viernes, 17 de diciembre de 2010

POLÉMICAS EVOLUCIONISTAS EN COLOMBIA A FINALES DEL SIGLO XIX: PASADO Y PRESENTE DE LA NATURALEZA, EL HOMBRE Y LAS SOCIEDADES

Resumen

Este artículo explora las condiciones históricas de dos polémicas evolucionistas colombianas a finales del siglo XIX. Se intenta mostrar cómo fue entendida la teoría de Darwin a la luz de las posibilidades intelectuales del contexto colombiano y cómo algunos letrados de la época generaron posturas particulares frente a la teoría. La forma en que estas posturas son construidas, las referencias, las opiniones, la capacidad de persuasión, entre otros, son consideradas vitales para entender las características del discurso científico y ejemplos para generar autoridad y credibilidad.
Resumo
Este artigo explora as condições históricas de duas polêmicas evolucionistas colombianas no final do século XIX. Tentase mostrar como foi entendida a teoria de Darwin à luz das possibilidades intelectuais do contexto colombiano e como alguns letrados da época geraram posturas particulares frente à teoria. A forma em que estas posturas são construídas, as referências, as opiniões, a capacidade de persuasão, entre outros, são consideradas vitais para entender as características do discurso científico e exemplos para gerar autoridade e credibilidade.
Nelson J. Chacón Lesmes
Historiador, Universidad Javeriana; Maestría en Historia, Universidad de los Andes. Profesor, Departamento de Humanidades, Universidad el Bosque. Investigador del grupo “Saberes, poderes y culturas en el siglo XIX”, Universidad Javeriana.
Correo electrónico:
chaconnelson@unbosque.edu.co.
Este artículo es resultado de la investigación: “Orden social y evolución. El darwinismo en Colombia en el siglo XIX”, para la Maestría en Historia de la Universidad de los Andes, y de la investigación: “La introducción de las ciencias experimentales en Colombia a finales del siglo XIX”, con el grupo de investigación “Saberes, poderes y culturas en el siglo XIX” de la Universidad Javeriana.
POLÉMICAS EVOLUCIONISTAS EN COLOMBIA A FINALES DEL SIGLO XIX: PASADO Y PRESENTE DE LA NATURALEZA, EL HOMBRE Y LAS SOCIEDADES /
Controversies about Evolution in Colombia in the Late 19th century: Past and Presento on Nature, Men and Society / Polêmicas Evolucionistas na Colômbia no Final do Século xix: Passado e Presente da Natureza, o Homem e as Sociedades
Abstract:
This paper explores the historical conditions of two debates about evolution in nineteenth century Colombia. The aim is to show how Darwin´s was understood within colombian intellectual context, and how some intellectuals generated positions along the theory. The way they were constructed, References, opinions, persuasion capability, among others are very important to understand the main characteristics of scientific discourse, and examples to create authority and credibility.
Palabras clave autor:
Darwinismo, ciencia, autoridad, contexto, credibilidad.
Palabras clave descriptor:
Darwinismo, ciencia, autoridad, contexto, credibilidad.
Keywords:
Darwinism, Science, Authority, Context, Credibility.
Key words plus:
Darwinism, Science, Authority, Context, Credibility.
Palavras-chave:
Darwinismo, ciência, autoridade, contexto, credibilidade.
Palabras descriptivas:
Darwinismo, ciência, autoridade, contexto, credibilidade.
Mem.soc / Bogotá(Colombia), 13 (26):41-62 / enero-junio 2009 / 41
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A fabulosas épocas se eleva
El cambio aquel de donde el hombre emana,
Según sueña la escuela darwiniana
Ningún experimento lo comprueba.
Mi teoría es mejor, sea o no nueva
Pues la abona experiencia cotidiana
Que el germen, la viciada raza humana,
De toda clase de animales lleva.
El salvaje del hombre es descendiente
Y monstruos tales brota el salvajismo
Que a los museos van los esqueletos.
Lo que en su dorso el darwinista siente
No es rezago, es principio de monismo.
Hijo de hombres él fue: veréis los nietos!
Caro “Antidarwinismo”
En este artículo nuestro objetivo será mostrar el darwinismo en Colombia a partir de las dos polémicas más importantes del finales del siglo XIX, que basaron sus contenidos en el uso explícito de la teoría de Darwin; nos referimos a las respuestas de Miguel Antonio Caro y Santiago Calvo a los trabajos que habían elaborado Jorge Isaacs y Emilio Cuervo Márquez, respectivamente. Llamamos estas respuestas “polémicas”, porque las primeras comunicaciones (es decir, las de Isaacs y Cuervo Márquez) fueron lo suficientemente convulsivas como para generar una rápida respuesta de parte de Caro y Calvo. Estas manifestaciones escritas se hicieron o bien en revistas o bien en libros. Los círculos de difusión eran los mismos que mantenía la intelectualidad colombiana de la época (prensa, discursos políticos, eventos universitarios, revistas), por lo que podemos asegurar que los contenidos de las polémicas llegaron a ser conocidos por profesores, estudiantes y políticos, los únicos miembros de la sociedad participantes de las controversias. Sin poder asegurar que
ellos hayan sido los únicos lectores, las características de nuestra sociedad colombiana a finales del XIX hacían que los actores que conformaban las academias y los grupos de expertos fueran los mismos de la prensa especializada y los generadores de la opinión pública, por lo tanto, las posibilidades de extensión del saber se limitaban a los “ilustrados”. Los profesionales del conocimiento, los lectores, los consumidores, los polemistas, son los mismos.1
Lo interesante de este tipo de controversias – en este caso, más que polémicas, de respuestas
escritas – es que representan ejemplos muy inte-resantes para entender: las ideas que los implicados tienen del conocimiento, cómo ejercen los criterios de demarcación frente a la ciencia, cómo construyen su autoridad, su cercanía a la verdad, y cómo intentan persuadir a los lectores y al público de que es a ellos a los que hay que creer. Religión, origen del hombre, materialismo, progreso y tantos otros conceptos hacen parte de un discurso que muestra cómo unos y otros tienen campos de acción y criterios definidos, que están dispuestos a defender o a atacar. Esa defensa se puede evidenciar en la construcción de una retórica de saber que está lógicamente inmersa en las manifestaciones escritas. Por supuesto, son mucho más elaboradas las respuestas críticas –Caro y Calvo–, porque han tenido la ventaja de conocer el trabajo de su rival, y desde allí construir su trabajo.
Un viaje difícil
Como ejemplo de continuidad de una empresa histórica, iniciada bajo la inspiración de la Comisión Corográfica de mitad del siglo XIX, en 1881 el gobierno de Rafael Núñez materializó un proyecto bautizado Comisión Científica Permanente. Este había tenido iniciativa desde 1869, cuando uno de los profesores de la Escuela de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional – Jenaro Balderrama–, en una publicación titulada “Estado de las ciencias en el país”, había insinuado una empresa de investigación científica que tratara de obtener muestras de las producciones naturales y artísticas locales más importantes del país.2 La intención de un proyecto como este era, en un ejercicio de doble aprovechamiento,
1 “Cuando examinamos la historia natural de las controversias eruditas reconocemos varios casos típicos que podemos agrupar grosso modo en dos categorías. Por una parte, algunas controversias se limitan a lo que denominamos foros oficiales (Academia, prensa especializada, grupos de expertos); otras desbordan ampliamente en foros llamados oficiosos (prensa general, tribunales, Parlamento, opinión pública). La discusión sobre la cantidad de neutrinos que emite el sol forma parte del primer grupo, la que aborda la transmisión del sida pertenece sin duda al segundo” (Latour, “Pasteur y Pouchet” 477). Para la sociedad colombiana del siglo XIX era muy difícil establecer esta diferenciación. Los actores activos y receptores de las cuestiones científicas son los mismos.
2 El escrito de Balderrama, en Analun (71-77). Sobre la Comisión Científica Permanente, véase Obregón (55-58).
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conocer el valor comercial, circulante y producti-vo de algunas de esas producciones y patrimonios en el extranjero, y consignar algunas piezas en el Museo Nacional de Colombia a través de la exploración de lugares indómitos, labor que serviría para conocer mejor la geografía y la cultura de algunas regiones. La labor de un botánico, un dibujante y un zoólogo eran primordiales –Balderrama así lo sugería–, pues estos eran los profesionales que se consideraban apropiados para clasificar y representar la naturaleza de la mejor manera posible.3
Sin embargo, fue hasta 1881 cuando la propuesta se hizo realidad. José Carlos Manó –explorador argelino que representaba la imagen del saber del viajero naturalista científico, tan idóneo en empresas de corte exploratorio– había sido nombrado oficialmente director del proyecto. Sobre sus trabajos anteriores no tenemos mucho conocimiento; podemos decir solamente que se trataba de una figura representativa, un individuo ideal para este tipo de iniciativas; europeo –muchos escritores de la época se referían a él como “el científico francés”, representante de la ciencia universal. El objetivo primordial de su empresa era, como dijimos, evaluar la utilidad de los recursos naturales, aún inexplorados en tierras consideradas como productivas (Analisp).4
Los lugares que terminaron siendo primeros objetivos de exploración fueron territorios del norte de Colombia, en lo que actualmente conocemos como los departamentos del Magdalena y la Guajira. En primera instancia, para los profesores comisionados por el poder ejecutivo
nacional con el fin de evaluar su efectividad y relaciones con la ciencia los resultados de la misión fueron desastrosos y “poco científicos” y la figura
3 La idea de conocimiento de la naturaleza que era hegemónica para los científicos colombianos del siglo XIX se basaba en la Historia Natural, descriptiva y clasificatoria, que había surgido como paradigma durante la segunda mitad del siglo XVIII. En este sistema, la representación de la naturaleza “tal como es” implicaba reproducir, dibujar, plasmar y hacer visible, de la mejor manera posible, la mayoría de sus elementos, creando la sensación de un “orden” natural. El científico tendría pues la “medida” o la posibilidad de organizar sus representaciones dentro de una escala clasificatoria que había iniciado con el Systema Naturae de Carl Von Linnè (1735). Véase Foucault (Las palabras) y Jardine (Cultures).
4 La publicación universitaria toma este nombre a finales de la década del setenta del siglo XIX, sin modificar en demasía la estructura que había tenido desde 1867, cuando se creó.
de Manó se puso en duda para siempre.5 Sin embargo, las ideas, representaciones y valoraciones que se hicieron de la naturaleza y los habitantes de los territorios no pueden ser pasados por alto. El secretario de Manó, quien entre 1881 y 1883 entró en la historia de esta expedición más como explorador y viajero que como poeta, fue Jorge Isaacs.
Se le había pedido al ilustre secretario la consignación escrita de su viaje a la manera de informe en la revista oficial de la Universidad Nacional, como el compromiso ante el poder ejecutivo de reportar sus actividades científicas. “Según el contrato que para desempeñar el
empleo de Secretario de la comisión científica,
suscribí con el señor Ricardo Becerra, Secretario
de Instrucción Pública, el 17 de septiembre de 1881, aquel libro debió escribirse y publicarse de octubre del siguiente año, a enero o febre-
ro de 1883”.6 La publicación periódica de los textos empezó a hacerse efectiva a partir de 1882.
