, atisbo de transformismo que Buffon ([1753]1868, 35-39)
insinuó al sugerir la plausibilidad de considerar al asno como
un simple caballo degenerado por los efectos del clima y de
la alimentación acumulados a lo largo de generaciones. Para
Lamarck, como para Buffon, las circunstancias deforman,
degeneran o desvían, en mayor o menor grado, el normal
desarrollo de las formas, pero no por eso las optimizan o las
adecuan al cumplimiento de una función; y la diferencia es
realmente importante: en otros contextos, el hecho de no
verla podría llevarnos a confundir el retardo en el crecimiento
de un niño desnutrido con un recurso o estrategia para
encarar la escasez de alimentos.
Podemos trazar, sin embargo, una analogía mucho menos
dramática que esa: no ver la diferencia entre la adaptación
darwiniana y la deformación lamarckiana es como no ver
la diferencia existente entre el desgaste que el uso produjo
en nuestros viejos zapatos y las innovaciones de diseño que
puede presentar un nuevo modelo de calzado deportivo.
Esas innovaciones están ahí porque se espera alguna ventaja
de ellas, para el usuario o para el fabricante; el desgaste, en
cambio, sólo eventualmente, pero nunca necesariamente,
podrá hacer más cómodos nuestros viejos zapatos, pudiendo
también producir el efecto contrario. Es decir: para Lamarck,
las peculiaridades morfológicas de los seres vivos que
escapan al orden y a la secuencia normal de las formas, se
parecen más a las abolladuras que los choques pueden dejar
en un auto, que a los parachoques con los que los equipamos.
Los autos no tienen abollones para amoldarse a las cosas con
que chocan; los tienen como efecto de los choques.
Pero, el indicio más claro de la poca confianza que Lamarck
podía tener en el poder conformador, y no meramente
deformador, de las circunstancias, lo encontramos en su Histoire
Naturelle des Animaux sans Vertèbres. Allí, a la hora
de explicar cómo la boca de los insectos superiores pudo haContra
la lectura adaptacionista de Lamarck
[13]
Gustavo Caponi
cerse más compleja, dejando de ser un aparato meramente
succionador y pasando a ser un aparato masticador provisto
de un número de partes mayor y más complejamente articuladas,
Lamarck (1816, 303, 311), en lugar de apelar a las
influencia de las circunstancias, atribuye esos incrementos
de la complejidad morfológica a la instauración gradual de
un plan de organización dispuesto por la propia naturaleza.
Y eso es lo que Lamarck hace siempre que tiene que explicar
cualquier incremento en la complejidad morfológica
de una estructura.
Con todo, para entender el significado de esta tesis, y
no creer ingenuamente que con la palabra naturaleza se
esté aludiendo ahí a la intervención de un medio ambiente
que, a la Darwin, moldearía los seres vivos, es menester
recordar que, cuando Lamarck usa la palabra naturaleza,
es para referirse a esa potencia productora y organizadora,
el poder de la vida, que nunca puede confundirse con las
circunstancias. Éstas, por el contrario, son precisamente las
fuerzas o factores que se oponen al accionar de la naturaleza,
obstaculizándolo o desviándolo (Lamarck 1820, 141-142).
Las circunstancias, es cierto, pueden propiciar diversas
modificaciones morfológicas, agrandando o atrofiando,
retorciendo o enderezando, los apéndices maxilares de las
diferentes especies de insectos (Lamarck 1816, 300), pero
el propio surgimiento y la efectiva diferenciación de esas
estructuras, por convenientes o necesarias que ellas sean para
la subsistencia de los insectos, no depende para Lamarck, ni
de lo que estos animales hagan o dejen de hacer, ni tampoco
de las circunstancias en las que los mismos desarrollan sus
existencias: para Lamarck, la instauración de esas estructuras
obedece pura y exclusivamente a un plan de organización
impulsado y propiciado por el poder de la vida que produce
y establece en los seres vivos, sucesiva y gradualmente, “los
diferentes sistemas de órganos particulares” (Lamarck 1820,
I SELECCIÓN NATURAL
[14]
141). Las circunstancias y los hábitos que las circunstancias
pueden promover no tendrían nunca ese poder creador, ni
podrían producir tampoco ningún incremento real de complejidad
como el verificado en el pasaje de los insectos succionadores
a los masticadores.