La misión oficial de Isaacs consistía en representar en clave científica e ilustrada –es decir, con pretensiones educativas– lo referente al presente de las tribus que se hallaren en esos sectores, ubicar en coordenadas modernas de la geografía la situación de las regiones y mostrar las formas autóctonas de cultura oral y material –a través del estudio de piezas y de la cultura oral-cosmológica de los indígenas– desde una perspectiva histórica. Él había hecho este viaje en el nombre de la ciencia, consideraba su
labor dentro de esa perspectiva y pensaba que, a pesar de su formación académica, más ligada al
5 “Liborio Zerda, Luis María Herrera y Francisco Montoya, designados para examinar estos trabajos, rindieron un informe riguroso e implacable porque encontraron `muchos errores notables, muchas equivocaciones y confusión en las apreciaciones geognósticas´. Ponían en duda la solidez de la instrucción científica de su autor, y llamaban la atención sobre el `lenguaje ampuloso´ y `confuso, tan lejano del estilo claro y conciso propio de los escritores verdaderamente científicos´. Finalmente advertían al gobierno acerca de los peligros de contratar presuntos hombres de ciencia como Manó, quien resultó ser más viajero que naturalista al pretender medir la latitud de Riohacha con un cronómetro” (Obregón 56).
6 Los informes de viaje aparecen en los Anales de La Universidad Nacional y los Anales de Instrucción Pública entre 1881 y 1886, con el título “Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena”. Aquí vamos a utilizar la edición en libro de los informes de Isaacs editados en 1983. La certificación del contrato que adquirió Isaacs se hizo a través de la Ley 39 de junio de 1881, Decreto Ejecutivo 628 de 18 de agosto de 1881. Diario Oficial 5,156 (Isaacs 14).
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derecho y a la escritura, estaba haciendo el papel de obrero de la ciencia: “las ciencias interrogan impacientes, sus obreros meticulosos compilan y comentan, compilan y aguardan; los audaces luchan y escudriñan” (Isaacs 14).
Isaacs concentró su trabajo en “las tribus indígenas del estado, las cuales demandaban preferente atención”, en “recorrer […] las comarcas que habitan y los desiertos donde imperan”, en profundizar “el estudio de los idiomas”, sin “perder instante propicio para la adquisición de un dato valioso, de una palabra nueva, de un giro extraño” (14). Su propósito fue demostrar que era un verdadero viajero, que tenía una misión en busca de la adquisición de nuevos conocimientos para el progreso de las ciencias y que iba a cumplir con su objetivo, a pesar de las adversidades que le imponían las inclemencias; “días y noches perdido el recuerdo de números y fechas, sin otra sociedad que la de gentes bárbaras, sin más techo, cuidado y hogar que los suyos” (16).
Isaacs equipara su viaje en importancia al de antiguos viajeros científicos que procuraron en su misión dar conocimientos nuevos al país. Reconoce estar haciendo una labor de patria muy destacada y pone su nombre junto al de Plaza, Uricoechea, Codazzi, Humboldt, Caldas, Reclús y Ancízar. Él es parte de una serie de sabios encargados por la providencia del saber para este tipo de misiones y es a su vez continuador de sus objetivos. El hecho de que pida disculpas “por la imperfección de su trabajo” y que admita que este puede ser “mejor realizado por otros”, que son expresamente naturalistas, no merma en ningún sentido su labor científica. Él es uno más de esos continuadores del programa científico nacional. Así se ha considerado. Está seguro de poder desarrollar su labor, porque hace parte de un grupo que entiende la misión de la civilización. Él mismo está garantizando su lugar en la historia, porque es parte de un grupo que hace progresar la Unión Nacional a través del conocimiento y la aplicación de las ciencias.
Esa labor se hace aún más valiosa dadas las condiciones en las que tuvo que llevar a cabo su trabajo. Además de las inclemencias e incomodidades naturales que conllevó un proyecto como este, Isaacs nos cuenta del abandono al que lo sometió el Estado colombiano en materia de recursos, por lo que en un momento dado, como parte de “una labor desinteresada”, decide completar su trabajo él solo, sin el apoyo financiero que se le había prometido.7 Haber continuado con su trabajo sin remuneración alguna se hace a nombre del progreso, del conocimiento y de la bondad que un individuo civilizado puede deparar “en beneficio de las tribus salvajes de este país, desamparadas sin piedad o víctimas de inicuos exploradores” (17).
El relato se divide en dos grandes partes. “Lo preciso de Geografía e Historia” y “Lo de Historia”. Como primera medida, Jorge Isaacs intenta definir la región del Magdalena en términos geográficos, tratando de ofrecer una descripción muy precisa. Al describir su zona de investigación como “Estado”,8 está al mismo tiempo haciendo referencia a un territorio políticamente definido, explicado geográficamente, y a la población que lo habita. Para esta explicación de la extensión del territorio nos dice que utiliza las obras de Felipe Pérez, Sergio Arboleda, José Manuel Royo y Ricardo S. Pereira; sin embargo, advierte que Pérez, en sus trabajos para la Comisión Corográfica de 1863, “no recorrió esa región de la república”. Está allí, por lo que es posible juzgar las fuentes.
En “Lo de Historia” intenta hacer, según las propias palabras del viajero, un trabajo “antropológico” de las tribus de la zona. Esta labor consiste en investigar la historia de esas tribus lo más atrás en el tiempo que sea posible, para conocer la historia de su asentamiento y origen como raza; para esto cuenta con lo que los cronistas escribieron y con
7 Isaacs, por “carencia absoluta de recursos para los gastos de traslación”, se vio obligado a desistir del propósito de recorrer el estado de Bolívar. Había pasado casi medio año sin que el Estado le diera el dinero estipulado para cumplir con comodidad la misión: “la injusticia se consumó, y yo no escribí una letra ni dije una palabra; no había previsto ni pude prever que llegase el caso de gestionar con el poder ejecutivo el cumplimiento de las obligaciones que él se impuso. Propúseme hacer trabajo honroso y positivamente útil a la Nación, y muy bisoño y torpe abogado era yo para iniciar gestiones que la abochornaran”. En cierto momento decide seguir el proyecto solo (Isaacs 17).
8 “Desde 1857 el Estado del Magdalena, antes provincia de Santa Marta, es una de las nueve secciones de los Estados Unidos de Colombia. Hubo época en que del territorio indicado se hicieron tres provincias, al crearse las de Riohacha y Valle Dupar, pero los cronistas daban a todo el país la denominación primero indicada. Su territorio, con el actual de Bolívar, formaron un solo departamento mientras subsistió la gran República de Colombia” (Isaacs 25).
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las opiniones de los miembros más viejos de las tribus, a quienes sistemáticamente va entrevistando. No obstante, dice que no es su objetivo central hablar de las tribus. Él quiere indagar “acerca del estado de cultura que se las encontró, según la escala de perfeccionamiento o clasificación creada por los etnógrafos. Muy deficientes hubieran de ser los datos, y aun contradictorios a veces; mas partiendo de ahí, el trabajo se reduciría a comparar la situación presente de las tribus que subsisten, con la que tenían al comenzar la conquista” (114). Lo que está tratando de ver es cómo estas han evolucionado.
En este objetivo del explorador podemos ubicar la relación de las representaciones del pasado de las tribus y el uso de las ciencias que en ese momento sirven como recursos de verdad y de alineación con el saber universal. Los argumentos de autoridad que Isaacs cree más precisos para dar explicaciones creíbles acerca del pasado, desarrollo y evolución de los grupos humanos que habiten esos lugares no se remiten únicamente a las narraciones de los expedicionarios y a las crónicas de Juan de Castellanos, John May y Manuel Ancízar. Isaacs pretende utilizar como elementos efectivos de explicación la antropología, que es
concebida como la ciencia positiva que estudia
el desarrollo del hombre; la sociología, que define el desarrollo de las sociedades y emite las leyes para entenderla, y las opiniones de los jefes miembros de las tribus sobre su pasado, sus cosmologías. Quiere, al mismo tiempo, estar inserto en el discurso de la ciencia y demostrar su habilidad como expedicionario con la utilización de testimonios orales y cosmológicos que certifiquen el buen uso de las fuentes. Es un científico meticuloso.
La experiencia de viaje de Isaacs lo ha hecho conocer un mundo muy diferente al “civilizado”, en el que se había formado como escritor, poeta, intelectual y político. Este contraste, como es lógico, lo hace ser tendencioso y subjetivo en cuanto a la representación de la cultura de las tribus. Estas no han progresado. Su estado de atraso es abismal. Sus formas culturales están muy distantes de ser las que la civilización occidental ha deparado para los individuos y las sociedades o las que la teoría científica depara idealmente en su época. La interpretación de Isaacs tiende a considerar estos grupos humanos en una escala diferente de “evolución” y “perfeccionamiento”. Es grande su sorpresa cuando contrasta la teoría con la experiencia vivida:
Los antropologistas y sociólogos, que hacen diversas clasificaciones de razas, explican a su manera la victoria inevitable de las unas sobre las otras, y la extirpación o absorción de las razas vencidas. Ello será muy científico, mas la historia que tales asertos pudiera justificar, demuestra a lo sumo que la humanidad ha estado muy distante, casi tanto en los últimos siglos como hoy, del perfeccionamiento o selección que alcanzará algún día, remoto tal vez. Entre tanto, a despecho de la doctrina redentora del Cristo, la fraternidad humana, síntesis de todo progreso sobre la tierra, es una utopía (114-115).
Isaacs afirma que las concepciones que intentan explicar el estado de unos y otros no logran hablar en profundidad de las enormes diferencias que existen entre razas y culturas. La conquista del territorio y la expansión del Imperio Español en América no trajeron, como se puede pensar desde la concepción católica, la paz, el progreso y el bienestar a los indígenas. La llamada “selección “y el “perfeccionamiento” que los científicos utilizan para explicar el motor del desarrollo y la vida de los hombres no aplicaría para estas tribus. La evidencia de sus formas culturales implicaría que faltan muchos años de desarrollo para que esos salvajes lleguen al estado “de selección” en el que él vive. Esto, porque es él con quien se ejerce la comparación del canon evolutivo. Él no puede dejar de representar la historia de estos “salvajes” a través de esos conceptos. Está determinado por una cultura de saber que cree en esas interpretaciones y que las concibe como necesarias para hablar de la verdad. En una acción aparentemente contradictoria, critica a los sociólogos y antropologistas que aplican los conceptos, pero él mismo no los va a abandonar como formas de explicación.
Movido por sus creencias en las ciencias positivas, en la “ilustración” y el progreso, interpreta los relatos cosmológicos que cuentan las historias de las tribus, su desarrollo, idiomas y lenguajes y concepciones del origen como una vía de explicación insuficiente. La historia solo puede ser
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creíble cuando los relatos tienen la certificación de los cronistas en América; aprender del pasado de las tribus antes de la conquista resulta ser imposible.9 Utiliza los relatos cosmológicos y las tradiciones orales de los jefes indígenas con los que habló, pero, cuando tiene que aclarar alguna cosa o un tema que los relatos no alcanzan a explicar, se vale de científicos europeos que han hablado de los habitantes antes de la llegada de los españoles. Nadaillac, Washington Irving, John May y otros más le ofrecen las interpretaciones más coherentes, más verdaderas, más científicas. Estas ayudan a completar la historia de las tribus. Incluso el aparato de verdad que fundamenta su texto se basa en las explicaciones y diarios de viaje de Cristóbal Colón, alguien mucho más cercano en el tiempo a las primeras culturas.
El argumento darwinista aparece por primera vez como un recurso de autoridad en el campo de las interpretaciones de las figuras, objetos, pinturas y representaciones artísticas de los indígenas. Los dibujos y objetos que representan cabezas
de caballos en “cornerina purpúrea”, que “según los
sacerdotes indígenas tiene la propiedad de hacer producir caballos vigorosos y […] los creen únicos para conseguir fácilmente la domesticación de los potros cerriles y bravíos”, traen para Isaacs la pregunta por los antepasados animales del caballo, ya que estos habían sido traídos por los españoles. “Interrogado por mí uno de los sacerdotes a fin de que me explicara el motivo […] se detuvo a pensar largamente, a sabiendas de que los caballos fueron traídos al país por los conquistadores, y díjome al fin, esforzándose por explicar de algún modo…; [¿…] emplearían los antiguos animales de carga? ¿Hubo tal vez una raza de venados grandes que se aniquiló?” (119).
Isaacs ha recolectado dos ejemplares de esas cabecitas de caballo de fino material y las ha cedido a la
colección del Museo Nacional: “y dedicando a su
examen algún estudio, podría deducirse quizá que representan cabezas del caballo que existió en la América del Sur, del cual solo se han hal-lado restos fósiles” (119). Cita el capítulo VII
9 “En las edades anteriores a la época en que los primeros expedicionarios europeos llegaron a nuestras costas, ¿Qué es posible investigar en lo relativo a la historia de las tribus que estudio? Vagas tradiciones, algunos débiles rayos de luz a distancias indecisas en casi profundas tinieblas: hé aquí todo” (Isaacs 115).
de El origen del hombre de Darwin para funda-mentar científicamente su interpretación de esas representaciones hechas por los indígenas, que el considera animales en escala evolutiva. Tal vez si estos indígenas vivieron en tiempos pasados, representaron alguno de esos animales ya extinguidos en la cadena evolutiva. Darwin sirve para fundamentar su interpretación.
También hace referencia a Darwin cuando alega por la ausencia de métodos científicos que sirvan para establecer correlaciones entre troncos comunes de las lenguas indígenas. Al ver que muchas de las palabras y expresiones de diferentes grupos presentan similitudes, deduce que unos y otros debieron haber tenido “un tronco primordial” y que esto explicaría “las relaciones que tuvieron en tiempos remotos”. Alega por la presencia de alguna convención numérica etnográfica y dice: “no la encuentro indicada en Humboldt, ni en Acosta, ni en Darwin y los amplificadores de
su doctrina” (145). Darwin y los otros ya han sido consultados para resolver una incógnita. Darwin es nombrado como un referente, pero no ha podido resolverle su problema.
La referencias más ambiguas e interesantes tienen que ver con la interpretación que hace Isaacs de las representaciones indígenas chimilas de supuestas figuras humanas que vivieron hace mucho tiempo en el lugar. Nuestro viajero tiene toda una carga implícita del desarrollo y perfeccionamiento de las especies, al interpretar que ciertas figuras tienen rasgos de humanos en proceso de evolución. Al ser su trabajo también una misión de recolección de piezas para el museo, su estrategia de ordenamiento y clasificación ha sido numerarlas. En algunas de ellas hace descripciones muy especificas: “nótese que los brazos de las figuras humanas distinguidas con los números 8, 9, 47, 49, 73, 86 y 94 no van pegados al cuerpo o tendidos sobre él” (158). La opinión que resultará más discutida es una interpretación en tono extremadamente darwinista (Figura 1): “Tolerándolo mis lectores muy susceptibles, los partidarios de la teoría darwiniana, podríamos suponer que la figura número 12, mitad simia y de rostro muy raro, es representación de la forma que tuvo el animal, temible como se ve, que precedió al hombre en la escala de perfeccionamiento” (160).
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Figura 1
De las planchas de Jorge Isaacs. Estudio sobre las tribus indígenas del Magdalena. 1884.
Isaacs considera que la interpretación de las figuras a través del prisma evolutivo cumple algunas labores: explicar el pasado de las tribus indígenas con la autoridad que genera hablar desde la actualidad de las ciencias; tal vez crear un halo de credibilidad en sus homólogos liberales y evolucionistas que han compartido y difundido la
teoría,10 o simplemente utilizar una metáfora científica de una figura que no comprende muy bien, pero que habla con criterio de verdad.
La petición de tolerancia, el hecho de que los partidarios sean los que podrían suponer que esa interpretación sea válida y el hecho de asumir que la figura es “mitad simia” muestran que se trata de opiniones personales, consecuencia
de su propia interpretación de una figura que pue-
10 El darwinismo habría sido explícitamente nombrado por primera vez en Colombia por Enrique Cortés, liberal del Estado de Cundinamarca, en una celebración de finalización de actividades académicas de la Universidad Nacional, en 1872, y haría parte de muchas clases, discursos y debates de los liberales radicales (Chacón “El intelectual” 65-89). El discurso, en Analun 6 (48), 1872: 577. Sobre Enrique Cortés, la socióloga Olga Restrepo (“El darwinismo” 554) dice: “No era la primera vez que Cortés exponía tales ideas: como Director de Instrucción Pública de Cundinamarca, ya había escrito en su informe final que `el hombre marcha ascendiendo lentamente desde el estado brutal del antropófago, hasta el más acabado tipo de civilización […] la transformación o desarrollo de uno al otro es producto de la educación´ […] al final de la década, en varios artículos en defensa de la Educación citará largamente a Spencer; en un ataque a las consecuencias sociales del atomismo utilitarista dirá que `la abnegación es una cualidad o facultad especial en la especie humana. Míster Darwin sostiene que hay rudimentos de ella en cierta especie de monos´”.
de ser vista de múltiples maneras según criterios particulares. La seguridad con que Isaacs algunas veces había utilizado teorías evolucionistas a lo largo del texto es confusa, en este momento en el que el darwinismo y la teoría de la evolución no son usados para interpretar el pasado de caballos, leyes del progreso, perfeccionamiento de razas y de la naturaleza; el asunto pide discreción cuando el darwinismo se utiliza para hablar de la evolución del hombre, que abiertamente concibe que el hombre viene del simio.
El contraataque de Miguel Antonio Caro
En 1886, en la revista conservadora El Repertorio Colombiano, Miguel Antonio Caro escribe una respuesta crítica a la publicación de Isaacs. Bajo el título de “El darwinismo y las misiones”, el
conservador emite sus propios juicios sobre
la utilidad del viaje de Isaacs como autor, acerca de su forma de escritura y, claro está, sobre la utilización del darwinismo como teoría explicativa en forma de “arqueología”. El escrito de Caro aparece en dos entregas del año 188711 y ha pasado a la historia por su dureza contra el poeta y por ser la exposición más abierta de intelectual colombiano alguno en contra del darwinismo en el siglo XIX.
“El darwinismo y las misiones” puede exponerse por la filiación de cuatro puntos específicos. Una opinión crítica sobre Isaacs como autor y político, la forma errada en la que escribe –denominada “la Poesía Exótica”–, la arqueología darwiniana –la critica a Isaacs por la utilización del darwinismo– y la opinión sobre la misión, que Caro ha considerado inútil e infructuosa en sus resultados. Los cuatro puntos de explicación pueden confluir en ciertos elementos que Caro juzga como evidentes a lo largo de la obra de Isaacs: este no es ni científico ni escribe bien ni sabe lo que dice ni logra culminar una obra útil. Como dijimos al principio, la comisión fue considerada en el mismo siglo XIX como un fracaso, más aún por las opiniones autorizadas de los sabios comi
11 Núm 6, febrero de 1887: 464-491. Núm 7, marzo de 1887: 5-35. Aquí utilizaremos la reimpresión que se encuentra en la compilación de textos de Caro titulada simplemente Obras (1049-1107).
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sionados a dar un veredicto sobre su efectividad, porque Isaacs tuvo que continuar su trabajo
solo y por la mala imagen que quedó de Manó como científico.12 En este texto Caro entabla la crítica a la forma en que se venía desarrollando la labor científica en la expedición, pues no correspondería con los cánones que usualmente habían
marcado las misiones científicas anteriores –o bien con la égida de los misioneros católicos
o bien con el orden y la cientificidad de sabios–,
pero deja de lado criticar la iniciativa gubernamental.13 El problema es, sencillamente, lo que hizo
Jorge Isaacs en “algunas de nuetras vírgenes
regiones”.
La opinión del conservador está respaldada por una especie de justicia que debe hacerse al sentido común.14 El hecho que Isaacs publique algo de esta naturaleza no quiere decir que su conteni-do sea bueno ni científico ni verdadero. El deber que Caro se impone es no pasar por alto ninguna de las incoherencias y erradas reflexiones sobre lo verdadero, lo cristiano, lo científico. En primer lugar, porque Isaacs no es ni siquiera un escritor. Incluso llega a juzgar María, su caballito de batalla dentro de la literatura colombiana: “María no es una novela […] y si como tal se juzgase, sería una mala novela”. Lo considera más como un poeta “lirista”, que ha hecho el papel de científico. De entrada se pone en duda la calidad, por lo que en Hispanoamérica se ha conocido a nuestro viajero, e incluso se pone en cuestión su posición política: “el señor Isaacs, hombre de naturaleza vigorosa y activa, ha sido comerciante, periodista conservador por los años de 1868 o 1869 […] radical cónsul en Chile un poco después, desgra-
12 Caro nos dice: “Los miembros de la comisión, ya desavenidos desde que salieron de Bogotá, riñeron luego; el finado jefe –según afirma el señor Isaacs en la introducción a su Estudio– `burlo la confianza del gobierno´ y fue (según alusión clara contra él dirigida por el mismo señor Isaacs) un `aventurero embaucador´. La mal organizada comisión se disolvió sin hacer nada de provecho; pero el secretario, señor Isaacs, se empeñó en seguir solo la exploración, y presentar por separado el trabajo que ahora publica” (Obras 1051-1052).
13 “En 1881 el gobierno de señor Núñez, con plausible objeto, creó una comisión científica” (Caro, Obras 1051; énfasis agregado).
14 Dice Caro: “sin erigirnos en críticos científicos, vamos a hacer sobre esta publicación breves observaciones inspiradas en la justicia, dictadas por el sentido común. No cabe aquí, aplicado a la ciencia el sanctae sancte tractandae, porque la obra del señor Isaacs es un trabajo curioso, pero de ningún modo científico” (Caro, Obras 1049).
ciado empresario en Antioquia en 1879, explorador científico en el Magdalena en 1881 y 1882 en comisión del gobierno, revolucionario luego y ahora contratista del mismo gobierno” (1050). No se puede confiar en él.
Pero en realidad esta referencia a la mudanza política no es lo primero que preocupa a Caro. Es “el odio al clero, que ni a él ni a su cristiana familia han hecho daño jamás”, “su laboriosidad estéril, ya por sus tendencias poéticas, ya por sus preocupaciones antirreligiosas […] incompatibles con los intereses de las ciencias, imparcial y severa” (1052). Las ciencias y la religión no pueden ser algo incompatible. “La religión verdadera y la ciencia verdadera no pueden hallarse en contradicción. Cada una tiene su propia esfera. La religión abraza las verdades de orden moral y sobrenatural, la ciencia las del orden físico y natural […] lo que hay es que las verdades puramente científicas no han de irse a buscar en la Biblia, ni las verdades morales y religiosas en los libros científicos” (Religión” 2).