Pero, definitivamente, el mejor ejemplo para ver cómo
la referencia a cualquier ventaja eventual de las modificaciones
orgánicas está ausente en el razonamiento de Lamarck,
lo encontramos en su explicación de la formación de los
cuernos de los rumiantes. Estos animales, nos dice Lamarck
([1809] 1994, 230), “no pudiendo emplear sus pies más que
para sostenerlos, y teniendo poca fuerza en sus mandíbulas,
las cuales se ejercitan exclusivamente en cortar y masticar la
hierba, sólo pueden batirse a golpes de cabeza, dirigiendo
uno contra otro el vértice de esa parte”; y como sus accesos
de cólera, sobre todo entre los machos, son frecuentes, “su
sentimiento interior, por la mediación de esos esfuerzos,
dirige más fuertemente los fluidos hacia esa parte de la cabeza”
formándose allí “una secreción, de materia córnea en
algunos casos y de materia ósea mezclada de materia córnea
en otros, que da lugar a protuberancias sólidas: de ahí el
origen de los cuernos y las astas con los que la mayor parte
de estos animales tienen la cabeza armada”.
Lamarck, reconozcámoslo, parece estar yendo demasiado
lejos y forzando hasta lo insostenible las ideas usuales
respecto a cómo los comportamientos repetidos pueden
modificar los perfiles de un organismo. La analogía con el
robustecimiento por el ejercicio de los brazos del remero ha
quedado sin duda muy lejos. Lamarck, además, ni siquiera
habla de chichones que se endurecen y se tornan constantes
como los callos; habla de fluidos que, por el propio ímpetu de
las embestidas, y no por el impacto, fluyen hacia esa parte del
cuerpo produciendo, por acumulación, esas protuberancias
que llamamos cuernos o astas. Con todo, antes de consiContra
la lectura adaptacionista de Lamarck
[15]
Gustavo Caponi
derar este ejemplo como una muestra jocosa o pintoresca
del primitivismo o del infantilismo de las tesis que estamos
analizando, sería más provechoso no dejar de percibir cómo,
sin ceder en ningún momento a la tentación de pensar que
esas protuberancias estén ahí porque sean útiles para algo,
Lamarck persevera en su arduo tour de force fisiológico e
intenta explicar esa peculiaridad en base a la circulación y
la acumulación de los fluidos orgánicos.
Sin mencionar siquiera las ventajas que, a posteriori de
su aparición, esa protuberancia podría representar, Lamarck
se limita a considerarlas como el efecto residual de un movimiento
habitual y constante. Es más: en este caso se hace
particularmente patente que el comportamiento sólo cuenta
en su teoría en tanto que factor capaz de desencadenar o
producir fenómenos fisiológicos; y aquí vale algo semejante
a lo que dijimos en relación a los ojos de los topos: los toros,
según Lamarck, no tienen cuernos para embestir, los tienen
por causa de las embestidas. Aunque no sean callos o chichones,
los cuernos de los toros se parecen más a abolladuras,
a efectos de embestidas y de golpes, que a parachoques o
a arietes.
Por eso, si este u otro ejemplo de Lamarck tiene algo de
ridículo, no lo será por postular una teleología o intención
de los organismos a modificarse (Pichot 1993, 583). Todo
lo contrario: lo que fuerza a Lamarck a argumentar de esa
forma es la necesidad de explicar estructuras tan singulares,
como pueden serlo cuernos y astas, por la simple y ciega
dinámica de fluidos cuya circulación se acelera y se desvía
por efecto de movimientos corporales. Pero no teníamos
porque esperar otra cosa: Lamarck tampoco es llevado a
analizar esas estructuras porque las mismas siquiera aparentasen
cierta conveniencia o utilidad; para él las mismas
sólo interesan en tanto parecen indicar una distorsión o una
anomalía en relación al orden natural.