Las ciencias para Caro tienen patrimonio de origen en Colombia gracias a las misiones religiosas y a las comunidades que difundieron los saberes clásicos en escuelas y sitios de enseñanza.15 En el caso específico de los lugares que el viajero representa fuera de la civilización, anclados en el pasado, la molestia consiste en que esa apreciación va en contravía de la efectividad histórica del proceso evangelizador, que ha traído las bases del progreso: religión y ciencia. Isaacs lo ha
nombrado en su texto, pero no para contar que fue de esa forma en la que la luz llegó a las tribus salvajes: “confiesa el señor Isaacs así como de paso y de mala gana, que fueron abnegados misioneros católicos los que llevaron luz, consuelo y artes útiles a nuestras tribus salvajes, pero no se digna a hacer la pintura de ninguno de ellos”. Las expediciones de misioneros cristianos no han hecho entrar en la civilización a estos pueblos. Eso es
15 Las comunidades religiosas en Colombia se encargaron de difundir los primeros saberes filosóficos y científicos occidentales. La filosofía, el derecho y las matemáticas cuentan entre las disciplinas que sirvieron para erigir pénsumes y perfiles educativos antes de la república y después de esta. La discusión sobre quiénes fueron los introductores de las “luces” hace parte de la lucha por tener el privilegio de haber traído las ciencias y difundir sus beneficios. Véase Restrepo (“En busca” 33-75).
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indignante para Caro. Más aún cuando nota que las fuentes para armar la historia de esos pueblos no tienen, para él, ningún método, ni base cientifica. Son “noticias filológicas, geográficas, históricas y arqueológicas” que no tienen ningún tipo de ilación; más bien esta “consiste en hacer largas transcripciones de diferentes autores sin distinción alguna entre ellos, citando confusamente, v. gr. a Alejandro de Humboldt y a Ricardo Pereira, a Reclús y a Filiberto Termos”. Lo suyo es una colcha de retazos que se fundamenta en la opinión de algunos autores que han sido exploradores, filólogos y científicos, pero eso no garantiza que el trabajo en sí mismo sea científico. Isaacs no ha tenido formación: “el señor Isaacs no hizo, ni ha tenido tiempo para hacer estudios científicos en ninguna parte”; si bien no se ha podido confiar en él por sus translaciones políticas, tampoco se puede creer en él como científico, porque no conoce el método: “sin previos conocimientos metódicos no hay rumbo ni brújula en ninguna investigación científica”.
La arqueología darwiniana. El problema del origen del hombre
La presencia del darwinismo en el texto de Isaacs enfurece a Miguel Antonio Caro. Lo que resulta más criticable es que el poeta, en un texto que carece de fundamentos científicos ordenados utilice una teoría que, además de falsa, sirva para interpretar figuras y esculturas cuya intención de elaboración por parte de los indígenas es un misterio. Para Caro no es posible conocer el fundamento o la intención que las hicieron aparecer en escena. No cree en los testimonios de los jefes indígenas, que considera “distinciones caprichosas” y mucho menos en que estas representen especies y hombres en el tránsito de la evolución. El Marques de Nadaillac, un “arqueólogo moderno” que también ha citado Jorge Isaacs, sirve de argumento a Caro para negar de entrada la veracidad del darwinismo en la interpretación de las figuras: “Las figuras aparecen en general tan ingenuamente trazadas, que los descendientes, contemplándolas, no habrán podido comprender nada de las proezas de sus antepasados. Es más probable que estas figuras, por curiosas que sean, deban con frecuencia su origen a la fantasía del pintor o del escultor” (1061).
Isaacs fantasea severamente con las “pictografías, jeroglíficos y emblemas” y hace de ellos “las más inauditas interpretaciones”. Cuando el poeta, “con el mayor desenfado”, se refiere a una de estas figuras como el animal que precedió al hombre en la escala de perfeccionamiento –la cita más polémica de Isaacs que reseñamos más arriba–, la opinión de Caro se hace más dura. “Es deplorable ver a un verdadero poeta convertido como por arte mágica […] en discípulo de Darwin y discípulo de aquellos que precisaron la teoría transformista, estableciendo una obligada genealogía, que nos hace descender no de una `forma primitiva´ sino del `simio´ como le llama el señor Isaacs, o sea del `mono´” (1062). Aquellos seguidores de la teoría “tienen ciertas afinidades con su presunto abolengo”, pero solo en el plano de las “virtudes y vicios”. No es posible ver en el hombre esa “miserable alcurnia” (1062).
De una interpretación que Isaacs ha hecho de una figura aparentemente plasmada en escala de
perfeccionamiento Caro despliega toda una diatriba en contra de Darwin, de sus discípulos, de sus seguidores y de aquellos que osan creer en la descendencia del hombre a partir de mono. Una de sus estrategias para desarmar cualquier fortaleza que pudiese tener tan polémica interpretación del origen del hombre radica en descomponer severamente cada una de las afirmaciones hechas en el párrafo más darwinista del Estudio.16 A aquellos lectores que Isaacs ha considerado muy susceptibles Caro los insta a afirmar sus sentimientos: “¿es exceso de susceptibilidad rechazar una hipótesis que nos niega nuestro excelso origen y nos reduce a la triste condición de descendientes de uno de los brutos más repugnantes?” Cuando el darwinista se alinea con los partidarios de la teoría para suponer algo, Caro niega la posibilidad de suposición de evolución que una teoría pueda dar: “¿Es decir que una teoría, una hipótesis, autoriza a suponer cualquiera cosa?” En cuanto a la interpretación de la figura, el hecho de que Isaacs la hubiera denominado
16 “Con suposiciones tales es preciso tomarlas, examinarlas con paciencia y desmenuzarlas sin piedad para matar el resabio de los pujos de ciencia antirreligiosa y antihumana” (Caro, Obras 1063).
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tránsito de un animal antropomorfo, como el gorila, a un hombre verdadero, como Virgilio o Pascal, no es natural, y si lo fuese, no supondría escala ascendente sino descendente en el orden físico”. Aquellos exploradores –como Isaacs– que con somera facilidad se afilian a las nuevas teorías ni son analíticos ni son científicos ni saben lo que dicen. Son “meros observadores, buenos para suministrar datos al filósofo, al pensador, pero no para establecer teorías generales” (1065).
Saliéndose absolutamente del problema específico de las figuras de los indígenas, Caro ofrece su propia explicación del significado de la teoría de Darwin. Lo ubica como un personaje “descontento” con las otras clasificaciones que han hecho los naturalistas y lo representa como alguien que no ha hace más que “simplificarlas”: “suponiendo, sobre una hipótesis vieja, que todos los animales y plantas se derivan de un reducido número de formas primitivas, acaso de una forma única, y que todas sus modificaciones sucesivas dependen de una ley constante de elección regular (natural selection) de individuos y de razas mejor adaptados a los tiempos y las circunstancias”. A lo que agrega: “ y como el hombre es un animal, el naturalista, sin contar con Dios, ni con la historia, ni con el hombre mismo, toma ese animal como pudiera tomar un molusco o un cetáceo, y con la mayor naturalidad, tal vez con candor, lo coloca donde mejor conviene a su teoría preconstituida” (1065).
Caro explica el fondo del problema a su manera. Interpreta el darwinismo como una teoría transformista que se puede ver también en Lamarck, “el origen atómico y la generación espontánea”. De una vez por todas identifica un problema común –la falsedad– en agentes o teorías específicas que circulaban en los ámbitos académicos colombianos y en las proclamas de algunos intelectuales.18
18 Un trabajo acerca del impacto de la idea de la generación espontánea y los problemas de la herencia aún está por hacerse. Un debate local al respecto puede verse en los asuntos que los médicos colombianos sostuvieron a finales del siglo XIX en la Revista Médica de Bogotá, referidos a la lepra y la tuberculosis. Al respecto, el artículo “Reproducciones”, firmado por Zambaco Pachá, trae a colación el asunto del transformismo, criticado por Caro: “Seré acusado probablemente de herejía si propongo la cuestión del transformismo del bacilo leproso en el de la tuberculosis, y sin embargo estos dos pequeños filamentos se parecen infinitamente más que el hombre al mono, su primer antecesor, según el ingenioso Darwin” (Pachá 164).
“Mitad simia y de rostro muy raro” es para Caro una oportunidad de burla y juzgamiento:
¿Por qué mitad simia (simio querría decir) […] a la verdad el semianimal, como queda indicado, no es cuadrumano, ni tiene trazas claras de mono del Nuevo ni del Viejo Mundo: ni chimpancé, ni orangután, ni gibón, ni sajú cornudo, ni seimirí, ni mono araña…en lo que acertó el señor Isaacs fue en la atenuación que puso: es un animal mitad simia ( simio) pero de rostro muy raro […] tan raro que no se halla otro igual en las generaciones vivíparas conocidas (1061).
Ante la temible forma que tuvo el animal Caro afirma: “¿Ni por donde se ve que era temible? El dibujante era tan imperito que no imprimió a sus líneas el aire de lo temible ni de lo risible siquiera” (1064).
A la afirmación que más páginas dedicó nuestro enfurecido intelectual es aquella en la que “por arte de magia” Isaacs une al animal temible con el hombre. Como había afirmado su padre unas cuantas décadas atrás,17 el hombre para Caro no hace parte de ningún reino que lo clasifique como animal. El hombre no lo es, nunca lo fue. “Si aquel animal que precedió al hombre era temible, no podía serlo por otra causa que por sus armas naturales, por sus cuernos, dientes y garras, por su fuerza y agilidad”. No es natural que de algo que es inferior devenga algo superior. “El
17 José Eusebio Caro establecía el orden y desarrollo de la vida humana y su relación en la naturaleza en dos apartados. El primero, titulado “Orden genético y cronológico del desarrollo de la vida humana”, establecía que el desarrollo humano pasaba necesariamente por cuatro estados: 1. vida orgánica, 2. vida mental,
3. vida activa y 4. vida moral. El segundo ubicaba cuatro reinos: 1. El mineral, 2. El vegetal, 3. El animal y 4. el Hombre. En el primer orden describía las evoluciones físicas e intelectuales necesarias para llegar a tener “una razón instintiva” que es la que permite que los hombres piensen y actúen de acuerdo con sus criterios. Una evolución orgánica (basada en el desarrollo de las facultades respiratorias, circulatorias y digestivas), una mental (razón instintiva, que lleva a creer, razón deductiva, que lleva a demostrar, y razón inductiva, que lleva a generalizar) y una material exterior, que posibilita que los hombres interactúen y efectúen sus adquisiciones efectivamente. En segundo orden, ubicaba al hombre en el cuarto reino de la naturaleza. Este es un reino que es definido por el pensamiento y el progreso, así como el animal se definía por “sentimientos, movimiento y sueño”, el vegetal por “crecimiento y muerte, organización y reproducción” y el mineral por “existencia, e inerte”. La posición es clara: el hombre pertenece a una esfera del mundo natural distinta, en la que es imposible calificarlo como animal: “decir que el hombre es animal es como decir que el animal es vegetal o que el vegetal es mineral”, y, de paso, define al hombre como lo más completo en los reinos de la naturaleza: “El vegetal tiene todo lo que tiene el mineral y mucho más. El animal tiene todo lo que tiene el vegetal y el mineral y mucho más.
El hombre tiene todo lo que tiene el animal y mucho más” (J. E. Caro 71)
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La base de esa teoría se remonta a Lucrecio y Epicuro. Aquí el darwinismo tiene,una base
explicativa más elaborada, mucho más clara, si algún lector tiene que tomar partido entre las posiciones evolucionistas de Isaacs y las de su crítico.
Leyendo a Caro, el lector del siglo XIX podría entender de qué se trata la teoría, de dónde viene, qué pretende, y no simplemente reseñarla como algo que todos deberían suponer; es un buen expositor. Su mayor habilidad consiste en dar un amplio margen explicativo mediante elementos científicos al problema del darwinismo y su relación con el darwinismo, a su significado, a su relación con el origen del hombre, a su falsedad como teoría. Dice, por ejemplo, que “pueden reducirse a tres las grandes teorías sobre el origen del hombre: 1- la de los monogenistas, que mantienen la unidad de la familia humana como procedente de un solo par primitivo […] 2- la de los poligenistas, que suponen diversas e independientes creaciones de hombres, progenitores de razas humanas […] 3- la de los evolucionistas (entre los cuales figura con especial notoriedad Darwin) que suponen que el hombre es un animal y nada más que un animal, engendrado por otro más animal que él, principiando esta serie de procreaciones progresivas por la generación espontánea” (1066). Dice también cual de esas tres posturas es la verdadera y porque “la teoría monogénica, única conforme con la religión revelada, se halla hoy profesada y sostenida en el terreno puramente científico por los sabios más eminentes” e incluso recomienda textos a los jóvenes colombianos para que estudien lo que es verdadero, lo que es científico y lo que está conforme con la religión del país.19
Caro ha fijado su posición con el respaldo de las ciencias. Ha utilizado autores, escuelas y tendencias para fundamentar su posición antievolucionista y defender –repetimos– la idea del hombre
19 “Recomendamos a los jóvenes colombianos, que quieran estudiar a fondo estas cuestiones, las obras siguientes, clásicas en la ciencia: Latham (Robert Gordon), Natural History of the variety of men, Londres, 1850; Men and its migrations, 1851; The native races of de Tussian Empire, 1854; Prichard (James Cowles), The natural history of man, Londres, 1855, 2 vols.; Researches on the physical history of mankind, 5 vols.” (Caro, Obras 1066-1067). Todos estos autores son naturalistas que compartían la simbiosis entre desarrollo natural y teoría teísta de la creación (véase Bowler 100)
como ser distinto en la naturaleza. Este es distinto porque, “aun considerado solo como ani mal, ostenta la unidad de su especie, y no permite [que] se le confunda con otros animales” (1069). Las peculiaridades físicas y raciales dependerían “de la influencia poderosa que en larga serie de edades ejercen sobre la organización […] los climas y demás condiciones materiales”. El hombre ha sido siempre el mismo en todo momento y lugar geográfico desde que protagoniza la historia; de allí se desprende la mayor diferencia de este frente al resto de especies que habitan la tierra: “tiene una parte espiritual, intelectual, que le constituye ser compuesto esencialmente diverso de todo mero animal”; basa sus argumentos de defensa también en una postura que había cuajado en Colombia desde hacía unas décadas y que era parte de la formación intelectual de los conservadores (véase Chacón “Orden social”).
Por último, Caro ataca a Isaacs por utilizar el darwinismo para suponer, no para afirmar. No sabe hacer uso correcto de las ciencias, porque la teoría, si es verdadera, debería inducir a comprobar, no a suponer algo: “los partidarios de la teoría podríamos suponer”. Para Caro esto no tiene sentido y no es científico: “no podemos suponer que esta hipótesis cientista tenga ningún fundamento histórico ni tradicional”. Caro está seguro. Esta teoría es acaso una hipótesis que no se ha comprobado en ningún momento: “la hipótesis darwiniana no tiene fundamento histórico ni aún fuerza de analogía histórica de ninguna especie. El supuesto paso del mono al hombre no se ha verificado en ningún tiempo ni región; los hombres han sido hombres siempre y los monos jamás han engendrado hombre, ni homúnculo, ni semihombre alguno” (1070).
Como el darwinismo no es una tradición20 ni es un hecho histórico ni tiene analogía histórica, las pinturas no pudieron haber representado al “animal, temible en escala de perfeccionamiento”. Las tribus indígenas del Magdalena le narraron al poeta sus tradiciones orales y cosmológicas,
20 “Caro anota: “la tradición requiere dos condiciones indispensables: la identidad de la especie en sucesivas generaciones y su intelectualidad. La tradición es la memoria de la raza humana o de una rama de ella, como tal raza humana, una misma e inteligente” (Caro, Obras 1071).
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El ganador del concurso
La división universitaria que se daba en Colombia desde el triunfo de la Regeneración había ubicado en bandos claramente establecidos a los liberales, nostálgicos por la pérdida de la conducción gubernamental y del patrimonio educativo, y a los conservadores, que poco a poco venían estableciéndose en el poder y manejando desde la oficialidad el curso y el perfil de la instrucción. El Colegio del Rosario, el Colegio de San Bartolomé y la Universidad Nacional ahora habían pasado a manos conservadoras. La educación liberal que había servido de base y estructura de formación de un grupo de intelectuales que hicieron uso público del darwinismo y la teoría de la evolución ya no armonizaba con la oficialidad.
Los conservadores no se habían quedado simplemente con la potestad que da el poder oficial. A través de la figura de Rafael María Carrasquilla, instauraron en las instituciones antes liberales algo que nuestros historiadores contemporáneos han llamado “Neotomismo”,22 que, en sentido amplio, retomaba el tomismo clásico escolástico como la doctrina oficial de las instituciones en cuestiones filosóficas, pero con un corte moderno, con un diseño filosófico y científico que fuera capaz de pelear intelectualmente con los embates y las proposiciones liberales. El control ideológico y la formación católica de las nuevas generaciones era una necesidad. Era un deber instaurar la metafísica y la teología como las fuentes de explicación filosófica, en contravía de las opciones nuevas que separaban la ciencia y la filosofía y que consideraban que el método experimental, la inducción y la observación –que le achacaban tanto a Claude Bernard– eran los elementos con los que las ciencias lograban sus progresos.23
22 “El pontífice León XIII oficializó para todo el orbe católico, por medio de la encíclica Aeterni Patris del 4 de Agosto de 1879, un movimiento intelectual para la `restauración de la filosofía de santo Tomás de Aquino´. Ella serviría para la formación del clero en los seminarios y de la juventud en las instituciones educativas católicas, como remedio para combatir `los males sociales producidos por la difusión generalizada de erróneas filosofías´” (Saldarriaga 10). La encíclica de 1879 continuaba: “Si se observa la desgracia de los tiempos en que vivimos, si se abarca con el pensamiento el estado de las cosas tanto públicas como privadas, se descubrirá sin dificultad que la causa de los males que nos inquietan, como de los que nos amenazan, consiste en que las opiniones erróneas sobre las cosas divinas y humanas han pasado poco a poco de las escuelas de filosofía a todos los niveles de la sociedad y han llegado a hacerse aceptar por un número muy grande de espíritus” (Leonis 97).
23 La metafísica era una explicación de los fenómenos de la naturaleza y de las acciones racionales a través de unos primeros principios organizadores, que definían con anterioridad las formas esenciales del conocimiento, por ejemplo. Sobre la discusión entre unos y otros fundamentos del saber, véase Carrasquilla.
las leyendas que les dieron origen,21 y en ninguna de ellas “podría inferirse que fueron hijos inmediatos de un animal terrible”. “En suma, la interpretación del señor Isaacs no se conforma con las tradiciones de las tribus ni con ninguna tradición”. Es falsa. Es una invención, porque la inferencia es ridícula y porque jamás los indígenas pudieron con su nivel intelectual haberse inventado “las ingeniosidades extravagantes y los refinamientos viciosos” del darwinismo: “la ciencia respetable que estudia los fósiles y reconstruye animales anteriores al hombre, solo florece en pueblos civilizados” (1072).
El ataque es total y mortífero. Isaacs ha quedado al nivel de un vulgar charlatán, de un mentiroso, de un tipo en el que no se puede confiar y, sobre todo, de un tipo que no habló jamás de ciencia, que no tiene la verdad. Tal vez este sea el aspecto que más consecuencias puede tener cuando se
trata de hacerle la contra a un individuo que
se define como un letrado, un intelectual, un hombre en posesión del saber. El ataque más efectivo tiene que ver con mermar esa imagen en un hombre que representa algo de ilustración y civilización. La estrategia pasa por mermar la autoridad y las referencias que se han usado para representar el mundo y la naturaleza, la sociedad, la ciencia misma. Que esas manifestaciones, además de falsas, hayan sido hechas a nombre de las instituciones nacionales, aumenta más el problema, porque podría querer decir que existe un consenso a favor de estas aberraciones. Esto fue algo que Miguel Antonio Caro no pudo tolerar: “si tolerar significa callar y asentir, nosotros, ya que hemos tenido la paciencia de leerle o de hojearle, no podemos absolutamente tolerar que en los Anales de Instrucción Pública de una nación cristiana, se haya permitido él estampar su adhesión a la teoría de Darwin, precisamente en el punto repugnante de esa teoría, en lo que toca con el hombre” (1072).
21 Una de ellas versa: “Era Guarunka una virgen de extraordinaria hermosura e irresistibles atributos y su padre el jefe más poderoso y valiente de la nación […] un agorero o adivino advirtió a los padres de la doncella, que sería funesto el instante en que su hija concediera las primicias del amor, Vióla Yarfá –Luzbel o espíritu maligno– y desde ese momento fue poseído de amoroso frenesí. Toma entonces, experimentado y astuto, la apariencia de un mancebo gentilísimo, y ronda las florestas y campiñas espiando a Guarunka […] ella, olvidada del fatal y odiado pronóstico, fue débil para resistir a los ruegos y caricias de su amante”. La tradición de los miembros de la tribu, de su origen, se da por la unión del espíritu maligno y Guarunka (Isaacs 151). Es sobre esta misma tribu que Isaacs hace la inferencia darwinista de la pintura.
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En 1891, en esa misma escuela –El Colegio del Rosario– donde se había fijado el neotomismo como centro de poder, aparece una tesis titulada “
Estudio sobre el sistema evolucionista”, de un alumno de la facultad de Jurisprudencia de la Universidad Nacional llamado Emilio Cuervo Márquez. El texto era el ganador de un concurso que se hizo entre los estudiantes de Filosofía y Metafísica de segundo año, en el cual debían escribir sobre “El sistema evolucionista, comparado con la doctrina monogénica de la sagrada escritura” (Cuervo Márquez 3). El profesor de esa clase era Rafael María Carrasquilla, y como parte de sus estrategias para crear un frente común en contra de las filosofías positivistas inducía a sus alumnos a escribir textos y someterlos a concurso,24 todo con una línea filosófica muy definida.