I SELECCIÓN NATURAL
[16]
Algo parece haber interferido con lo que podría ser considerado
como el devenir natural o normal de las formas y
es necesario saber qué fue. A veces podrán ser factores tan
simples como la carencia o sobreabundancia de nutrientes
para crecer; y otras la repetición obcecada y constante de un
movimiento que termina por desviar el desarrollo esperable
de las formas en cuestión. Como sea, si ese orden o devenir
natural de las formas obedece a un factor físico como lo es
la dinámica de los fluidos que constantemente canalizan el
interior de los seres organizados tendiendo a incrementar el
tamaño y la complejidad de todas sus partes, lo que perturba
o desequilibra esa dinámica, haciéndola más intensa en
algunos casos y menos intensa en otros, debe ser también
un factor físico capaz de interferir con ese movimiento de
fluidos. Y es ahí, claro, donde entran las circunstancias. Lamarck,
podríamos decir, no pudo ser más claro porque no
contó con esa (para él) inimaginable lectura adaptacionista
de su Filosofía Zoológica que Darwin, sin quererlo, acabó
imponiendo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Barthélemy-Madaule, M. 1979. Lamarck ou le mythe du précurseur,
Paris: Seuil.
Borges, J. [1952] 1980. Otras inquisiciones, Prosa Completa II,
223-229. Barcelona: Bruguera.
Buffon, G. [1753] 1868. L’âne, T. IV de L’Histoire Naturelle Genérale
et particulière, en Oeuvres de Buffon (Ordenadas y
anotadas por Jules Pizzetta), Vol. III, 35-43, Paris: Parent-
Desbarres.
Caponi, G. 2006. Retorno a Limoges: la adaptación en Lamarck,
Asclepio 58 (1) (en prensa).
Corsi, P. 2001. Lamarck: genése et enjeux du transformisme 1770-
1830. Paris, CNRS Editions.
Darwin, C. 1859. On the Origin of Species, London: Murray.
Contra la lectura adaptacionista de Lamarck
[17]
Gustavo Caponi
Jacob, F. 1973. La lógica de lo viviente, Barcelona: Laia.
Lamarck, J. 1802. Recherches sur l’organisation des corps vivants,
Paris: Maillard.
Lamarck, J. [1809] 1994. Philosophie Zoologique (Presentación y
notas por A. Pichot), Paris: Flammarion.
Lamarck, J. 1815. Histoire Naturelle des Animaux sans Vertèbres
(T. I), Paris: Verdière.
Lamarck, J. 1816. Histoire Naturelle des Animaux sans Vertèbres
(T. III), Paris: Verdière.
Lamarck, J. 1820. Système Analytique des Connaissances Positives
de L’Homme, Paris: Belin.
Limoges, C. 1976. La Selección Natural: ensayo sobre la primera
constitución de un concepto (1839-1859), México: Siglo
XXI.
Mayr, E. 1976. Lamarck revisited, en Mayr, E. 1976. Evolution
and diversity of life, 222-250, Cambridge: Harvard University
Press.
Montalenti, G. 1983. Desde Aristóteles hasta Demócrito vía Darwin,
en Ayala, F. & Dobzhansky, T. (eds.) 1983, Estudios
sobre la filosofía de la biología, 25-44, Barcelona: Ariel.
Roger, J. 1983: Buffon et le transformisme; en Biezunski, M. (ed.)
1983, LA RECHERCHE en histoire des sciences, 149-172,
Paris: Seuil.
Tetry, A. 1981. Hérédité ou non-hérédité des caractères acquis
par le soma: problème explosif, en Lamarck et son temps,
Lamarck et notre temps, 143-118, Paris: Vrin.