El jurado calificador, compuesto por los catedráticos Rafael M. Carrasquilla –Antropología y Metafísica–, Gabriel Rosas –Lógica– y Lorenzo Lleras –Física Experimental–, hace sus comentarios sobre la calidad del trabajo y explica las razones por las cuales este ha ganado: “es trabajo de muy largo aliento, y de un mérito incomparablemente superior al de todas las demás, porque supone estudio concienzudo de muchos y diversos autores de ambas escuelas”. El conocer tanto del evolucionismo como de la escuela monogénica –y la idoneidad de esta última– fue lo que hizo ganar a Cuervo. “Está escrita [la tesis] con método estricto: primero la teoría evolucionista, honrada y lealmente expuesta, con los argumentos que la abonan: enseguida la refutación en el mismo orden en que se había expuesto el sistema. El estilo es correcto, sobrio y didáctico: los argumentos muy bien desarrollados é ilustrados con numerosos hechos científicos” (Cuervo Márquez 4). Por la manera en que se habían establecido las líneas educativas en el Rosario, el ganador tendría que ser aquel que hiciera una muy buena refutación del evolucionismo.
Nuestro joven escritor recibió como premio, además del honor personal de ganar un concurso universitario,25 250 copias de su libro. Esto fue
24 Por ejemplo, el texto de Luis Vergara “El positivismo y la metafísica” de 1897, que era una tesis de Jurisprudencia dirigida por Carrasquilla, así como “La filosofía Positivista”, de Samuel Ramírez, de 1898. Ambas coincidían en ser textos críticos con el positivismo y la teoría de la evolución.
25 No tenemos conocimiento de los otros textos que participaron en el concurso, ni cuántos eran. En el acta que viene en las primeras páginas del libro, se habla de “diversas composiciones” de gran valor, “apreciables todas por algún aspecto”.
autorizado el 15 de 1891. La autoridad y credibilidad conferida por los elogios de los jurados calificadores a la obra científica y objetiva de Cuervo Márquez se hace aún más concreta y efectiva cuando la comisión ordena “al señor ministro de Instrucción Pública, que la haga publicar (la tesis), junto con el informe […] en los Anales” (Cuervo Márquez 4). Lo hecho por el abogado tendrá siempre presencia en la historia.
En las postrimerías del siglo XIX, este tipo de reconocimientos sociales e intelectuales marcan una pauta distintiva. Cuervo Márquez sólo era un niño que acababa de ingresar como abogado a la Universidad Nacional y ya tenía un premio. No podemos afirmar que este evento haya sido la causa por la que su carrera de escritor pudo desarrollarse en esa sociedad, pero sin duda le ayudó en su carrera el hecho de pertenecer a un grupo privilegiado –su tío era el importante filólogo Rufino José Cuervo y la familia Cuervo Márquez era una de las más importantes del siglo XIX y el XX– que detentaba el saber, los medios de difusión y los objetos necesarios (libros, revistas, periódicos, pasquines) para conectar la sociedad colombiana, tan precaria, tan atrasada, al escenario intelectual más actual. El reconocimiento puede ser un bautizo de fuego, una muestra de autorización de entrada al grupo que tiene postestad sobre las ciencias y las ideas. La publicación de su texto no es algo menor; es un gesto de reconocimiento y de impulso. Cuervo ya era un autor, un intelectual, y todos podían referirse a él por su libro y no solamente porque fuese un abogado.26
26 S Sobre Cuervo Márquez como alumno en la Universidad Nacional y en el Rosario, Olga Restrepo nos dice: “no se ha destacado como un estudiante aplicado: ha perdido varios cursos y en otros, como el de Física que dicta el profesor Lleras, escasamente ha logrado aprobar” (“Lectio” 76).
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Figura 2
Portada de la obra de Emilio Cuervo.
Seis meses después, sin embargo, aparece una réplica. Santiago Calvo, compañero de clases de Cuervo Márquez en el momento del concurso (aunque no sabemos si participó en él) elabora un escrito que tuvo por título “El evolucionismo en su aspecto físico, moral y político”. Calvo, que se ha identificado como “Alumno de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia”, usa la misma imprenta de Cuervo Márquez, y su intención, respetuosa y mesurada, es clara: “al pensar inmiscuirnos en estas cosas […] confiados en la indulgencia del público ilustrado […] nos hemos atrevido a comentar el estudio que sobre el sistema evolucionista presentó, en un concurso filosófico que tuvo lugar a fines del año pasado en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, nuestro distinguido amigo el señor D. Emilio Cuervo Márquez” (Calvo 5).
Identificando el público y los lectores idóneos que seguirían la atenta lectura de su replica, Calvo aclara que valora el trabajo de su amigo Cuervo Márquez. “Este estudio alcanzó el primer premio”, pero es precisamente esto lo que ha motivado su libro: “al verlo respaldado por esto y por firmas de yá (sic) conocida nombradía, nos llamó más la atención y nos decidió a elaborar las páginas presentes”. Hay que destacar varias cosas. Calvo también pudo publicar su texto, aunque las circunstancias que explicarían la rapidez de la publicación siguen siendo un misterio. Solo seis meses después de la aparición del texto ganador del concurso, el contraataque tiene materialidad. Esto indica la inserción de Calvo al mundo intelectual del momento, porque es necesario tener un lugar fuerte para publicar un texto en tan poco tiempo y replicar a otro que ha sido destacado por una de las universidades más importantes de Bogotá. También podemos pensar que, si bien los dos jóvenes estaban recibiendo educación en la misma institución –con el cuerpo doctrinal neotomista a bordo–, el libro de Calvo se sale del perfil de Samuel Ramírez, Luis Vergara y otros. Santiago Calvo no es un referente de respaldo institucional.
La interpretación de la evolución como un sistema
Sabemos ya el objetivo del texto escrito por Cuervo Márquez, que es el mismo que anima a escribir a muchos participantes del concurso: una “comparación del sistema evolucionista frente a la doctrina monogénica de la Sagrada Escritura”. Su libro empezó por describir lo que él mismo había considerado como un sistema. Es decir, que si bien centra sus argumentos en hablar del darwinismo como teoría, no le es suficiente referirse únicamente a este aspecto para cumplir el objetivo de dar cuenta de un sistema. Por ende, “El origen atómico del mundo”, “la aparición de las primeras especies”, “La generación espontánea”, “La selección natural”, “El mono”, “El origen de las lenguas” y “El estado salvaje del hombre” son los temas que lo conforman. Antes de esto, y en
un ejercicio muy particular casi nunca visto
en libros de la época, Cuervo Márquez hace un listado de las fuentes consultadas: Cuvier, Robert Gordon Latham, Zaborowski, el Marqués de Nadaillac, el naturalista francés Quatrefages, su tío Rufino José, La Biblia, Miguel Antonio Caro y su “El darwinismo y las misiones”, Humboldt, Lamarck, Darwin, Carl Vogt y Haeckel, entre otros, hacen parte de un listado de 60 textos que se referencian con intención de demostrar el profundo conocimiento del tema. La referencia al texto de Caro es interesante, y esto porque Isaacs no aparece. Podemos tener pistas de cuál de aquellos dos generó más credibilidad en su exposición.
El autor tiene sus objetivos claros. Ataca a los materialistas, “que predican que es la fuerza de la
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materia la engendradora de la materia”, a los “que niegan a Dios”, a quienes se consideran adeptos del darwinismo sin entenderlo bien, esos “ filósofos evolucionistas, vaciados en el molde de su maestro […] sin recordar que maestro […] reconocía la existencia de un creador, que necesariamente sacó de la nada los primeros átomos, origen del mundo actual” (Cuervo Márquez 12); y ataca la certeza del darwinismo como teoría verdadera: “ Darwin establece su teoría como mera hipótesis” y a “los adeptos que consideran aventuradamente que es la teoría de la evolución la última palabra de la ciencia moderna” (12).
Una vez más, como vimos con Caro, la forma
en que los antidarwinistas abordan la teoría tiene que ver con considerarla como algo falso, e incluso Cuervo Márquez también se refiere a ella como una mera hipótesis. El mismo Darwin no está seguro de lo que dice, necesita a Dios para fundamentar su “sistema”, y sus seguidores tergiversan los postulados. El darwinismo no se refiere a hechos, sino a puras invenciones, y los difusores son un grupo de confundidos. También, como habíamos mostrado en Caro, al identificar Cuervo Márquez los antecedentes históricos del sistema trae a colación el problema del atomismo, de Lamarck como pionero, y reduce el darwinismo a una explicación simplista: “se basa sobre el principio de que todas las formas existentes proceden, por vía de transformación, de un reducido número de formas originales, si no es que todas éstas pueden reducirse a una sola primitiva” (12).
La estrategia de Cuervo Márquez es tratar los postulados y las afirmaciones que tienen que ver con la generación espontánea, la selección natural, la lucha por la vida, el tránsito del mono al hombre y otros, como “suposiciones”, “impresiones”, “confusiones” y falsedades de autores que no entienden nada. Estas afirmaciones tienen la intención de degradar y minimizar los contenidos y la posible importancia que puedan generar en lectores especializados y no especializados.27 Así
27 La especialización del público colombiano de esa época se reduce a un grupo social e intelectual bastante pequeño. Eso es algo que siempre hemos remarcado, puesto que los estudios de comunicación de las ciencias asumen muchas veces la existencia de públicos y espectadores de variadas características, que influyen y tienen que ver en la construcción del conocimiento. Muchas de esas posturas funcionan de una forma más adecuada para otro tipo de sociedad, en la cual las polémicas de la evolución ya han tenido más repercusión, porque actúan en una sociedad mucho más conformada, presta al intercambio y la discusión científica con actores más diversos.
lo había hecho Caro. Además de intentar crear desconfianza, se usa el argumento de la herejía
y el ateísmo o bien contra los autores que hablan del evolucionismo –como Darwin– o bien como advertencia para aquellos que incurran en la posibilidad de creerles.
Se usa a Dios como argumento más fuerte de credibilidad en contra de las afirmaciones evolucionistas. Dios, por ejemplo, es “el autor de las leyes
naturales […] es sabio, no pudo dejar de asignarle ciertas leyes al mundo”, ha organizado en forma divina el desarrollo de la naturaleza. “La materia obra en virtud de leyes, pero no espontáneamente [… y] de lo dicho se sigue que si el movimiento atómico no tuvo por causa la espontaneidad, necesariamente fue dado por Dios en virtud de las leyes naturales dadas por él a la materia” (37). Ser materialista también era incurrir en el error. El origen de la creación, el propio origen de las especies, niega a través de esta forma su explicación material, que es la que Cuervo Márquez y el mismo Caro les han dado al darwinismo y a la generación espontánea.
Era muy importante para los antidarwinistas mostrar que no estaban en contra de las ciencias ni mucho menos. Cuervo Márquez ha citado como fuente científica más fidedigna a Robert Gordon Latham, a quien Caro también había hecho referencia como el sabio que tenía la razón en cuanto a las teorías que hablaban del origen de la teoría monogénica: “la única conforme con la religión revelada, es la que proclama la unidad de la especie humana, haciéndola derivar de una sola pareja, creada por Dios inmediatamente. Esta teoría se halla hoy profesada por los sabios más eminentes, entre los cuales figura Robert Gordon Latham, a quien se asigna el primer puesto entre los etnólogos europeos”. Lo importante es no dejar afuera de la discusión el valor de respaldo de los sabios. Ciencia y religión congenian gracias a ciertos autores.
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Figura 3
Portada del libro de Santiago Calvo.
La crítica a la evolución del mono al hombre
El problema para los antidarwinistas colombianos, y en general para aquellos que se opusieron a la teoría en Europa, América Latina y Norteamérica,28 fue aceptar la transformación del mono a hombre, más si se habla de este proceso como evolutivo, como que implique un sentido de desarrollo. Que se fije un cambio positivo a través de una transformación física e intelectual de un animal a un hombre rompería la imagen de perfección y firmeza que había tenido el hombre, máxime si este era la representación de Dios en la tierra.
Si lo que hizo mutar el animal al hombre, lo que ha hecho cambiar la especie tiene que ver con un proceso histórico que no podemos percibir y que se supone que tiene su fundamento de verdad en el paso del tiempo –y eso se llama ciencia positiva–, el darwinismo debería probar esa transformación. Pero ni para Caro ni para Cuervo esto
28 En general, los debates posteriores a la publicación de The descendent of man (1871) de Charles Darwin tuvieron que ver con la idea evolutiva del simio al hombre y la pérdida de estatus para este último. La concepción de una cultura cristiana antropocéntrica que había permeado los desarrollos científicos, religiosos e intelectuales de Occidente no podía concebir que el agente máximo de todas sus creaciones fuera la consecuencia evolutiva de un animal. En Inglaterra los miembros de las iglesias protestantes hicieron pública su inconformidad. El lugar donde se había originado el problema reprodujo socialmente los brotes de protesta. El darwinismo, en tono de burla, fue tomado como una teoría creada y reproducida por los verdaderos descendientes de los simios, quienes osaban proclamar ese nefasto origen. Darwin, su escudero Huxley, Haeckel en Alemania, y los evolucionistas franceses de finales del siglo XIX en Europa fueron objeto de burlas y fuertemente cuestionados por las comunidades religiosas.
no era visible. Este último “cree” en la selección natural y en la lucha por la existencia, tal vez como una teoría que tiene que ver con la modificación de la naturaleza y de los animales, pero nunca para explicar el desarrollo del hombre.
Charles Darwin, en su primer capítulo del Origen de las especies –variación bajo domesticación–, decía que había captado los visos de una selección artificial cuando los hombres domesticaban algunos animales para sus propios intereses. El asunto es que ese ejercicio de domesticación había ayudado a pensar dos cosas: que se podían dar una serie de modificaciones en los caracteres propios de esos animales a causa de una selección artificial y que esa selección era algo natural, algo propio de las especies. Darwin –junto a elementos que implicaban la influencia del medio– pensó que tal vez de esa forma podría actuar la naturaleza misma en el asunto de la transformación de las especies (8-39).
La extensión de esa selección al ámbito natural es algo que Cuervo Márquez no puede admitir. Intuye que la modificación de caracteres actúa con efectividad solo si hay un cuidado del hombre sobre los animales, una intervención que ejerce modificación, pero que estos por sí solos no pueden conservar los cambios en la naturaleza. La selección natural es una batalla de especies ya constituidas. Esto se prueba en los animales salvajes, “en los que durante mucho tiempo la selección no imprimió caracteres adicionales”. Cuervo Márquez dice que los tigres y los leones, gracias a lo que dice la Biblia, siempre han sido iguales, nada difieren de los actuales (47) y acude al argumento de autoridad de Cuvier para respaldar su afirmación.29 Así como los animales no han cambiado sus formas físicas a lo largo del tiempo, ¿dónde está la prueba evolutiva que hace derivar el mono a hombre? ¿Dónde podemos tener evidencia de esos cambios físicos? ¿Acaso existen? “Piensa Darwin que para que una criatura de apariencia simia pudiera transformarse en hombre, necesario sería que tanto esta forma anterior como las que sucesivamente hubieran
29 La cita de Cuvier que extrae Cuervo Márquez dice: “He examinado con la más grande atención las figuras de animales y de pájaros esculpidos en los numerosos obeliscos traídos de Egipto en tiempo de la antigua Roma. Todas estas figuras son, en conjunto, exactamente iguales a las especies que hoy conocemos” (38).
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de sucederla, cambiaran físicamente. Faltan las pruebas directas para demostrarlo” (28). Aquí Cuervo Márquez crítica que Darwin haga simples analogías que no prueban el desarrollo a partir de un antepasado común: “Piensa Darwin que admitiéndose la descendencia de un común progenitor, junto con la sucesiva adaptación a condiciones diversas, fácilmente se explicaría la contextura análoga de los miembros de la misma clase de individuos; en los límites de otro sistema, siempre serán misterios la semejanza entre las manos del hombre y las del mono, la aleta
de las focas y el ala del murciélago” (38).
A diferencia de Caro, Cuervo sí concibe al hombre como un animal. Lo que niega es la evolución proveniente del mono. Le resulta imposible, porque no hay pruebas. No existen especies en estado de transformación30 y no existe ese eslabón que uniría la cadena. “Hay muchos sabios que han negado la teoría del hombre terciario”. El desarrollo de la inteligencia sería un argumento más para afirmarse como antidarwinista, porque si existe un sistema en el cual la perfección tenga que ver con un desarrollo ascendente, si en verdad el mono es el ser precedente del hombre, debería haber un indicio en la tradición que lo reflejara.
Estén más cerca o más lejos en el grado de perfeccionamiento de los seres, es necesario que los intermediarios hubiesen dejado los vestigios de esa creación en algún tipo de tradición […] la cosmogonía de todos los pueblos está de acuerdo en designar como origen del linaje humano un hombre y una mujer ajenos a toda infelicidad […] todas las tradiciones, hasta las de los pueblos más salvajes, consideran el estado primitivo de la especie humana como superior al presente, creencias que abiertamente contradicen la opinión de Darwin, el cual supone que nuestros primeros padres se hallaban en un estado absoluto de barbarie (67).
30 “Ni en Lamarck, ni en Buffon, ni en Geoffroy, ni en Cuvier, ni en Cardailhac, ni en Prestwich, ni en Darwin mismo leemos que jamás se hayan encontrado especies en estado de transformación. Los darwinistas explican esto diciendo que estas especies no se pueden encontrar, porque los huesos de esos animales, que necesariamente eran muy débiles, no han podido resistir a la influencia del tiempo. Hay aquí una explicación curiosa; no resisten al transcurso de los años osamentas de animales, algunos de los cuales debieron ser gigantescos, y se conservan esqueletos de pescados, y la tierra guarda impresas por centenares de siglos las huellas de animales terciarios!” (57).
Posición clara y expuesta. Respaldo de Caro, Cuvier, Lantham, Nadaillac y demás sabios. Representación de las ciencias que defienden el “monogenismo” y que concilian la religión católica, que usan el Génesis como la verdad revelada que explica el origen del mundo y del hombre mismo.
La refutación
Santiago Calvo se afirmaba de una forma diferente. Como su texto había tenido como objeto refutar a Cuervo Márquez, su problema era mostrarse distinto. Para él, el evolucionismo era un sistema que permeaba ámbitos más amplios. Considera que está mejor ubicado respecto a la verdad, porque entiende que el sistema evolucionista no es adverso a la sociedad ni es una negación de la misma. Este “actúa como una ley” que define los comportamientos del mundo moral y físico. Explicarlo correctamente es válido, “con el fin de hacernos más fácilmente propicios sus efectos, procurando así, en el mayor grado posible, la felicidad del individuo y de los asociados” (Calvo 4).
Su representación del valor del evolucionismo está más relacionada con lo que los liberales habían tenido por ventajoso si manejaban el discurso evolutivo. Si la sociedad y el progreso tienen leyes, lo más preciso era estudiarlas y conocerlas para tener el monopolio del discurso sobre lo que debe ser bueno en la sociedad. La sociología, la antropología y la psicología eran las disciplinas que ayudaban a comprender estos aspectos con más claridad. No se podía concebir, pues, que la metafísica fuese esa gran filosofía que ayudara
a comprender el curso de la sociedad. Calvo la ve inmiscuirse en todos los asuntos que la “verdadera ciencia” debería explicar; esta es la primera crítica al texto de Cuervo Márquez. Está hablando de ciencia con una filosofía que no es adecuada para resolver los problemas. “La metafísica es incompatible con las ciencias: con ella no podemos analizar nada” (8).
El tema científico apropiado para hablar de la inutilidad de la metafísica en Cuervo Márquez está dado en su apartado sobre el origen de la materia y la teoría atómica. Cuando el ganador del concurso ha afirmado que no hay pruebas de la eternidad de la materia y de su capacidad de
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crearse a sí misma, Calvo no entiende “cual sea el fundamento de todas esas frases metafísicas”. Sobre la “cuestión de si Dios sea o no creador, no la arribaremos, pues además de no permitírnoslo las leyes del país, no queremos ofender los escrúpulos de nadie tocando en lo más mínimo esta cuestión”. Lo que pide Calvo es que las explicaciones hechas por Cuervo para negar lo eterno de los átomos sean hechas desde la ciencia; la ciencia que el mismo Calvo cree tener en sus manos, por lo que cita, para refutar la posición de su amigo, la explicación de la inmutabi-
lidad de los átomos que sostiene “el sabio Dubois-
Reymond”. Cita también a Carl Vogt. Utiliza esos científicos europeos para hablar en nombre de la verdad. Cuervo está equivocado, niega la evidencia de los hechos científicos, de la fuerza creadora de la materia. “Todos los datos que la ciencia nos suministra prueban de una manera brillante este hecho; y no comprendemos cómo nuestro estimado amigo lo haya pasado por alto, afirmando todo lo contrario” (11).
Cuervo Márquez está lleno de confusión en sus exposiciones: “La confusión del señor Cuervo”, “el error del señor Cuervo”, “la imaginación del señor Cuervo”, “el argumento del señor Cuervo entraña un absurdo”. No es científico, no está hablando desde la verdad. Es atrevido con los cánones supuestamente infranqueables que maneja su opositor: “Que Dios sea o no autor del mundo, es una cuestión inabordable. Dejemos a la conciencia entregada a sí misma para que lo resuelva”. Él mismo da su versión del origen del globo, muy basada en las versiones evolucionistas que interpretaban que “estuvo en un tiempo remotísimo en estado de incandescencia […] pero al enfriarse poco a poco en multitud de años, los vapores que lo envolvían se condensaron […] y al caer en forma de lluvia sobre la superficie
de la tierra, la fueron haciendo apta, según su desarrollo geológico sucesivo, para el aparecimiento de la vida desde el organismo más simple, hasta el más complicado, como el cerebro humano” (16). Se declara un evolucionista absoluto. Cita a Darwin y a Spencer como sabios que han fundamentado el sistema.
La ciencia tiene la verdad. Haeckel, Luis Buchner, Zimmermann, Vogt, Huxley son sabios que han logrado mejores explicaciones de este asunto que “todas las teogonías” y que han demostrado la coherencia de las leyes evolutivas. La naturaleza tiene una potestad autónoma que ha devenido en la creación de sus propias especies y en el hombre. No puede entender cómo Cuervo Márquez desatiende esas leyes, que son fácticas. No ve que exista razón para negarlo. “No comprendemos, en efecto, que razón haya para negarle a la naturaleza la producción de organismos, cuando estos están compuestos de su misma sustancia, y además los vemos como enlazados, desde el mineral mas ínfimo hasta el hombre, que se cree señor de lo que no son sus dominios” (20).
Es interesante la manera en que Calvo ha diseñado su discurso, que es, al mismo tiempo, defensa de sus postulados y convicciones y ataque a su amigo abogado. Los científicos evolucionistas tienen para él una postura más sólida y creíble; por eso Calvo no ha dudado en citarlos. Tiene que hacer coincidir sus impresiones particulares, sus posturas frente a la metafísica y la explicación de la creación en clave “teísta” con los argumentos de autoridad de los evolucionistas. Cita en innumerables ocasiones autores distintos, revistas especializadas, como la Revue Scientifique, habla de la química y la biología para ser más científico, “a medida que la química y la biología adelantan, y en general todas las ciencias naturales y médicas […] no comprendemos […] qué razón haya para negarle a la naturaleza la producción de organismos” (21); entiende que la ciencia es su mejor argumento. Sin esta base no podría hablar con tanta dureza. Lo que le ayuda a representar la evolución como un “hecho”, como una “ley”, es precisamente este aparato de autoridad.
Cuando habla directamente para revertir las posiciones de Cuervo Márquez, la estrategia consiste en demeritar la forma en que aquel hizo el análisis de los textos, de Darwin por ejemplo. En el caso concreto de la selección natural –que
es el que mejor muestra la interpretación de uno y otro frente al mismo problema–, que Cuervo ha compartido sólo para animales en domesticación, Calvo se remite a citar el extenso párrafo del libro de su amigo en el que ha hecho las afirmaciones, para después criticarlo. Dice que ha utilizado mal “los conceptos”. Es interesante mirar
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la representación de Cuervo Márquez –algo que había hecho también Isaacs a su manera– sobre los caballos en América.
… los caballos que fueron importados a América por los conquistadores, pertenecían a la raza caballar árabe, que como es sabido, es la más estimada del mundo. ¿Qué sucedió? Los descendientes de esos caballos, perdidos en las dilatadas llanuras americanas, lejos del cuidado del hombre, perdieron, con el transcurso del tiempo, los caracteres distintivos de su raza, y hoy, como vemos, sus descendientes difieren por completo del tipo primitivo (22).
Calvo dice, utilizando un lenguaje cientificista: “ninguno de esos hechos prueba en contra de la selección […;] la adaptación al medio es lo que estos caballos han experimentado; por ejemplo la piel muy corta, sumamente fina, propia de los climas ardientes y secos, tal vez, lo creemos, no se pueda conservar en latitudes sujetas a otras condiciones físicas y meteorológicas”; y añade: “la considerable altura de algunos parajes de América modifica el sistema respiratorio lo cual puede contribuir como un factor de variedad”. Usa conceptos más sofisticados que explicarían las cosas más claramente: “la herencia y la adaptación han obrado en este caso, es decir, los factores principales de toda evolución”. Incluso los ejemplos que ha dado Cuervo Márquez no son suficientes para que Calvo contestase. “La dificultad que el señor Cuervo opone a la selección natural es la de que es artificial pero no natural […] acerca de esta hipótesis (meramente hipótesis) no discutiremos hasta cuando nuestro amigo nos presente bien detallado su ejemplo” (25).
Cuervo Márquez no ha entendido la selección natural. Un aspecto del tema general de su exposición no es comprendido; por lo tanto, la exposición es dudosa. ¿Qué clase de autor o de científico puede ser este? “…el señor Cuervo se equivoca”. No puede explicar algo sin comprenderlo bien. El ejemplo de los tigres y los leones que no han cambiado –y que esa afirmación es de la Biblia– no tuvo en cuenta que “además la Biblia no nos suministra su descripción anatómica”. Cuvier, su otra fuente de autoridad para afirmar el fijismo de las especies, “vio animales pintados, pero no le hizo disección a ninguno”.
Cuervo Márquez además es considerado como un malintencionado, porque hace críticas, pero no tiene argumentos fuertes para mantenlas. El problema aquí ha sido la confusión que Cuervo Márquez considera que han tenido los evolucionistas para distinguir entre especies y variedades. Calvo dice que Cuervo Márquez no explica los errores que hacen que se confundan especies con variedades, por más que este use las definiciones de científicos en su favor. Sin embargo, aquí el juego retórico consiste en juzgar a Cuervo por sus inquietudes, pero no a Quatrefages ni a Darwin ni a Haeckel. “Respetemos la opinión de estos grandes sabios, y vamos a nuestro asunto”. Los conceptos científicos juzgados son el transformismo y el hibridismo, que considera Santiago Calvo fundamentales en la explicación de la
diferencia entre especies y variedades. Esta es
la forma de atacar a Cuervo: por la falta de conocimientos sobre conceptos y por no explicarlos, algo que en efecto Calvo sí hace. Una pelea que se gana demostrando quién sabe más, quién conoce más textos, quién argumenta mejor, cuál concepto puede ser el apropiado.31
Como hemos siempre afirmado a lo largo de este trabajo, el problema que les llama la atención a los ilustrados colombianos es el asunto del antecesor del hombre: lo que Darwin ha dejado entrever como el mono. Si bien para Cuervo Márquez es inadmisible, para Calvo la transformación de mono en hombre es parte natural del proceso, porque existen muchas similitudes físicas y de comportamiento entre unos y otros. Ha utilizado El origen del hombre de Charles Darwin para mostrar la relación entre hombres y simios. Incluso las formas físicas “actuales” de unos y otros podrían demostrar cierta transición (35).
31 En honor a la verdad, no es nuestro deber decir si Santiago Calvo es acertado o no en la explicación del hibridismo y el transformismo, puesto que nuestro trabajo consiste más en hacer ver las formas de representación de las ciencias, los conceptos que se utilizan, los argumentos que ayudan a tener la verdad de cierto lado. Su forma de explicar los conceptos se remite a experimentos que había hecho el “reverendo Herbert” y a las referencias de Darwin a los conceptos en su famoso libro de 1859: “En fin, para evitarnos tanto trabajo, remitiremos al lector a la obra de Darwin El origen de las especies en el capítulo que trata del Hibridismo, en el cual se encuentra un tratado, si no completo, sí por lo menos suficiente para apoyarnos” (Calvo 30).
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El problema, como vimos expuesto en el libro de Cuervo, son los estados de transición, las “especies intermedias” que no se habían visto nunca y que ni el “mismo Darwin podía probar su existencia”. Pero las disciplinas científicas han mostrado muchas ligazones. “Todos los hechos nos muestran que hay parentescos en el reino animal; la anatomía comparada pregona tal verdad de una manera patente; la paleontología, la embriología, la patología, en general, todas las ciencias médicas y naturales también nos lo hacen presente”. No hay modo de dudar, puesto que “es lógico reconocer en esto una ley, pues en la naturaleza no hay caprichos ni juegos, sino leyes vislumbradas, como decía Víctor Hugo” (35).
Evolución y sociedad
Uno de los aspectos que puede explicar con más claridad este tipo de discusiones –sobre todo la última– es aquel que define el alcance mismo del evolucionismo como sistema. Para Cuervo, las ciencias sirven para refutarlo. No se quiere representar a sí mismo fuera del ámbito de saber que estas confieren, pero, como hemos visto, los recursos científicos le sirven para irse en contra el darwinismo. Su idea es mantener su postura a favor de la teoría monogénica y estar del lado de la institución que le ha conferido su reconocimiento, y ha empezado una cruzada filosófica que tiene a la metafísica como su bandera; quiere conciliar la ciencia y la religión, porque ninguna de las dos podría superponerse a la otra y porque las distancias entre metafísica y religión no deben ensancharse. El proyecto político reinante quería producir intelectuales que pensaran la sociedad, las ciencias, las artes, la metafísica, de acuerdo con los criterios tradicionales. Las leyes naturales y sociales que traía la teoría de la evolución deslegitimaban el poder deseado. Por eso Cuervo Márquez no duda en criticarlas, junto a sus voceros republicanos:
… siempre me ha causado admiración oír a los evolucionistas republicanos pedir a gritos la libertad; la libertad de obrar, la libertad del sufragio, la libertad del pensamiento; como si necesitasen de libertad para obrar los que fatalmente obedecen a las leyes eternas de la selección, y de la libertad de sufragio los que predican que la única ley es la fuerza. Dejen pues, los partidarios de la evolución que, merced a la selección y a la lucha por la vida, se mejore la especie; todos somos animales perfeccionados; todos debemos medirnos con la misma vara; dejen que los débiles sucumban bajo el poder del más fuerte (72).
Cuervo Márquez se mofa de esos evolucionistas republicanos que han proclamado en algunos lugares que las leyes de la sociedad muestran el camino; si piden la libertad, están contradiciendo las supuestas leyes invariables que sus teorías han proclamado. Son ellas las que los harían libres. El orden social, si tiene que lograrse a través de estos mecanismos, aparecería solo con sentarse a esperar. Esto es ridículo. Es una falta a la verdad. No hay pruebas –y esto es una vez más tratar de tener la verdad de su lado– que nos muestren que esto, en algún modo, puede ser así. Seguir estos postulados es un error.
Calvo es más agresivo, pues su concepción del evolucionismo está absolutamente respaldada por las ciencias que explican la inferencia de la teoría en lo natural y en lo social. Spencer, Darwin, Huxley, Haeckel son teóricos que el intelectual ha usado para fundamentar sus posiciones. Algunas veces percibimos que no hace diferencia entre lo social y lo natural, tal vez porque, si se intenta consolidar una posición, la línea divisoria no aparece; los discursos por sí solos consolidan las posiciones como un todo; el evolucionismo tiene leyes y hechos que no pueden ser ignorados, y para que nuestros ciudadanos entiendan que la civilización tiene que ver con entender los comportamientos sociales, es preciso desatanizar las ciencias positivas, abrirles las puertas a la sociología, a la antropología, a la psicología. La línea de demarcación que ha ejercido entre ciencia y religión demuestra su iniciativa. No hay diálogos ni concesiones con la falsedad; no se puede extraviar el camino que busca la verdad.
El papel de las ciencias y los saberes como instrumentos que ayudan a legitimar un proyecto político es evidente. La utilización de autores, teorías y doctrinas que los implicados creen de acuerdo con sus posiciones es una estrategia para ganar terreno en la batalla por la legitimidad de sus iniciativas. La teoría de la evolución es un instrumento adecuado para unos, que piensan que
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exponiendo ese discurso pueden perpetuarse en el poder, y erróneo para otros, que sienten que una potencial creencia en sus dictámenes mermará proyectos políticos más tradicionales. Si miramos los episodios de la historia intelectual del siglo XIX colombiano, la lucha por ganar el poder ha tenido varios elementos. Sea el utilitarismo lo que se satanice o se ensalce, sea el materialismo el que se ataque, sea el darwinismo el que divida, la intención ha sido utilizar esas cosas cargadas de verdad y exactitud (las ciencias ilustradas europeas, el positivismo, las leyes invariables de la sociedad) para tener al lado la verdad y generar autoridad al hablar. Isaacs lo intentó, utilizando el darwinismo como argumento que posibilitaría una mayor atención y credibilidad a las representaciones de su viaje. Lo intentaron los liberales cuando mostraron que las leyes de progreso y la selección natural justificaban la educación laica y, por ende, su posición en el poder. Caro lo atacó, porque, armado de la credibilidad que proporcionaba hablar a nombre de la religión católica, quiso mostrar que aquellos adeptos del darwinismo eran ateos y estaban en contra de las tradiciones más válidas de una nación católica. Lo hicieron los tradicionalistas conservadores al unir –como lo hicieron los liberales en otro sentido– el darwinismo al positivismo y considerar uno y otro como ciencias erróneas, materialistas, falsas y ateas.
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Fecha de recepción: 12 agosto 2008
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